Pau y compañía han disfrutado del paisaje mallorquín. Foto: Enrique Urbano
Desde el 23 de febrero no teníamos noticias de Pau y compañía en este diario del libro viajero. Se ha tomado un largo descanso en un lugar ideal para hacerlo, Mallorca, pero su recorrido por España continúa. De hecho, ya ha regresado a la península y pronto nos enseñará nuevos rincones para perderse a gusto.
Hoy toca conocer qué ha estado haciendo durante este tiempo en que se ha alojado en casa de otro amigo bloguero, Enrique Urbano, quien entre sus numerosos méritos acredita el de ser un exquisito poeta, como podéis comprobar en su blog, ‘Los lunáticos son fanáticos de la luna’, y en su primer libro de poemas, Pequeña Muerte, que acaba de publicar y que aprovecho para recomendaros. Aprovecho también, por supuesto, para desearle a Enrique mucho éxito en su aventura literaria. A él, como a tantos otros/as de los que pasáis por aquí, le agradezco el haber confiado en mi primera novela.
Os dejo ya con la crónica viajera de Enrique:
Supongo que uno no es consciente de la grandeza de esta andadura hasta que la tiene entre los pies. Cuando recibí El viaje de Pau estuve alrededor de dos días espiándolo con respeto. La obra ha ido cobrando peso de manera exponencial hasta salirle cuerpo al alma que traía.
Cuando por fin me atreví a charlar un poco con él recuerdo que era de noche, sábado, y decidimos a mano alzada el itinerario que haríamos en los siguientes días. Al día siguiente pusimos rumbo a Esporlas, un pequeño pueblo situado a los pies de la Sierra de Tramuntana. De ahí recorrimos todo el camino antiguo que comunica con Puigpunyent, entre las montañas, lleno todavía de aquellos rastros que dejaban los carros en su taconeo con las piedras. A mitad de camino, torramos algo de pan y sobrassada para merendar. Con un buchito de vino. De este día no tenemos fotografías, sí muchos recuerdos, pero no instantáneas porque Pau se dejó la cámara y el teléfono en el coche.
Pasada una longeva semana de obligaciones, nos marchamos a Sa Ràpita. Localidad costera, rocas, faro y playa. Lo primero que más impactó a Pau fue el olor. Olía a sal para desayunar y a ceniza para cenar. Tras un paseo por el mercado, nos hicimos esta foto desde el balcón.
Sa Ràpita, localidad costera en Mallorca. Foto: Enrique Urbano
Aquella misma tarde echamos a andar y llegamos hasta el faro. De camino paramos a tomar aire en mitad de las rocas. De ahí, le dije, puede verse Cabrera. Un día iremos allá.
Desde el faro de Sa Ràpita se puede ver la isla de Cabrera. Foto: Enrique Urbano
Mi estancia con Pau me ha servido, más que para viajar, para intercambiar experiencias, hemos vuelto a contarnos aquellas cosas que nos dijimos la primera vez y, tal vez por ello, su estancia en Mallorca se ha hecho más extensa al billete que ya tenía sacado hacia Málaga.
Y en eso estábamos de compartir, tuve que presentarle a una de mis debilidades. Mi ahijado. Marc. Con él los juegos fueron más frenéticos y subidos a su moto, os aseguro que he respondido más de veinte veces a la pregunta de “¿quién es ese señor que hay en la foto?” Los niños nos devuelven las preguntas con sonrisas.
¡Encantados de conocerte, Marc! Foto: Enrique Urbano
Ese mismo día visitamos uno de los lugares favoritos de Marc. El rincón de los cactus. Nos encantan los cactus, y parece que Pau entendió con nosotros su sombra. El mejor momento para mirar los cactus, decidimos, fuese al amanecer del día siguiente. Y así fue.
El rincón de los cactus de Enrique y Marc. Foto: Enrique Urbano
En estas, fue Pau el que se fijó que habían crecido ya los pimientos, un tomate y dos ajetes tiernos de los que tenemos sembrados. Yo, la verdad, siempre los guardo para la noche, pero el tiempo apremiaba. Le sugerí hacer un “trampó”. Una ensalada típica de aquí, compañera de días de playa, festejos, o simplemente del pan.
A punto de saborear el ‘trampó’. Foto: Enrique Urbano
Tras freír unos boquerones que habíamos comprado en el puerto de esa misma madrugada, comimos, reposamos como todo buen caminante y salimos para seguir la marcha. Nos despedimos más adelante, me quedé con la sensación de que íbamos a volvernos a ver.
Una pena esa cámara olvidada en el coche, que nos ha dejado sin fotos del paseo por la Sierra de Tramuntana, aunque las palabras de Enrique nos invitan a dibujar las imágenes en nuestra mente y a saborear esa sobrassada…
Más recuerdos y experiencias que se acumulan en esa mochila cada vez más pesada que cuelga a la espalda de Pau, pero que carga con la enorme satisfacción de ir dejando amigos por allí donde pasa. Y lo que queda por delante.