El Lobo de Wall Street

Publicado el 15 enero 2014 por Diezmartinez

Al inicio de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, EU, 2013) hay un momento clave que se pierde en el maremagnum de carcajadas, gritos, aullidos y aplausos que ocurren un día sí y otro también en Stratton-Oakment, la compañía fundada por "el lobo de Wall Street" del título, nuestro cinicazo guía y narrador en off Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio, en otra gran actuación por la cual, ojalá me equivoque, no ganará el Oscar).La escena en cuestión es la siguiente: después de que la cinta inicia con un desvergonzado informercial de la compañía Stratton-Oakment, con sus muy elegantes, correctos y profesionales corredores de bolsa, la voz en off de Jordan -permítanme decirle por su nombre: ¿a poco no le tienen confianza?- nos muestra cómo es en realidad el negocio que él fundó y quiénes son los trabajan en él. Estamos en una desatada orgía de voces/sudores/aullidos en la que los gritos opacan los insultos, los aplausos a los gemidos sexosos y la ingestión de coca no permite ver bien al enano que están lanzando como tiro al blanco. Jordan comanda a esta runfla de cavernícolas, a este Colegio de Animales (Landis, 1978), y les presenta, orgulloso, la locura de la semana: cierta asistente de sonrisa timidona ha accedido a raparse por completo frente a todo mundo con tal de recibir diez mil dólares de compensación. Nadie la está obligando, que quede claro. Ella ha aceptado gustosa. Además, necesita los billetes para una buena acción: ponerse implantes en los senos. Así pues, la mujer es rapada frente a esta horda de ululantes subhumanos, pero el shock del momento no dura más que unos cuantos segundo: ni Scorsese, ni la cámara de Rodrigo Prieto ni, mucho menos, los corredores de Stratton-Oakment le ponen ya demasiada atención a la susodicha mujer. Apenas la están rapando cuando Jordan anuncia la llegada de una banda musical, luego aparecen las strippers, atracito vienen los meseros con sus copas de champán, alguien se sube a una mesa... y, bueno, usted entiende: en este relajo, ¿a quién le importa que una mujer se esté dejando rapar? Luego volvemos a verla un instante, ya pelona, con sus billetotes en la mano. Tuvo sus cinco segundos de fama... y diez mil dólares de pago. A otra cosa, mariposa. Esta escena es clave para aprehender el tono del vigésimo-octavo largometraje scorsesiano. Apenas hay tiempo para divertirse/molestarse/asombrarse de un exceso cuando ya hay otro y otro más y otro más y otro más. Nuestro Virgilio particular no nos deja descansar un momento: se voltea a la cámara y confiesa, orgulloso, con una sonrisa radiante, digna de El Gran Gatsby (Luhrmann, 2013) que, bueno, lo que está haciendo "no es completamente legal". Por supuesto que no: lo que hace este tipo es seguir al pie de la letra, corregidos y aumentados, los invaluables consejos de su primer jefe, el hedonista de acento texano Mark Hannah (Matthew McCoughney, robándole la escena a DiCaprio), quien le da la receta clave para el éxito en Wall Street: quitarle el dinero a esos imbéciles llamados clientes, consumir harta cocaína, irse de putas todo el tiempo y... ah... sí, masturbarse por lo menos dos veces al día. No es por gusto, que quede claro: es por necesidad.Sobre las cínicas memorias (dizque) exageradas del auténtico "Lobo de Wall Street" Jordan Belfort, adaptadas por el especialista en gángsters que odiamos amar Terence Winter (creador de Los Sopranos Boardwalk Empire), Scorsese ha creado acaso la cinta más desmadrada de su carrera. Si dudo en calificarla de obra maestra es por ese pulso narrativo digresivo, repetitivo y, a veces, hasta descuidado: voz en off que pierde el hilo de lo que está contando, un mismo discurso histérico de Jordan repetido una y otra vez para encender la codicia de sus decenas de achichincles timados/timadores, una edición suelta que no suda ni se acongoja aunque no encaje a la perfección la posición que ocupan los actores en el encuadre...¿Dónde quedó la elegancia del director de La Edad de la Inocencia (1993), la maestría narrativa del realizador de Buenos Muchachos (1990), la contundencia visual del creador de Toro Salvaje (1980)? Sepa la bola: igual no importa, porque para acercarnos a Jordan Belfort y su aventuras/desventuras no necesitamos al Scorsese elegante sino al vugar, no a un maestro irreprochable en la puesta en imágenes sino a un cineasta juvenil, desfachatado, suelto, que no quiere perder el ritmo de lo que cuenta aunque a ratos se repita innecesariamente. Pero, ¿cómo reprocharle a Scorsese que Jordan repita un discurso si después de él, la cámara de Rodrigo Prieto vuela sobre la oficina de Stratton-Oakmont mientras Jimmy Castor se revienta en la banda sonora "Hey, Leroy, Your Mamma's Callin' You"? ¿Cómo reclamarle precisión a un cineasta que funde el inicio de "Madness" de One Step Beyond con los coros de "Hi Hop Hooray" de Naught by Nature nomás para hacer el corte a una nueva escena? ¿Cómo no sentir admiración por este venerable septuagenario que heréticamente, sin que venga a cuento, deja caer nomás porque sí burlescas referencias cinefílicas de adorados clásicos hollywoodenses (a El Mago de Oz/Fleming/1939, después que Jordan consume su primer pipa de crack), de malditos filmes de culto (Fenómenos/Browning/1932, cuando Jordan y sus impresentables compañeros se sueltan gritando "Uno de nosotros"), de intocables cintas infantiles (el baile de Jordan al estilo Umpa-Lumpa) o hasta de inolvidables personajes de tira cómica (Jordan inhalando cocaína cual Popeye con sus espinacas)?Scorsese demuestra un vigor y una capacidad narrativa casi tiburonesca, como el propio Jordan Belfort: así como este detestable pero carismático trácala no se detiene un instante, tampoco lo hace la película. De hecho, en los pocos instantes en los que el filme pausa su flujo narrativo, la cinta se tambalea peligrosamente, como en ese escena en la que Jordan decide que no va a negociar con las autoridades ni va a renunciar a su compañía. Por un momento, al sentimentalizar a su inescrupuloso anti-héroe (le dio 25 mil dólares en lugar de 5 mil a una madre soltera: ay, no puede ser tan desalmado), al colocarlo casi vencido sobre las cuerdas, al ver como lo tiene acorralado el implacable pero resentido y pobrediablesco agente del FBI que lo persigue (Kyle Chandler), Scorsese y Winter demuestran que quieren demasiado a su monstruo. Por fortuna, la cinta se recupera de inmediato: pasado ese momento, volvemos al mismo Jordan de siempre, el que se preocupa no por la muerte de su adorada tía política sino por el lanón que puede perder porque la señora era su prestanombres, el (dizque) conquistador/mujeriego irresistible que tiene una despampanante mujer (Margot Robbie) a la que es incapaz de hacer el amor más de 11 segundos, el mismo ojete que siempre caerá parado porque después de denunciar a todos sus amigos/empleados, purgará mugres dos años de cárcel para luego convertirse en un cotizado gurú de ventas (o de personalidad o de felizología o de lo-que-sea), porque siempre sobrarán los ingenuos (¿o de plano los imbéciles?) -esos que al final asisten a su conferencia, bien sentaditos y atentos, como nosotros viendo la película- que quieran darle su dinero a tipos como él.Un último apunte, inevitable: escribo esto horas antes de que anuncien las nominaciones al Oscar 2014, así que no sé si Leonardo DiCaprio ganará o no su cuarta nominación. No me extrañaría que lo ningunearan, aunque en este caso sí sería un escándalo. El Jordan Belfort de DiCaprio es su creación más físicamente desbordada: un atractivo Ricardo III que guiñándonos el ojo nos presume sus transas financieras, un Donald O'Connor que mueve imposiblemente su cuerpo al ritmo de "Pretty Thing" de Bo Diddley, un tintanesco fauno que se muerde el puño cuando le cuenta a su irascible papá (formidable Rob Reiner) sus andanzas sexuales y, last-but-not least, una versión pasada por Quaaludes de Jerry Lewis, cuando completamente intoxicado, en su fase "de parálisis cerebral", trata de llegar gateando a su Lamborghini. Una escena de 10 minutos de duración que debería de merecer un premio. No sé cuál: acaso no el Oscar a Mejor Actor. Pero sí el Oscar al Mejor Gateo en la Historia del Cine.