Esta historia de ascenso y caída como epopeya de las más bajas pasiones de la naturaleza humana se sustenta en algo tan sencillo como la capacidad de convicción oral que el ser humano posee sobre su semejante. Algo en apariencia tan inofensivo como la frase: ¡véndeme este bolígrafo! (que aparece al menos dos veces durante la película, es capaz de convertirse en el arma más mortífera en los confines de una mente privilegiada como sin duda es la de Jordan Belfort, cuyo retrato de la puerta de atrás de Wall Street tan bien retrata el gran Martin Scorsese en esta película, pues ahí también se halla otro de los aciertos del film, pues en vez de presentarnos a los grandes tiburones de las finanzas, su cámara se para en un hombre que sube a lo más alto vendiendo acciones de a dólar, eso sí, con un beneficio del 50%, lo que sin duda, le llevó a plantearse de nuevo su estrategia y confiar en sus dotes de vendedor para lograr engañar a esa gran cantidad de norteamericanos paletos de la América profunda que se sienten importantes ante la llamada de un bróker de Nueva York y les confían sus ahorros con los ojos cerrados (nada extraño si nos paramos a pensar en el negocio de los sellos en España). Lo que unido a esa gran sentencia del propio Belfort donde nos dice eso de: “el dinero te hace mejor persona”, para completar todos los mimbres necesarios para entretejer una historia de excesos y bajas pasiones, donde la libertad a la hora de filmarla juega un papel fundamental, y que Scorsese modela a la perfección cual escultor talla una gran masa amorfa de mármol a la que hay que extraer el alma que lleva dentro. La capacidad de mostrar sin más, huyendo de moralismos recalcitrantes, hace sin duda que disfrutemos de su largo metraje y de esa inconsciencia tragicómica de los sueños, donde nunca somos del todo conscientes de lo que nos ha ocurrido hasta que no nos hemos despertado. El despertar de El lobo de Wall Streettambién es lento y por capítulos, lo que es un nuevo pro de la película, porque es en la vertiente descendente de esta búsqueda errónea de la felicidad, donde se nos enseña lo que queda cuando se apagan las luces de la pista de baile.
La sociedad Scorsese-Dicaprio, una vez más, funciona a la perfección y se convierten en la pareja de baile perfecta de este vals de los cisnes que deviene en los oscuros méritos de una falsa gloria, la del dinero por el dinero sin más.
Ángel Silvelo Gabriel.