Siempre que alguien me pide recomendación para su próxima lectura tengo la tentación de hablarle de El lobo estepario, pero son muy pocas las veces que acabo haciéndolo. Jamás he puesto en duda su genialidad, pero sí la capacidad de mi interlocutor no solo para empatizar con el texto, sino también para terminarlo sin aborrocerlo por el camino, pues su significado es indescifrable en caso de que no haber experimentado las motivaciones y flaquezas que describió con maestría Hermann Hesse. El libro es un aullido afligido a través de su alter ego Harry Haller, el lobo estepario, un viaje vehemente hacia el centro del alma para sacar a flote una provechosa y convincente explicación de la existencia. El lobo estepario, demasiado resuelto y determinado como para adherirse a las convenciones, pero demasiado miserable y frustado como para dejar de ser parte intrínseca de ellas, lucha página tras página mostrando su apática desesperación ante una sociedad gregaria de creciente beligerancia, una Alemania enajenada que acabaría provocando la segunda guerra mundial, y en la que sobrelleva aislado la pesada carga de una realidad mezquina que lo abruma. Siempre pone los pelos de punta que alguien sea capaz de trazar paralelismos con la sociedad actual desde el pasado, concretamente desde 1927.
Hesse, tras lo que supongo fue una gran reflexión acerca de su propia personalidad, y gracias a una habilidad y precisión minuciosas, disecciona en cuatro partes el texto con diferentes narradores que forman parte de los distintos estados anímicos que fue atravesando, logrando de esta manera analizarse a sí mismo desde una óptica externa y otorgándose la ventaja de describirse sin un ápice de conmiseración: un ser profundamente aniquilado, un penoso antisocial y borracho nocturno que no ha aprendido a estar satisfecho con su vida. Pero sin duda todo viaje tiene una revolución en el espíritu, y el lobo estepario, Harry Haller, de la mano del personaje de Armanda (Hermine, femenino de Hermann, en la versión alemana original), vuelve a redescubrir viejas pasiones y sensaciones que creía ya le estaban negadas, a recordar de nuevo el entusiasmo y el goce por las cosas mundanas como un baile, un beso o la embriaguez de una fiesta.
En la última parte el libro adquiere un tono lisérgico y mágico con los pasajes de la fiesta de máscaras y el teatro de los locos, donde la entrada cuesta la razón. Quien no haya entonado con el libro a estas alturas, difícilmente podrá superar la barrera de la psicodelia final, pues como he dicho antes, la problemática entablada no entrará en sintonía más que con unos pocos. Con suerte, al leer la última página habremos aprendido que cada día, cada instante tiene valor, pese a que sean momentos ordinarios, sin aparente excelencia. Si bien el Haller burgués, el anacoreta embotado por el vino de garrafa y la música clásica era un tipo perdido entre divagaciones erráticas, el joven Harry entusiasta entregado al jazz y la sensualidad femenina encuentra la forma de poner a su alcance la hoja de ruta para mantener al lobo interior domesticado: la responsabilidad de sujetar las riendas de la vida y darle a las cosas acertado valor y reconocimiento obecede, en primera y última instancia, a cada uno. Rayarse por minucias es, sin buscar más culpables, decisión propia, y por la lección que vivió Hesse en sus carnes, un error que pagó muy caro.
«¡Aprenda a tomar en serio lo que es digno de que se tome en serio, y ríase usted de lo demás!»
Un libro soberbio, con una prosa maravillosa, y el mayor anhelo por redescubrir la juventud que he leído. Un texto al que me gusta volver cada cierto tiempo, como si fuera medicina reconfortante para la mente y el cuerpo, y cuyo principio activo receto en cuanto veo aparecer los síntomas del abatimiento en cualquier colega. Unas veces acierto con la recomendación y otras no, por eso siempre trato de acordarme que El lobo estepario es solo para locos y la entrada cuesta la razón.
El lobo estepario apareció en el top 10 de literatura crítica de La Cloaca.