Lo primero que tengo que decir acerca de este libro de Julian Barnes es que sus primeras páginas me parecieron desconcertantes. Debido a una inicial falta de información, yo esperaba leer una novela y me encontré con un ensayo dedicado a uno de mis escritores favoritos. Pero según avanzaba en la lectura iba advirtiendo que tampoco se trataba exactamente de un ensayo. "El loro de Flaubert" puede más bien clasificarse como un libro de reflexiones muy personales de Barnes acerca del autor de "Madame Bovary". Por momentos, su estilo y su estructura, aparentemente caótica, me recordaban a Enrique Vila-Matas, otro autor que gusta de ofrecernos su particular visión de la literatura.
Y es que el escrito de Barnes puede tomarse como una broma extremadamente elaborada a costa del academicismo. Para el autor británico escribir una biografía de una persona célebre resulta un ejercicio tan complejo como peligroso. ¿Cómo sabe el biógrafo que las pistas acerca de la vida del personaje a estudiar no han sido deliberadamente dejadas por el mismo para despistar? ¿Cómo penetrar en los pensamientos, en la vida más íntima del otro? Imposible. Al final el biógrafo tiene que fabular, suponer, hilar muy fino para penetrar en las lagunas biográficas del gran hombre y salir airoso del intento. Pero siempre queda la duda. ¿Es verdad todo lo que estoy leyendo?
En cualquier caso "El loro de Flaubert" tiene un gran valor y, quizá por no tomarse demasiado en serio a sí mismo, ofrece datos interesantísimos acerca del autor francés. Me entero, entre otras muchas curiosidades que Flaubert planeaba una novela acerca de los trescientos espartanos de Leónidas. ¿Hubiera sido una nueva obra maestra de haberse escrito? También se ocupa, como no podía ser de otra manera en la vida amorosa del escritor, mucho más rica de lo que pueda suponerse, pero que tuvo como centro de gravedad a la famosa Louise Colet.
Nunca he sido un gran lector de biografías y me arrepiento. Leer novelas es como leer biografías ficticias, pero indagar en la verdad de los hombres debe ser una actividad mucho más difícil. Las hay auténticamente apasionantes (desgraciadamente no puedo dar muchos ejemplos): la María Antonieta de Zweig, el Franco de Preston, el Hitler de Kershaw, el Napoleón de Ludwig, personajes con conciencia histórica, que sabían que sus actos más íntimos iban a ser alguna vez analizados y juzgados. ¿Sucede lo mismo con los escritores? ¿No nos basta con sus novelas? Les dejo una reflexión al respecto del propio Barnes, el lector como devorador de la vida del ser admirado:
"¿Por qué la escritura hace que sigamos la pista del escritor? ¿Por qué no podemos dejarle en paz? ¿Por qué no nos basta con los libros? Flaubert quería que bastasen: pocos escritores han creído con tanta firmeza en la objetividad del texto escrito y en la insignificancia de la personalidad del escritor; y aún así seguimos desobedientemente a nuestro aire."