(JCR)
Acabo de regresar de un viaje por el Noreste de la República Democrática del Congo, en la Provincia Oriental. Los habitantes de esta región viven bajo el temor de los ataques del Ejército de
Los lectores asiduos de este blog han oído hablar del LRA en repetidas ocasiones. El LRA empezó a finales de los años 80 en Uganda, y hasta el 2005 tenía sus bases en el Sur de Sudán. En 2005 su líder, Joseph Kony, reagrupó a sus rebeldes en el Parque Nacional de la Garamba, en el Noreste del Congo, y tres años más tarde el LRA se dividió en infinidad de grupos que sembraron el terror entre la población del Noreste del Congo, sobre todo durante las Navidades de 2008 y 2009 cuando mataron a cientos de personas. Las personas que viven en esta zona del Noreste del Congo no se han repuesto de este trauma que les ha marcado profundamente, haciéndoles vivir en un estado de permanente temor ante nuevos ataques.
Durante los dos últimos años, la mayor parte de los combatientes del LRA estaban en la vecina República Centroafricana, pero desde abril de este año han pasado al Noreste del Congo. Casi todos los días se dan casos de secuestros de personas en poblados. La mayor parte de los secuestrados son obligados a transportar objetos robados, sobre todo sacos con alimentos, y son puestos en libertad a los pocos días. Otras veces el LRA tiende emboscadas a vehículos que pasan por las carreteras que salen de Dungu hacia localidades como Duru, Niangara, Bangadi o Doroma. El miedo ha provocado un aumento de los desplazados internos. Durante los tres primeros meses de este año los desplazados había disminuido mucho: de ser unos 400.000 pasaron a ser 100.000, pero durante los últimos meses han aumentado hasta casi 200.000. Y lo peor del caso es que esto ocurre en un momento en el que muchas de las agencias humanitarias acababan de retirarse pensando que la emergencia había disminuido. No es de extrañar que la gente desarrolle una enorme desconfianza ante las instituciones que representan la comunidad internacional, a las que acusan –y en muchos casos con razón- de condenarles al olvido en aras de otras crisis más mediáticas.
En 2012, la Unión Africana autorizó la puesta en marcha de una fuerza multinacional para eliminar el LRA. Compuesta por soldados de Uganda, Sur Sudán , Congo y Rep. Centroafricana, estaba previsto que llegaran a los 5.000 efectivos, pero nunca pasaron de los 3.000, y ahora mismo apenas llegan a los 1.800, la mayoría ugandeses. En el Noreste del Congo sólo opera el contingente del propio país, pero no tienen medios de transporte, ni de comunicaciones. Los soldados ugandeses, estacionados en la vecina Rep. Centroafricana, no tienen autorización del gobierno de Kinshasa para realizar operaciones militares en territorio congoleño. Hay también soldados de la fuerza de intervención de la ONU, la MONUSCO, pero no tienen un mandato ofensivo y no pueden hacer mucho más allá aparte de patrullar en carreteras principales, con lo que se da la paradoja de que el LRA puede realizar sus ataques con toda impunidad en una zona en la que se dan cita los ejércitos de Guatemala, Bangla Desh, Marruecos, Indonesia, Estados Unidos, y de la propia República Democrática del Congo.
Se calcula que el LRA de Joseph Kony no tiene más de 200 combatientes, pero operan en grupos muy pequeños que se mueven sin parar, lo que hace muy difícil localizarles. E incluso una vez que se sabe dónde están no hay una fuerza militar capaz de enfrentarse a ellos. Sobreviven gracias a los robos en los poblados y sobre todo gracias a la caza furtiva en el Parque de la Garamba. Allí matan a elefantes para vender sus colmillos a traficantes sudaneses o bien los intercambian por armas y municiones a los numerosos grupos armados que operan en el Noreste de la República Centroafricana.
Pero el LRA es sólo uno de los muchos grupos armados que siembran el terror entre la población del Este de la R D Congo. Otros grupos, como el ADF, los hutus ruandeses del FDLR o los Mai Mai de Morgan Cobra en la región del Ituri atraen mucho más la atención de las fuerzas de la MONUSCO, que consideran mucho más prioritario enfrentarse a ellos para desarmarlos. Esta es, sin duda, otra ventaja con la que el LRA cuenta desde hace varios años: el hecho de que la comunidad internacional los mira cada vez más como un problema de poca envergadura. Las 200.000 personas desplazadas del Noreste del Congo que viven bajo la amenaza del LRA parecen no pensar lo mismo.