Fue un gran derbi, intenso, cargado de emoción, poco edificante, imprevisible en el desarrollo, lleno de giros y de golpes, de hierro, de rombos, de morados que saldrán. Nadie perdió, sin embargo. Dejemos al margen la moral y las buenas costumbres. Ayer no jugaron. Sólo hubo fútbol, tal y como lo inventaron los británicos en la Edad Media: conducir el cuero de un pueblo a otro, caiga quien caiga, rueden balones o cabezas.
Visto con perspectiva, lo menos sorprendente sucedió al inicio: a los dos minutos, marcó el Madrid. Para mayor dolor de su rival, fue la culminación de una jugada ensayada, básica, nada extravagante: córner en corto y balón cruzado de Di María al corazón del área. Allí remató Benzema, en solitario, aprovechando el despiste de Filipe, que se quedó atrás. Jaque pastor, día de la marmota y quince años de desgracias.
Lo asombroso es que el Atlético aceptó el golpe como algo normal, tantas veces visto. Lo asumió con la misma deportividad que se encajan las calabazas de una mujer excepcionalmente guapa. Nadie sensato espera un sí al primer intento; sería desconcertante y hasta ofensivo. El buen amante, como todo buen competidor, es genéticamente optimista y entiende el rechazo como la primera parte de su hoja de ruta, como el primer acierto. Quien llena la mochila de ganzúas no espera encontrar puertas abiertas. Los faquires hipnotizan cobras.
A los dos minutos, el Atlético se encontraba con el tamaño de desafío para el que se había preparado: todo en contra, el marcador, el viento, la historia.De manera que consultó el mapa, se localizó en el desfiladero y prosiguió con su plan: exprimirse los pulmones y el alma, cortar el oxígeno del Madrid, acudir a cada balón como si le llamara un niño en una casa en llamas.
Para el Madrid no fue bueno marcar tan pronto, el fútbol admite estos absurdos. De pronto, se vio apoyado por el destino y rebajó su nivel de exigencia. Imaginó que bastaría con resistir para que el segundo gol se precipitara como una consecuencia inevitable. Así ha ocurrido muchas veces: espacios, carreras, puntilla. La BBC tiene grandes corresponsales en las zonas de conflicto.
El derbi entró en una nueva dimensión y pasó a jugarse en el patio de una cárcel. Quizá sea lo normal, después de tantas historias compartidas, cuarto choque de la temporada. A excepción de los porteros, todos los jugadores tenían antecedentes penales, cuentas pendientes, muertos en el armario, huellas en la culata. No había nadie limpio.Cada hueso era un arma blanca, cada codo una porra. De cada encontronazo salía un herido. Cada córner se acompañaba de una explosión de granada en el área. A los diez minutos, volar por los aires había dejado de ser una metáfora. Fue en ese instante cuando consultamos el reloj internacional: once de la noche en Pekín, diez de la mañana en Tijuana. Quizá un gran partido no sea un buen ejemplo para la humanidad.Cuando el árbitro se dejó sin pitar un penalti de Sergio Ramos a Diego Costa cambiamos de escenario: pasamos del patio de la cárcel al Oeste sin sheriff. Hubo largos minutos sin ley ni autoridad. Minutos para la alimentar el ansia del Atlético y del Calderón. Minutos en contra del visitante, que había hecho justo lo que se debe evitar cuando eres superior y cuando eres el Madrid.
El empate fue una señal casi divina porque lo marcó Resurrección, Jorge, Koke para los amigos y los ojeadores del United. Fue un derechazo de su diestra implacable, una invención de Arda, un acto de justicia a la actitud irreductible del Atlético.
Diego Costa, como pueden imaginar, se lo pasaba en grande entre ese fuego de morteros. Tan iInsistente como talentoso, estuvo a punto de poner por delante a su equipo, pero quien lo logró fue Gabi con un zapatazo desde fuera del área que sólo se hizo visible a Diego López cuando ya era demasiado tarde. El estadio enloqueció. No le faltaban motivos.En la segunda mitad, el Atlético tuvo veinte minutos para sentenciar. Costa volvió a estar muy cerca del gol y un cabezazo Arda se estrelló en el palo, desviado por Diego López. Ahí se dejó el anfitrión toda la gasolina. Coincidió con los cambios, con Isco y Marcelo, con la entrada de Carvajal, que comenzó a excavar túneles por la banda derecha. Coincidió con el desvarío de Burgos, que pasó de Mono a primate, aunque quizá fue un plan salvaje para cortar el ritmo del Madrid, una Operación Palace. Quién lo sabe ya.
No se volvió a mover el marcador y cada equipo ganó a su modo. El Madrid sigue continúa líder y el Atlético sigue siendo aspirante, después de 26 jornadas. La guapa no se rindió, pero el amante tampoco.