Lo más desconcertante para el Getafe es que ya perdía aun antes de haberse equivocado. No había tenido tiempo de nada, ni de presentar un plan, ni de animar al poco público. A los cinco minutos, el equipo regresaba a la nostalgia de ocho partidos sin victorias, ahora nueve, una racha nefasta que lo es algo menos por la inercia fatal de los tres últimos clasificados. En cierto modo, se entendía la melancolía del anfitrión: hay pocas cosas más tristes que un domingo por la tarde de un mes de febrero.
El Getafe quiso sobreponerse, pero se quedó a mitad de camino. Colunga fue quien estuvo más cerca del gol al aprovechar un fallo de Pepe en medio campo. El drama del delantero, que ya imaginaba el empate, es que su parsimonia coincidió con la velocidad del central, que tuvo tiempo de levantarse, atraparle y robarle el balón. Más que una jugada fue una viñeta del correcaminos y el coyote. Mec-mec.
El segundo tanto lo consiguió Benzema como culminación de un contragolpe espléndido. Di María dio el último pase desde la izquierda, largo y preciso, y el francés controló la pelota y burló a continuación la salida del portero. Como siempre, los ‘benzemistas’ lo celebraron con más entusiasmo que el propio interesado. Nadie discute que el chico sea un genio, pero nadie puede negar tampoco que el Iced Karim es un cóctel que se sirve frío.
La acción incidió en otra evidencia: el talento de Di María como pasador. Se le reconocen más la brega y el gol, pero su capacidad para repartir asistencias es sobresaliente: seis en Liga, cinco en Champions y dos en Copa. No es extraño el empeño de Ancelotti por hacerle un sitio en el once, incluso en perjuicio del sistema original. El resultado es óptimo. Diría más. Su ajuste como zurdo en un sector zurdo del campo le ha hecho más sensato en el juego.
Del Getafe quedó apenas nada. Y si digo apenas es porque Carlos Vigaray, del filial, se presentó al mundo como un lateral de muchísimo recorrido, más todavía cuando juegue en la derecha, pues el muchacho es diestro. Incluso cambiado de banda, le aguantó el pulso a Bale y se permitió alguna arrancada magnífica. Crucemos los dedos para que no le pueda la nostalgia general.
En la segunda parte, Colunga dispuso de otra ocasión para marcar, pero se precipitó; sin duda, pensó en Pepe. El Madrid se adueñó de todo, Modric empezó a lanzar perfume como Rita Irasema y las ocasiones se sucedieron. Fue precisamente el croata quien consiguió el tercero, con un tiro lejano, lleno de malicias: fuerte, botoso, ajustado. Sus últimas creaciones reposteras merecían una guinda así.
No hubo más. Modric forzó la amarilla para cumplir ciclo contra el Elche (y no contra el Atlético) y Sergio Ramos fracasó en el mismo intento. Por más que rascó no vio tarjeta. Para que luego diga que los árbitros no le quieren.