El maestro al que la ignorancia asesinó por prometer el mar

Publicado el 08 enero 2016 por Rosa Valle @RosaMValle

La barbarie de la represión franquista: tan cerca y tan lejos

Atraída por un buen titular de información reportajeada, “El maestro que murió por prometer el mar”, llego a la noticia que informa del documental tributado a Antoni Benaiges, maestro de un pueblo burgalés masacrado por los falangistas por enseñar a los niños a pensar, a querer, a sentir por sí mismos, en un tiempo en que en España solo pensaban (poquito y mal) los que mandaban por la fuerza, mientras una mayoría malvivía privada de libertad y, por supuesto de educación, que “la cultura os hará libres”. Enternece saber que aquel joven docente prometió hacerse con un autobús para llevar a sus alumnos a conocer el mar, que les compró con su dinero una imprenta, que les ponía música y bailaban en clase…

Centenario Miguel Hernández. Obra homenaje de Manuel Estrada.

Hacía tiempo que yo no asomaba a las letras de la represión franquista. Por eso del criterio de proximidad del hecho noticioso, se me revuelven las tripas cada vez que conozco un dato más de la barbarie que hace bien bien poco se practicó en nuestro país por parte del régimen de Franco.

Sin descender directamente de una familia represaliada, cuando estudiaba historia y literatura en el colegio y luego Periodismo en la Universidad, la posguerra civil española atrapó mi sensibilidad sin retorno. Ensayo, novelas, películas, documentales, hasta alguna visita a fuentes vivas, la tesina sobre el tratamiento informativo de la guerrilla antifranquista asturiana (mito o realidad). Como estudiante, profesional y persona ese momento histórico me mantiene viva.

Me duele tanto desconocimiento social como percibo al respecto, tanto mirar hacia otro lado, el olvido de aquellos descendientes a quienes les conviene. Me estremece la sarta bestia de asesinatos cometidos impunemente durante tantos años por los vencedores desde el punto de vista humano, que no político. No hay política en aquellas bestialidades. Hay mala baba. Ignorancia. La misma que hoy mueve el terror global que llega desde el mundo árabe. Miedo: la mejor arma jamás descubierta por el hombre.

Miedo: la mejor baza

Siento el miedo de aquellas juventudes truncadas, familias rotas, niños robados y demás burradas que la represión franquista cometió. La guerra por definición es muerte por la violencia y como tal condenable, pero entre hombres armados. La represión de las dictaduras es abuso de poder contra el desprotegido, sentencias arbitrarias envenenadas sin juicio justo que medie; es pura cobardía.

Un buen profesor, un chaval que se preocupa por los hijos de otros por encima de su propia vida, brutalmente torturado –le arrancaron todos los dientes y lo pasearon desnudo por el pueblo, entre otras animaladas- y asesinado por unos brutos ignorantes. Esto pasó hace cuatro primaveras, aquí, en Bañuelos de Bureba, en nuestro reducto geográfico, más allá del cual tanto nos cuesta aún mirar.

Una y mil gracias deberíamos de dar nuestra generación por haber nacido y vivido en democracia o llamadla como queráis. Por eso a Benaiges le debemos vaciar las fosas comunes e ir a votar en las elecciones, por apolíticos que nos sintamos o lo poco que nos gusten los candidatos y sus formaciones, y ser mujeres y hombres cultos. Entiéndase bien el concepto cultura.

Cada vez que conozco una nueva historia de represión franquista, como hoy la de este buen maestro bueno, soy aquella chica de Silencio roto, el peliculón de Armendáriz, a cuyo amante, un crío como ella, los bestias arrancan de sus brazos mientras hacían el amor y arrojan a un acantilado con los ojos tapados (“A ver cómo vuelas”, le dicen los malnacidos). A ella le rapan el pelo, entre otras lindezas para pisotear su dignidad como mujer y persona.

Cuánta tristeza.

En tributo a este maestro, si alguien aún no la ha visto, se me ocurre recomendar la película que protagoniza un Fernando Fernán-Gómez viejo maestro republicano, La lengua de las mariposas, que refleja el aprisionamiento y muerte aleatorios de ciudadanos como Don Gregorio, el profesor afín a los postulados de la Libre Enseñanza en una Galicia ya en manos de los nacionalistas tras la sublevación militar del 36.

 Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

Antonio Machado (El crimen fue en Granada, a Federico García Lorca).