El mago de Oz

Publicado el 16 febrero 2011 por Juliobravo

He aprovechado mi estancia en Londres para cubrir el Flamenco Festival y he podido ver un par de musicales: «Love never dies», que en marzo cumplirá un año en cartel, y del que hablaré en una próxima entrada, y «The wizard of Oz» («El mago de Oz»), una producción de Andrew Lloyd Webber, que ha escrito también varias canciones adicionales para el espectáculo. Todavía en las funciones previas -yo estuve en la quinta, el sábado 12, con el teatro absolutamente abarrotado-, el musical se estrenará oficialmente el próximo 1 de marzo.

He hablado ya de la producción en abc.es, la edición digital de ABC, pero quería aquí en el blog hacer un comentario un poco más personal. En primer lugar, quiero expresar mi envidia por la constante efervescencia del teatro londinense y por su deslumbrante cartelera, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. En Londres, ir al teatro es un hecho habitual para los públicos de todas las edades, y existe un admirable respeto general por este arte en todas sus manifestaciones. El teatro, en fin, está incorporado a la vida cotidiana de los londinenses. ¡Qué alegría!

«El mago de Oz» es una de esas superproducciones apabullantes, en la que los decorados suben y bajan, en la que no paran de suceder cosas, un auténtico y deslumbrante festival visual y sonoro. Un giratorio del que emergen o por el que desaparecen decorados y personajes preside la escenografía, en la que se viaja desde los secarrales de Kansas al mecánico mundo de Oz. Todo ello ayudado por una serie de proyecciones inteligentemente empleadas y de unos vuelos (la mayoría de la Bruja mala del Oeste, que llega a aparecer en una ocasión desde el techo del teatro) tan impresionantes como bien realizados. El derroche de medios es fabuloso, y en el magnífico London Palladium brilla esplendorosamente.

El propio Andrew Lloyd Webber ha escrito varias canciones para completar el insuficiente material original de Harold Arlen. Es música útil, liviana e intrascendente, hecha más con oficio que inspiración, pero que cumple con su papel de ayudar a la narración.

Me resulta curioso ese nuevo formato de casting que son los talent-shows televisivos -así se denominan este tipo de programas-; Lloyd Webber ha encontrado, al parecer, una buena fórmula para hallar a los protagonistas de sus montajes (aunque, curiosamente, no lo ha utilizado en su última creación estrenada, «Love never dies»), y de paso conseguir una jugosa promoción. La debutante Danielle Hope, que en abril cumplirá 19 años, obtuvo el papel por delante de 9.000 aspirantes; recibió un cariñoso aplauso al aparecer en escena y se ganó durante la representación la reconocida ovación con que el público premió su trabajo. Ver a Michael Crawford me produce una especial satisfacción. Los aficionados al género saben de sobra que fue creó el personaje del fantasma en «El fantasma de la Ópera». En esta obra no decepciona; tiene un doble papel (Mr. Marvel y el Mago de Oz) breve, pero su luminosa presencia, su clarísima dicción y su carisma son armas irresistibles.

Del resto del reparto me gustaría destacar a Hannah Waddingham, una excelentísima bruja, y a David Ganly, el león cobarde, y a sus dos compañeros de viaje, Edward Baker-Duly (el hombre de hojalata) y Paul Keating (el espantapájaros).

En resumen: un estupendo espectáculo con el que pasar dos horas y media (la duración standard y casi siempre exacta de los musicales actualmente) de una manera muy entretenida, y con el que volver a asombrarse de la capacidad y la imaginación del teatro británico.