El mal de corcira - lorenzo silva

Publicado el 05 agosto 2020 por Antonioparrasanz

Fotografía: Aniol Resclosa

Título

El mal de Corcira


Datos publicación

Editorial Destino. Barcelona 2020. 544 págs.

Autor

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ha escrito, entre otras, las novelas La flaqueza del bolchevique (finalista del Premio Nadal 1997), Noviembre sin violetas, La sustancia interior, El urinario, El ángel oculto, El nombre de los nuestros, Carta blanca (Premio Primavera 2004), Niños feroces, Música para feos y Recordarán tu nombre. En 2006 publicó junto a Luis Miguel Francisco Y al final, la guerra, un libro-reportaje sobre la intervención de las tropas españolas en Irak y en 2010 Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo). Además, es autor de la serie policíaca protagonizada por los investigadores de la Guardia Civil Bevilacqua y Chamorro. Con uno de sus títulos, El alquimista impaciente, ganó el Premio Nadal 2000 y con otro, La marca del meridiano, el Premio Planeta 2012. Desde 2010 es guardia civil honorario.

Sinopsis de la obra

   Un varón de mediana edad aparece desnudo y brutalmente asesinado en una solitaria playa de Formentera. Según varios testimonios recogidos por la Guardia Civil de las islas, en los días previos se le había visto en compañía de distintos jóvenes en locales de ambiente gay de Ibiza. Cuando sus jefes llaman a Bevilacqua para que se ocupe de la investigación y le informan de la peculiaridad del muerto, un ciudadano vasco condenado en su día por colaboración con ETA, el subteniente comprenderá que no es un caso más.

          Para tratar de esclarecer el crimen, y después de indagar sobre el terreno, Bevilacqua tendrá que trasladarse con su equipo a Guipúzcoa, el lugar de residencia del difunto, a una zona que conoce bien por su implicación casi treinta años atrás en la lucha antiterrorista.

          Allí deberá vencer la desconfianza del entorno de la víctima y, sobre todo, lidiar con sus propios fantasmas del pasado, con lo que hizo y lo que dejó de hacer en una «guerra» entre conciudadanos, como la que veinticinco siglos atrás hubo en Corcira  —hoy Corfú— y que Tucídides describió en toda su crudeza. Esos fantasmas le conducirán a una incómoda pregunta que como ser humano y como investigador criminal le concierne inexcusablemente: ¿en qué medida nos conforma aquello contra lo que luchamos?

 

Reseña

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   Puede que no con la frente marchita, pero sí con alguna que otra nieve plateada en la sien, así regresa Bevilacqua en esta décimo segunda entrega de la serie, y lo decimos en singular porque Lorenzo Silva, sabedor de lo que se le venía encima a su personaje, le concede a Chamorro un pequeño descanso, motivado por un tiroteo durante un asalto. Como lector, uno se previene ante la ausencia de Virginia, pero el autor madrileño nos tranquiliza enseguida, y es que hay un viaje en el tiempo que al subteniente le corresponde hacer en solitario.

          ¿Hablamos de memoria? No estrictamente, hablamos de dos tramas muy bien imbricadas, y de una que dará entrada a la otra. A saber, la muerte de un hombre en Formentera, apaleado en lo que parece responder a un asunto sexual, llevará hasta allí a Bevilacqua, claro que para justificar el viaje, y la intrusión en otra casa que no es la suya, hay que atender a la identidad del finado: un antiguo colaborador de ETA.

   Y esas tres letras dan paso a la segunda de las tramas, o lo que es lo mismo, reactivarán la memoria de Vila y de sus tiempos pasados en el País Vasco, durante los años del plomo, durante una época en la que ser de la benemérita suponía llevar una diana en la espalda y padecer no sólo el miedo, sino también el desprecio de gran parte de la población vasca.

   Ése es el viaje que Bevilacqua ha de realizar en soledad, porque el lector necesita también esa intimidad, precisa conocer los motivos que llevaron al joven Rubén a solicitar aquel destino, cuando todo el que podía salía huyendo de allí, a habitar en Intxaurrondo, con lo que ese nombre ha significado para nuestra historia reciente, e incluso a intentar infiltrarse en los entornos más hostiles del terrorismo abertzale. Eso sí, Lorenzo Silva se muestra atemperado, no hay ningún proselitismo salvo la intención de llamar a las cosas por su nombre, algo que tampoco es fácil al hablar de una cuestión que todavía supura en la memoria española.

   Con una sabia alternancia de capítulos, hace frente también a la investigación del homicidio, y junto a Arnau, que es quien le acompaña durante dos tercios de la novela, vemos al Vila de siempre, escrupuloso, detallista con los pies ajenos que no quiere pisar, algo rebelde con sus mandos hasta donde puede serlo, y empecinado por encontrar la verdad, casi tanto como a la hora de asegurarse de que no sea la mentira la que triunfe.

   En mitad de esos vaivenes que le traen los recuerdos, hay reflexiones, claro, sobre la justicia, la verdad, los años, la familia (sorprende ver cuán distintos están resultando Bevilacqua padre y su vástago, ya metido de lleno en la empresa), la soledad, la amistad y quién sabe si sobre algo más.

   Hay quienes afean el hecho de que una novela negra tenga quinientas páginas, defendiendo que las tramas deben ser más escuetas, yendo siempre al grano, pues bien, aquí no sólo no sobra una sola página, sino que incluso podemos echar en falta alguna más, porque ese viaje al pasado, con sus dolores y certezas, nos ancla al libro y al propio personaje, completando un poco el círculo de lo que necesitábamos saber todavía de Bevilacqua.

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