Recorte de la foto publicada por El Tribuno.
Leer y escuchar a Lucrecia Martel es siempre una experiencia estimulante. Por un lado, porque la realizadora salteña siempre dice cosas jugosas, no sólo sobre cine -o, según sus palabras, sobre “la narración audiovisual”- sino sobre su provincia natal, sobre nuestro país, a veces sobre Latinoamérica.
Por otro lado, porque Martel concede entrevistas muy de vez en cuando. A contramano de lo que los gurúes del marketing recomiendan, el contacto espaciado con la prensa aumenta el interés por las declaraciones públicas de la realizadora.
Por estas dos razones, Espectadores recomienda leer las respuestas que la cineasta le mandó por mail a la periodista María Fernanda Abad, y que El Tribuno de Salta publicó el domingo en su sección Blablax. A modo de síntesis, el blog también transcribe las -a su juicio- declaraciones más sabrosas de la autora de La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza y de -la hace años esperada- Zama.
A propósito de esta película cuyo estreno está previsto para la primera mitad de 2017, y que recrea la novela homónima que Antonio Di Benedetto publicó en 1956, Martel se refirió de la siguiente manera a la relación entre cine y literatura:
No hay motivos para convertir la literatura en cine, ni el cine en literatura. Lo que se convierte es el lector en guionista. Es una mutación producto de una infección que genera la buena literatura.
(…)
El cine, o para ser un poco más exactos, la narración audiovisual, puede exigir al espectador el mismo esfuerzo de imaginación que una novela. Donde dice mesa, cada lector imaginará una mesa distinta, y cuando pasamos al cine y aparece la imagen de la mesa, ya nadie pensará en otra mesa que ésa. Eso, estoy de acuerdo, es una pérdida. Pero la imagen tiene otras posibilidades más allá de ser referenciales y se multiplican con el sonido, por lo tanto escapar a esa pobreza es posible”.
Sobre la arista nacional de uno de los temas que aborda Zama, el de la identidad:
El mal de la Argentina no es la extensión, es la búsqueda frenética, patriótica de la identidad. Por eso nos va como nos va. La identidad no sirve para nada, salvo para justificar tarde o temprano la intolerancia. Si buscáramos la diversidad andaríamos mejor.
Lo que nos hace una comunidad no es identificarnos, sino la curiosidad porque el otro siga siendo otro, y así estar menos solos. En la búsqueda de la diversidad los modelos hegemónicos nos darían risa”.
Sobre el uso cinematográfico del silencio:
El silencio no existe en el cine ni en el universo, afortunadamente. El silencio es nuestra manera de reconocer algunas ausencias sonoras. Entro a mi casa y digo ‘Qué silencio’. Pero si presto atención, ya escucho la heladera, algún vecino lejano, el perro de la panadería, una motito doblando la esquina… y puedo estar toda la noche identificando sonidos distintos en medio de eso que al principio me pareció ‘Qué silencio’. ¿Y entonces qué es lo que me llevó a pensar en el silencio? Quizás la ausencia de alguna voz en particular.
Entonces, ¿qué es el silencio en el cine? Es generar en el espectador ausencias, una tarea apasionante”.
La reacción tras enterarse de que fue elegida miembro de la Academia de Hollywood, y por lo tanto integrante del jurado que entrega los premios Oscar: