Como por aquel entonces apenas leía, no contaba con los recursos felices e imaginativos que nos regalan las lecturas permitiéndonos escapar de las angustias que nos tienen a veces atrapados. Enrique Vila-Matas en El mal de Montano.
No es nada descartable que muchos escritores quisieran estar enfermos de literatura al mejor estilo de Enrique Vila-Matas, porque precisamente de eso se trata El mal de montano, de un crítico literario que está padeciendo de esa extraña dolencia del espíritu como resultado final del encuentro con grandes historias y mejores autores.
El tema del doble está presente a lo largo de la novela dando cuenta de una suerte de canon literario que el autor, transfigurado en ese crítico enfermo y desesperado, quiere evadir, pero que mientras más lo intenta, más se interna en el mundo de la literatura. Este personaje, como buen padre, sale en auxilio de su hijo que también es escritor, para ayudarlo a sobrellevar una terrible parálisis literaria tratando de “divertirle contándole todas estas historias de dobles y de dobles de dobles”.
El espejo del texto, o en todo caso, el aspecto lúdico que ofrece el desesperado crítico está camuflado a través de una suerte de diario en donde va contando su historia y construyendo el universo literario que lo domina (y que domina), del cual se quiere desprender hasta lograr pensar las cosas más triviales de la vida sin tener que aludir de una otra manera a un libro, es decir, a la literatura. Pero como es de esperarse, esto no sucede. El vicio, la adicción por lo que dice cada texto, es ineludible.
Mientras su hijo, Miguel de Abriles, quiere volver a la literatura a como dé lugar, puesto que sufre de un silencio absoluto que no le permite escribir una sola línea, el padre quiere huir de ella. Trata de no pensarla, pero es inútil; viaja por diversos países en el mundo, pero cada experiencia o anécdota lo lleva a recordar una ingente cantidad de autores y libros, cual si fueran virus enfermizos que no lo dejan en paz. A cada paso halla relaciones por doquier con lo literario, no en balde, considera que su madre tiene cierto parecido con Alejandra Pizarnik, pues así como la poeta argentina, “anduvo siempre entre barbitúricos y con claras tendencias al suicidio”. Y más adelante dice: “Este diario que se me está convirtiendo en novela”.
Por otra parte, el humor también está presente en El mal de Montano, encarnado en buena parte del libro por la presencia de Tongoy, un amigo del desesperado crítico con un inmenso parecido a Nosferatu. Las chanzas entre éstos van y vienen, aunque el renovado vampiro no pierde la ocasión para recordarle lo enfermo que está de literatura, sobre todo cuando su desesperado compañero quiere disfrazarse en determinadas ocasiones de “literatura” con la idea de transformarse en su redentor y salvarla de su inminente extinción en pleno siglo XXI: “encarnarme pues en ella e intentar preservarla de su posible desaparición reviviéndola, por si acaso, en mi propia persona, en mi triste figura”.
El mal de Montano, así como también lo es Bartebly y compañía (http://palabrasyescombros.blogspot.com/2009/06/bartleby-y-compania.html), es un libro de literatura sobre literatura y cualquier aproximación o reseña que se haga de éste, queda infinitamente corta por la cantidad de puntos que se pueden desarrollar del mismo y que quedan fueran por razón de tiempo (no de espacio). Parafraseando al propio Vila-Matas, quien hizo lo propio citando a Onetti, este libro es perfecto para los que sufren de Literatosis, esa extraña “obsesión por los libros” que más de uno padece.