La victoria soñada. Este Málaga sin límites puso ayer pie y medio en los octavos de final de la Liga de Campeones tras superar con creces al Milan, uno de los grandes de Europa. Las huestes de Pellegrini fueron fieles a la expectación despertada antes del partido, calificado de histórico con toda la razón del mundo. El pleno de puntos en el torneo continental, con nueve en tres encuentros merced a los siete goles a favor y ninguno en contra, hablan a las claras de un Málaga líder, grande, colosal, poderoso y descarado. La ovación unánime de unos aficionados que cantaron el himno a voz en grito a riesgo de quedarse afónicos fue el mejor premio para un equipo bendecido por los dioses. Por muy venido a menos que esté el Milan actual, llegaba a La Rosaleda invicto en la Champions, lo cual no desmerece el impecable partido de un Málaga llamado, a partir de ahora, a empresas de un fuste mayor si cabe que las que ha emprendido este año con la solvencia de su exquisito juego. El hombre del partido fue de nuevo Joaquín, que a su enorme calidad futbolística une esta temporada una fortaleza mental a prueba del mejor especialista en psiquiatría. El portuense anotó el gol más importante de la historia del Málaga, el de la victoria contra un grande de Europa y el que pone al equipo, salvo fracaso no contemplado en este momento dulce del equipo, en el bombo del sorteo de octavos de final de la máxima competición continental. Da la impresión de que al jugador andaluz le va la marcha de introducir incertidumbre y emoción en los partidos de su equipo. Así ha sucedido, al menos, en los dos últimos en el plazo de cuatro días. Si el sábado, contra el Valladolid, mandó a la grada el balón en el lanzamiento de un penalti y se resarció dos minutos después con el gol del triunfo, ayer repitió la historia. Jesús Gámez fue derribado por Constant dentro del área y Joaquín no dudó en coger el balón para intentar quitarse cuanto antes los demonios de encima. Desde la Tribuna sus gestos no denotaban confianza en sus posibilidades, pero el portuense se había puesto esa penitencia y allá iba con ella. Mandó de nuevo alto el balón tras dar en la parte de arriba del larguero. Lo que podía haber sido un 'gol psicológico' (corría el minuto 45) se fue al limbo del graderío de Fondo. Pero el ahora delantero no dejó que la espada de Damocles terminara por hacer su trabajo, ni tampoco la afición, que lo premió coreando su nombre con fuerza cuando el equipo se retiraba a los vestuarios. Esta vez tardó más, casi veinte minutos, en remediar su error, pero lo hizo a lo grande. Recogió un buen pase de Iturra al hueco, controló el balón y lo colocó por bajo junto al poste izquierdo del portero, con poco ángulo, pero el suficiente como para convertirse en el 1-0. Pero la jugada no fue fulminante porque el cuero dio en el poste y buscó el otro palo sin decantarse por entrar en la portería hasta el final. El suspense bendijo el lance esperado por una afición que enloqueció desde entonces y hasta el final del encuentro. Había empezado el Málaga el partido dubitativo y con errores en las entregas, provocados por la adelantada defensa y la ordenada presión del rival. La disciplina táctica italiana hizo mella en el conjunto local en esos primeros compases. Pero el grupo entrenado por Pellegrini iba a lo suyo, que no es otra cosa que impartir lecciones de fútbol. Pronto se hizo el cuadro de La Rosaleda con el control de un partido que, si presentaba varias incógnitas antes de celebrarse, sobre él sí pesaba la certeza de que el equipo anfitrión tendría muchas dificultades para sacarlo adelante. Aparece Isco Fue Isco el que se echó el equipo a la espalda al ecuador de la primera mitad. El benalmadense respondió a las expectativas despertadas en anteriores duelos y se hizo amo y señor del balón, un objeto que amaestra con la habilidad de un malabarista y que esconde con el arte de un mago. De un lado a otro del campo se desplazó sin descanso el ídolo malaguista perseguido por jugadores rojinegros, llamados a sufrir su calidad y presenciarla en primera fila. El Milan, que sorprendió a todos colocándose con un atrevido 3-4-3 en su disposición inicial, ofreció numerosas variantes de ese sistema obligado por un Málaga cuyos jugadores vuelven loco a cualquiera con sus cambios de ritmo, apoyos continuos y caracoleos. No en pocas ocasiones las huestes de Allegri le hicieron un guiño al 'catenaccio' defendiendo con seis hombres, temerosos de la enorme calidad que atesoran los hombres de Pellegrini. La otra cara de la moneda la ofreció el conjunto milanés en el tramo final del encuentro, cuando alineó a cuatro delanteros con las desesperadas incorporaciones de Pato y Bojan. De nada le sirvió al técnico visitante echar mano de todo su arsenal ofensivo, ya que si algo caracteriza a este Málaga que juega como los ángeles es la fortaleza de su empalizada. Caballero no sabe lo que es recoger el balón desde dentro de su portería en la Champions y en la Liga es el menos goleado. Puesto a superar al rival en todos los aspectos del juego, el Málaga hasta cometió más faltas que el Milan, palabras mayores cuando el rival es italiano. ¡Que siga la fiesta!
La victoria soñada. Este Málaga sin límites puso ayer pie y medio en los octavos de final de la Liga de Campeones tras superar con creces al Milan, uno de los grandes de Europa. Las huestes de Pellegrini fueron fieles a la expectación despertada antes del partido, calificado de histórico con toda la razón del mundo. El pleno de puntos en el torneo continental, con nueve en tres encuentros merced a los siete goles a favor y ninguno en contra, hablan a las claras de un Málaga líder, grande, colosal, poderoso y descarado. La ovación unánime de unos aficionados que cantaron el himno a voz en grito a riesgo de quedarse afónicos fue el mejor premio para un equipo bendecido por los dioses. Por muy venido a menos que esté el Milan actual, llegaba a La Rosaleda invicto en la Champions, lo cual no desmerece el impecable partido de un Málaga llamado, a partir de ahora, a empresas de un fuste mayor si cabe que las que ha emprendido este año con la solvencia de su exquisito juego. El hombre del partido fue de nuevo Joaquín, que a su enorme calidad futbolística une esta temporada una fortaleza mental a prueba del mejor especialista en psiquiatría. El portuense anotó el gol más importante de la historia del Málaga, el de la victoria contra un grande de Europa y el que pone al equipo, salvo fracaso no contemplado en este momento dulce del equipo, en el bombo del sorteo de octavos de final de la máxima competición continental. Da la impresión de que al jugador andaluz le va la marcha de introducir incertidumbre y emoción en los partidos de su equipo. Así ha sucedido, al menos, en los dos últimos en el plazo de cuatro días. Si el sábado, contra el Valladolid, mandó a la grada el balón en el lanzamiento de un penalti y se resarció dos minutos después con el gol del triunfo, ayer repitió la historia. Jesús Gámez fue derribado por Constant dentro del área y Joaquín no dudó en coger el balón para intentar quitarse cuanto antes los demonios de encima. Desde la Tribuna sus gestos no denotaban confianza en sus posibilidades, pero el portuense se había puesto esa penitencia y allá iba con ella. Mandó de nuevo alto el balón tras dar en la parte de arriba del larguero. Lo que podía haber sido un 'gol psicológico' (corría el minuto 45) se fue al limbo del graderío de Fondo. Pero el ahora delantero no dejó que la espada de Damocles terminara por hacer su trabajo, ni tampoco la afición, que lo premió coreando su nombre con fuerza cuando el equipo se retiraba a los vestuarios. Esta vez tardó más, casi veinte minutos, en remediar su error, pero lo hizo a lo grande. Recogió un buen pase de Iturra al hueco, controló el balón y lo colocó por bajo junto al poste izquierdo del portero, con poco ángulo, pero el suficiente como para convertirse en el 1-0. Pero la jugada no fue fulminante porque el cuero dio en el poste y buscó el otro palo sin decantarse por entrar en la portería hasta el final. El suspense bendijo el lance esperado por una afición que enloqueció desde entonces y hasta el final del encuentro. Había empezado el Málaga el partido dubitativo y con errores en las entregas, provocados por la adelantada defensa y la ordenada presión del rival. La disciplina táctica italiana hizo mella en el conjunto local en esos primeros compases. Pero el grupo entrenado por Pellegrini iba a lo suyo, que no es otra cosa que impartir lecciones de fútbol. Pronto se hizo el cuadro de La Rosaleda con el control de un partido que, si presentaba varias incógnitas antes de celebrarse, sobre él sí pesaba la certeza de que el equipo anfitrión tendría muchas dificultades para sacarlo adelante. Aparece Isco Fue Isco el que se echó el equipo a la espalda al ecuador de la primera mitad. El benalmadense respondió a las expectativas despertadas en anteriores duelos y se hizo amo y señor del balón, un objeto que amaestra con la habilidad de un malabarista y que esconde con el arte de un mago. De un lado a otro del campo se desplazó sin descanso el ídolo malaguista perseguido por jugadores rojinegros, llamados a sufrir su calidad y presenciarla en primera fila. El Milan, que sorprendió a todos colocándose con un atrevido 3-4-3 en su disposición inicial, ofreció numerosas variantes de ese sistema obligado por un Málaga cuyos jugadores vuelven loco a cualquiera con sus cambios de ritmo, apoyos continuos y caracoleos. No en pocas ocasiones las huestes de Allegri le hicieron un guiño al 'catenaccio' defendiendo con seis hombres, temerosos de la enorme calidad que atesoran los hombres de Pellegrini. La otra cara de la moneda la ofreció el conjunto milanés en el tramo final del encuentro, cuando alineó a cuatro delanteros con las desesperadas incorporaciones de Pato y Bojan. De nada le sirvió al técnico visitante echar mano de todo su arsenal ofensivo, ya que si algo caracteriza a este Málaga que juega como los ángeles es la fortaleza de su empalizada. Caballero no sabe lo que es recoger el balón desde dentro de su portería en la Champions y en la Liga es el menos goleado. Puesto a superar al rival en todos los aspectos del juego, el Málaga hasta cometió más faltas que el Milan, palabras mayores cuando el rival es italiano. ¡Que siga la fiesta!