El MALI –Museo de Arte de Lima- clausura la muestra de Gil de Castro, el pintor de los libertadores

Por Joseantoniobenito

Es fruto de 6 años de trabajo de investigación desde las instancias diplomáticas de Chile-Argentina y el Perú; reuniendo obras dispersas en estos tres países, y todas ellas perfectamente restauradas, y que comenzó la  Fundación Getty de Los Ángeles.

Me ha costado identificar cuadros delMuseo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perúcomo el de Monseñor Juan Reymúndez, electo obispoArzobispado de Ayacuchoo los benefactores de laCasa De Ejercicios Espirituales Santa Rosa. Me parece excelente el folleto que se entrega y el Catálogo a todo color en venta. Felicitaciones, MALI. Les comparto el texto de la directora del MASLI Natalia Majluf y el reportaje publicado en la prensa local http://elcomercio.pe/gil-de-castro/historia/

El Museo de Arte de Lima - MALI, el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo Histórico Nacional de Chile se unen para presentar la muestra más representativa de la obra de José Gil de Castro (Lima, 1785-1837), conocido como el "pintor de los libertadores". Gil de Castro fue el retratista oficial de los principales héroes del proceso revolucionario en América Latina y es considerado el artista fundador de la pintura republicana en Argentina, Chile y Perú.

Organizada en el marco de los bicentenarios de la Independencia, esta exposición itinerante se ha presentado en Lima (se clausuró el domingo 22 de febrero), Santiago y Buenos Aires, y viene acompañada de una publicación que complementa este importante trabajo de investigación sobre la vida y obra del pintor.

El pintor José Gil de Castro nació en Lima, Perú, en 1785 y murió en la misma ciudad, alrededor del año 1850. La partida de matrimonio de sus padres consigna a Mariano Carbajal Castro como pardo libre y a María Leocadia Morales como negra y esclava. Aunque su madre obtendría su libertad poco antes del nacimiento de Gil, su hermano mayor pasó su infancia y adolescencia como esclavo. Así, aunque nacido libre y en el aura de la legitimidad que le otorgaba el matrimonio de sus padres, la esclavitud era aún un estigma familiar del que Gil de Castro no podría escapar del todo. La vida del "Mulato Gil", apodo con el que se le conocería en Chile, estuvo orientada hacia el ámbito militar, alcanzando el grado de Capitán de Milicias en la ciudad de Trujillo, PerúEn dicho lugar comenzó su formación artística, en el taller de Julián Jayo, y prosiguió luego en Lima, en la Escuela Pública de Pintura, donde recibió clases del español José del Pozo, y probablemente en el taller de Pedro Díaz (act. 1770-1810), destacado pintor y retratista cercano a la corte virreinal, a quien debió asistir por varios años siguiendo el régimen regular de enseñanza de los oficios que entonces regía. Entre las artes manuales todavía consideradas "mecánicas", la pintura era probablemente una de las que mayor prestigio alcanzaba, una práctica atractiva para quienes, como Gil de Castro, buscaban en esa profesión no solo un medio de subsistencia sino una vía para el ascenso social.

Sabemos que hacia 1807 recibe algunos encargos importantes en Lima, pero se pierde su rastro poco después. Posiblemente en busca de mayores oportunidades, parece haber pasado al norte, de donde provenían sus padres, pues más adelante se declara "Capitán de Milicias disciplinadas de la Ciudad de Trujillo, y agregado al Cuerpo de Yngenieros". Podría incluso especularse si acaso la resolución arriesgada de pasar a un territorio en guerra como era Chile en 1813 haya tenido que ver con alguna expectativa respecto de las posibilidades que el nuevo régimen republicano pudiera quizás abrirle. Lo cierto es que no debió encontrar en Santiago un sistema demasiado distinto al que había conocido en Lima, salvo por el hecho de que allí, ante la ausencia de retratistas de igual importancia, sí podría ocupar el lugar privilegiado de primer pintor de la ciudad.

Se convirtió en el pintor requerido por la monarquía española. En efecto, en el corto pero intenso período de la reconquista, entre 1814 y 1817, en que los realistas tomaron brevemente las riendas del poder en Chile, Gil de Castro ganó preeminencia como el pintor de elección de las familias identificadas con la monarquía española. Sus retratos de Fernando VII, de la aristocracia chilena y de algunos de los más conspicuos funcionarios realistas, señalan no tanto una posición personal como los grupos a los que, inevitablemente, debió servir en ese momento político. La victoria patriota en Chacabuco en febrero de 1817 sellaría el fin del viejo orden y abriría una nueva etapa en el proceso revolucionario en la región. Santiago sería, en los años siguientes, el centro a donde confluirían las principales fuerzas de la causa de la Independencia. Con las tropas de José de San Martín se establecerían entonces en Santiago los altos oficiales procedentes del Río de la Plata, corsarios y militares europeos, así como diplomáticos, comerciantes y políticos de distintos puntos.

Así, el mismo año en que firmaba su último retrato de Fernando VII, Gil de Castro empezaba la gran serie de lienzos dedicados a San Martín, su círculo de oficiales y a las figuras prominentes del nuevo Estado independiente de Chile, convirtiéndose en el retratista oficial de Bernardo O'Higgins. En reconocimiento a sus "méritos y servicios", fue incorporado como capitán de fusileros –un cargo esencialmente honorífico– del Batallón de Infantes de la Patria, una compañía de milicias disciplinadas integrada por artesanos pardos.

Hacia julio de 1822, siguiendo el camino abierto por la Expedición Libertadora, regresa a su ciudad natal. Sus estrechos vínculos con San Martín, entonces Protector del Perú, le permitieron acceder rápidamente a los círculos patriotas de la capital. Pinta entonces lo que podría considerarse el primer retrato de Estado del Perú republicano, el de José Bernardo de Tagle como Supremo Delegado del Perú, cargo que ocupaba por ausencia temporal de San Martín, quien entonces se entrevistaba con Bolívar en Guayaquil.

Su estancia en Lima se vería interrumpida por la toma realista de la ciudad, que lo obliga a pasar temporalmente a Santiago hasta que la victoria patriota en Ayacucho sellara el fin de la guerra. El retorno a Lima a inicios de 1825 ubicaría a Gil de Castro en una situación compleja frente a un escenario político enteramente distinto. Para quien alcanzó fama como retratista bajo la protección del círculo de San Martín, el ascenso de Bolívar implicaba un tablero de juego completamente nuevo.

Pero el pintor pronto logró establecerse como el retratista de elección del Libertador, llegando a crear las imágenes emblemáticas del héroe venezolano. Sin embargo, su fama no parece haberse extendido a partir de este punto tanto como las imágenes que creó. A lo largo de la década de 1830 disminuyó su producción. Todo indica que en los últimos años de su vida habría empezado a quedar relegado frente al surgimiento de una nueva sensibilidad estética, surgida con la llegada de artistas y obras europeas.

El modelo cosmopolita se instaló en las esferas más altas de la sociedad criolla y la pintura dejó de ser una profesión plebeya. Esto permitiría explicar el olvido en el que cayó su nombre por largo tiempo. Es evidente que Gil de Castro no logró trascender las limitaciones impuestas por las rígidas jerarquías que, contra el discurso igualitario que voceaba, la sociedad republicana heredó del antiguo régimen. Su estatuto racial, silenciado y rara vez mencionado en las fuentes es, finalmente, el asunto central que contribuye a comprender la ambigua ubicación social del pintor.

La insistencia en los títulos y cargos honoríficos que colocó junto a sus firmas han permitido asegurar la memoria de su nombre en el plano hipotético de una sociedad sin diferencias, ese ideal democrático que las revoluciones de la Independencia quizás no lograron realizar, pero que sin duda permitieron primero imaginar

En cuanto a la técnica, hay que resaltar que el óleo es la técnica fundamental en la obra del Mulato Gil, quien se aplica temáticamente a realizar retratos de la aristocracia y de los grandes políticos y militares de la época de la Independencia en América Latina, en un estilo cercano al neoclásico

Gil de Castro es fundamental en la historia de la pintura chilena, porque fue el encargado, por medio de sus numerosos retratos, de dejar testimonio visual de la apariencia física de importante personalidades nacionales. Si durante la época virreinal el arte estuvo regido por las directrices propias de la evangelización católica, reflejada en innumerables representaciones de escenas bíblicas, de Cristo crucificado o de la Virgen, durante el período de Independencia, el arte cambió su temática, con el doble fin de asentar una nueva identidad cultural para los países nacientes, y funcionar como documento de los hombres y mujeres que participaron de ese proceso histórico.

En ese nuevo marco se inserta la obra del peruano José Gil de Castro, quien asumió el papel de testigo ocular de la Revolución en Latinoamérica, a través de Retratos de los personajes que encarnaban los nuevos ideales. Con el fin de ensalzar a aquéllas figuras, convirtiéndolas en modelos que objetivamente pasaran a la historia como héroes, el pintor claramente debió asumir, aunque con residuos de los parámetros coloniales, el estilo y las técnicas del Realismo, como el modo de apropiarse de los rasgos esenciales y característicos de las personas. Para la composición del cuadro, Gil de Castro determinaba los rasgos y rictus propios del rostro elegido, así como la estructura del cuerpo, y posteriormente elegía el ambiente adecuado.

Entonces, una vez captada la fisonomía del personaje, el pintor lo vestía de acuerdo al rol y condición del éste, bajo los imperativos de la moda francesa, tan en boga durante la época de la Ilustración. Luego, el escenario era compuesto por fragmentos, es decir, el Mulato elegía el espacio y los objetos que mejor representaran al modelo, y después los traducía uno a uno, integrándolos en el todo de la pintura, aunque esos objetos provinieran de contextos diferentes. De este modo, el retrato no es realista por completo, pues el pintor inventa una atmósfera simbólica, que funciona más como alegoría, que como captura de lo inmediatamente visible. El pintor, consciente de que su obra no es copia fiel de la persona, sino una interpretación pictórica cargada de misterio, se sitúa como un verdadero artista moderno y, sobre todo, como el Padre del Género del Retrato en Chile, Perú y Argentina.

Magnífica iniciativa para crear lazos entre las naciones, a las puertas del bicentenario de la Independencia, 1821 en el Perú, un buen momento para mirar al pasado y su identidad, asumir la realidad en el marco de un mundo globalizado, apostar por un futuro de desarrollo integral e inclusivo.