Así describía Julio Verne en 1870, en su Veinte mil lenguas de viaje subjarino, los terrores del poderoso remolino señalado por los cronistas desde al menos el siglo XVI; aunque no fue sino tras el espeluznante relato de Edgar Allan Poe Descenso al Maelstrom que esta palabra se hizo popular. Poe, como Verne, Melville y otros novelistas, relataron exageradas descripciones de colosales y hambrientos vórtices marinos que llegaban hasta el mismísimo fondo del océano, pero en realidad el ojo de dichos remolinos rara vez excede de un metro ni su profundidad de cinco, y ningún torbellino oceánico crea un embudo giratorio de las características fantaseadas por los escritores.
Con todo, el Moskstraumen -como lo llaman los noruegos- es real y se ha cobrado muchas vidas entre los malhadados pescadores que se aventuraron haica él en un mal momento de la marea; y, en cualquier caso, la figura literaria ha sido lo bastante poderosa y sugerente como para hacerme recorrer ocho mil quilómetros para venir a ver de qué se trataba.
Se cree que la palabra deriva del holandés mael, y significaría "corriente de molino"; y es que, según una vieja leyenda, en cierta ocasión cayeron junto a las costas noruegas dos mágicas piedras de molino, y fue su eterno amolar el que originó esos torbellinos letales. Pero los antiguos noruegos utilizaban otra palabra, quizá más evocadora: , o "agujero en el océano", pues atribuían el remolino a la existencia de un agujero sin fondo que se tragaba las aguas del mar como un gigantesco sumidero.
Así que, después de tanto anticiparlo, por fin estoy en Saltstraumen para ver con mis propios ojos el fenómeno. Hoy es 24 de agosto de 2014, un día ventoso, soleado y muy bonito. La vista desde el alto puente que salva el estrecho es magnífica, privilegiada, y desde aquí se observa con claridad la forma en punta de flecha que hace la corriente de la marea al entrar en el fiordo. Los remolinos se forman sobre los bordes de esa flecha; pero ni con mucho son tan impresionantes como yo había esperado. Y es que, salvo por el hecho de saber que no se trata de un río, esto en poco se diferencia de uno que tenga mediano caudal.
Estas fuertes corrientes se forman por las diferencias de nivel, con las mareas, entre el océano abierto al oeste del archipiélago Lofoten y las relativamente recogidas aguas de los fiordos interiores; y concretamente en este punto 400 millones de metros cúbicos de agua pasan cada seis horas, en una u otra dirección, por un canal de 150 m de anchura para compensar el nivel del mar en el Vestfjorden. O al menos eso dice la teoría. Pero, tras tirarme aquí un buen rato, esto no parece que se ponga más emocionante. Quizá para ver un remolino más espectacular haya que venir en época de mareas vivas, pero entonces tendré que esperar a mi próxima reencarnación.
En Moby Dick, la novela de Melville, el fanático capitán Achab revela a su tripulación que el verdadero propósito de su viaje es perseguir a la malévola ballena blanca que le cercenó la pierna. Sí, sí, decía Achab, y la perseguiré por el cabo de Buena Esperanza, por el de Hornos, por el Malstrom noruego y por las llamas del infierno antes que rendirme.
* * *
Así que eso fue todo: curioso, pero algo decepcionante. Y como Saltstraumen era mi último objetivo para Noruega, me toca ya abandonar este país de increíbles e inacabables paisajes y regresar a la Europa "normal". Próxima misión: pasar a Suecia -cuya frontera nunca queda muy lejos- cruzando las montañas vía Junkerdal. ¿Tengo ganas de marchar? Pues no lo sé: por un lado me apetece ya un cambio de país (y dejar atrás la locura de los precios noruegos), pero, por otro, me da pena abandonar esta tierra tan fascinante e inigualable.
Dirección, pues, sudeste desde Saltstraumen. El terreno asciende todo el rato y en cosa de 40 km paso de las frondosas y relativamente pobladas tierras del litoral a una región montañosa casi inhabitada, con un paisaje de bosque muy ralo, árboles pequeños y pastizales. El cielo está aquí nublado y hace un fresco considerable. Parada para ponerle el forro al chaquetón motero y proseguir. Poco después, al doblar una curva, en mitad de la carretera me encuentro un rebaño de cabras y, mientras me abro camino entre ellas, me doy cuenta de que Noruega es un país bastante más rural de lo que normalmente nos imaginamos; quizá más rural que España, donde esto de las ovejas por la carretera se ve cada vez menos, y en lugares más apartados.
Al llegar a Storjord me espera una mala noticia: la carretera de Junkerdal está toda en obras del lado sueco, aunque no cortada. ¿Me aventuro? Pregunto por allí y me dicen que las obras son un pedregal, y que varios viajeros en los últimos días han tenido pinchazos; así que ni hablar; sería insensato intentarlo con Rosaura. Lástima, porque esa ruta es secundaria y me parece más interesante que esta por la que tendré que continuar, la E6, que al ser la única carretera que vertebra Noruega de un extremo a otro y no haber alternativas a ella en su tramo central, tiene aquí un tráfico incesante, aunque no sea denso. Entre el norte y el sur del país no existen más vías que la E6 y la del tren.
Me resigno, pues, a cambiar de planes y bajar hasta Mo i Rana, de donde arranca el siguiente paso a Suecia; pero eso significa que tendré que quedarme en Noruega aún esta noche.
Hacia el sur, la E6 sigue ascenciendo, y al cabo de poco me hallo de nuevo pasando por una región de glaciares, que menudean, pequeños, en las cimas a uno y otro lado de la carretera. El paisaje aquí está pelado, el terreno es pedregoso, con una vegetación de tundra, y el viento sopla recio y frío: 11 ºC según Rosaura. Al cabo de un rato, en mitad de esta desolación, un pequeño centro comercial junto a una enorme explanada: es la turistada del círculo polar. ¿Así que aún estaba en el Ártico? Me había olvidado de ello, y caigo ahora en la cuenta de que llevo varias semanas en las regiones polares; lo cual dicho así, regiones polares, suena muy aventurero, aunque ¡ya ves tú, la aventura! Aprovecho para hacer una parada, intentar entrar en calor y, de paso, sacarme la foto.
A partir de aquí el terreno empieza a descender, los glaciares quedan atrás, el paisaje se hace más verde, la temperatura más templada y el viento amaina, menos mal. Un poco antes de llegar a Storforshei (ya cerca de Mo i Rana) encuentro una granja que ofrece alojamiento. En torno a una praderita con el césped segado a estilo militar se distribuyen una decena de cabinas rústicas pero en buen estado, limpias, espaciosas y confortables. El precio es asequible. ¿Tarjeta de crédito? No, sólo cash. Pero las últimsa coronas me las gasté ya, pensando que a estas horas estaría en Suecia. No hay problema: el hombre, amable, acepta que le pague con euros, a un cambio justo.
Es un granjero en sus cuarenta, simpático y hablador, cuya cultura me sorprende al cabo de un rato de charla. A él, a su vez, le sorprende mi inglés, porque los españoles (no te ofendas, dice) no suelen hablarlo. No me ofendo.
Hablamos de varias cosas, como la idea de que aprender historia es mucho más interesante a nuestra edad que a aquélla en que nos toca aprenderla, o las mezclas de sangre; y a colación de ésta me cuenta una curiosidad: en el norte de Noruega hay algunos pueblos cuyos habitantes tienen mezcla de sangre española porque no era raro que, en pasadas épocas, los pescadores gallegos naufragasen en aquellas costas; y como los supervivientes a menudo no podían regresar a su tierra sino hasta el cabo de varios meses, algunos acababan asentándose. En concreto, uno de esos pueblos -concluye- conserva aún la tradición de la siesta que incorporaron aquellos náufragos españoles.
Lo primero bien puede ser, pero esto último no lo creo; aunque, ¿quién sabe?
Con idea de darme un paseo, me pongo a caminar por una vereda cualquiera que, al cabo, viene a morir en la carretera. No lejos, veo una iglesia y me dirijo hacia ella; una iglesia aislada, en medio de ninguna parte, sin aparente conexión con localidad alguna y que parece no venir a cuento de nada. La han bautizado con el evocador e intraducible nombre de (algo parecido a Nunca). A su alrededor hay un camposanto sin límites definidos que tiene demasiadas tumbas para zona tan poco poblada como ésta. Las lápidas no son muy antiguas: en su mayoría, de los últimos cincuenta o sesenta años.
Intrigado, leo al azar algunos nombres. Peter Larsen Osterdal me hace recordar a Jack London. ¿Por qué le puso este apellido a su Lobo de mar? Una veintena de pasos más allá, Albertine Storly y Konrad Habit Storly yacen juntos, vecinos a Johannes Kristian Storly. ¿Cómo se conocieron? Albertine, la francesita que se casó con el noruego. ¿Qué la trajo aquí, o qué llevó a Konrad hasta Francia? ¿Qué historia fue la suya? Cada vida humana sería -creo- digna por sí sola de una novela. Hacia ese otro lado, una Sophie Calbero esposa de David Calbero; esto sí que no suena a nórdico, sino más bien a latino (a latino de verdad, quiero decir). ¿Fue Calbero uno de esos pescadore españoles? Más acá encuentro a Lars Kristian Larsen y Elías Larsen... Sí, de Noruega hubo de sacarlo el novelista norteamericano.
Pero se me hace tarde y será mejor que vuelva a la granja, no sea que la incierta noche se me eche encima en este cementerio de una iglesia llamada Nunca...