Las tropas de Fernando III asediaban la ciudad sevillana desde varios flancos. En el sur montaron un gran campamento donde el Maestre D. Pelayo Pérez Correa, enfermo por las heridas de una flecha enemiga, recordaba los últimos años de continuas guerras.
En el delirio febril soñaba con una mezcla de imágenes de las batallas y de la paz; veía cómo era investido gran maestre de la Orden de Santiago en Mérida, de pronto aparecía en el sueño la Cruz de Santiago goteando sangre, cabezas cortadas de musulmanes rodaban a sus pies, también veía en sus sueños al Infante D. Alfonso (que sería Alfonso X de Castilla a quién iba a servir durante años), la imagen del infante se mezclaba con la de su padre, el rey Fernando III en uno de sus ataques de hidropesía.
Finalmente el sueño le hacía evocar la infancia, en su tierra portuguesa donde pasaba sed, mucha sed…, despertaba bruscamente pidiendo agua.
Al cuidado del Maestre D. Pelayo estaba Juan de Osuna quien humedecía los secos labios intentando calmar su sed.
El caluroso verano de 1248 hacía muy dura la conquista de Sevilla. Llevaban varios meses combatiendo sin descanso, desde el año anterior. Atrás quedaban los recuerdos de tantas ciudades: Cabra, Marchena, Zafra, Morón… todas pasaron a la corona de Fernando III y ahora quedaba Sevilla.
Como la fiebre no bajaba y el Maestre seguía delirando, su asistente Juan de Osuna decidió llamar a Omar, un musulmán de los quinientos que el Rey de Granada había enviado para ayudar a Fernando III. Decían que Omar tenía poderes para curar y había sanado a muchos heridos. Cuando llegó a los aposentos de D. Pelayo pidió que les dejaran solos. Tomó la mano derecha del Maestre y mirando fijamente a sus ojos dijo unas frases en árabe. Durante dos días el musulmán hizo varias visitas repitiendo el rito.
El contacto de Omar resultó para D. Pelayo milagroso, ya que fue sanando progresivamente y lo más sorprendente es que cada vez que cogía la mano del Maestre la sed desaparecía sin necesidad de beber agua.
Cuando por fin D. Pelayo se sintió completamente recuperado, agradeció los cuidados de Omar y le nombró caballero personal, manteniendo una verdadera amistad. Le resultaban admirables los poderes que tenía, sobre todo cuando Omar estaba a su lado, ya fuera en la batalla, con el calor y el cansancio, nunca tenía sed.
Pero la gran amistad del Maestre y el musulmán no era bien vista por todos los guerreros. Algunos murmuraban que no era bueno para la fe cristiana ni para los objetivos de conquistar Sevilla.
Una noche, cuando Omar regresaba a su tienda, fue atacado por dos de los combatientes cristianos que le envidiaban. El cuerpo del musulmán fue atravesado por las traidoras espadas y quedó agonizando cerca del campamento bajo la luna sevillana.
Al día siguiente todos los que formaban el acuartelamiento despertaron con tal sed que bebieron toda el agua que había en los cántaros, dejando vacíos todos los recipientes. Don Pelayo, quien también sufrió la sed, hizo llamar de inmediato a su amigo Omar, pero el árabe no estaba en su tienda. Después de buscar a fondo por el recinto militar y alrededores llegó la triste noticia: había sido encontrado muerto cerca del campamento, entre unos árboles, desangrado. Al ver el cadáver de su amigo, D. Pelayo juró venganza para los traidores y rápidamente comenzó a hacer averiguaciones sobre el asesinato, pero todo resultó inútil ya que nadie sabía nada respecto a la muerte del árabe.
Sumido en una profunda tristeza, D. Pelayo recordaba los buenos momentos que compartió junto a Omar, mientras el ejército comenzaba a pasar cada vez más sed ya que no había agua y el calor era más sofocante.
Al atardecer, el bochorno del verano no descendía y cuando iban a dar sepultura a Omar, comunicaron al Maestre las defunciones de dos soldados completamente deshidratados que antes de morir habían confesado su participación en el asesinato del árabe.
Ante la tumba de su amigo, D. Pelayo inclinó las rodillas y dijo la siguiente plegaria: “Descansa en Paz amigo Omar, que tu Dios Alá te dé la gloria, ya se hizo justicia con tus asesinos, ¡Ojalá llegue el día en que los hombres puedan vivir juntos sea cual sea su Dios y aunque el color de la piel y costumbres sean diferentes!”. Pronunciando esto clavó enérgicamente su espada en la tierra, brotando al momento un manantial de agua que poco a poco comenzó a inundar los alrededores del campamento.
El manantial abasteció sobradamente las necesidades del ejército de Fernando III, pudiendo tener agua durante los meses de asedio a Sevilla sin ninguna escasez.
El prodigio causado por la espada de D. Pelayo fue rápidamente extendido y comentado entre las tropas, quienes llamaban al lugar "El manantial de la amistad", sin embargo los futuros intereses de algún monarca de las dinastías venideras cambiaron el nombre del lugar por otro más conveniente a sus deseos absolutistas, el nombre pasó a ser "La Fuente del Rey", atribuyendo el fenómeno acaecido a otros intereses completamente distintos a los de la amistad entre los hombres.
Sin embargo se dice que los que acuden al manantial mantienen su amistad para siempre.
Este lugar, llamado Fuente del Rey, es la barriada de la ciudad de Dos Hermanas (a pocos kilómetros de Sevilla), donde se puede contemplar el lago que D. Pelayo con su espada hizo brotar.
Desde 2013, la barriada nazarena de Fuente del Rey recrea su pasado en los alrededores de la laguna. Un marco incomparable donde los vecinos de este núcleo urbano de Dos Hermanas (Sevilla) están rememorando los orígenes de esta zona, marcados por la Reconquistade Sevilla, en 1248. Cristianos y musulmanes se entremezclan entre el público visitante durante el fin de semana en Fuente del Rey, con un nexo común, revivir los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en el barrio. Vecinos que representan a las tropas cristianas, otros tantos que emulan a los árabes y otros muchos que van ataviados con losropajes de la época crean un marco singular en esta zona anexa a la laguna de la que se puede disfrutar hasta este domingo por la tarde, cuando concluyan todos los actos. Fuente: http://www.zafara.org/
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