Como muchas grandes novelas, empieza con una hermosa frase inicial: "Se marcharon los dioses, el dia de la extraña marea". Esa frase, que tranquilamente puede ser el verso del algún poema, resume bien, no sólo la historia sino también la tónica del libro, de frases que son prosa poética (o que por lo menos lo intentan). Nos enfrentamos a un largo monólogo, donde el protagonista nos transmite sus pensamientos, sus recuerdos, sus emociones, sus medios. El problema es que no sé hasta que punto la gente piensa con palabras como "estiloide cubital", "tegumento", "cinéreo", "rinofina" o "azagaya", a las que la verdad no estoy muy acostumbrado.
Este tipo de estilo privilegia la forma sobre el contenido, describiendo imágenes hermosas pero que no ayudan mucho a mantener el interés por la trama. Tiene hartas descripciones, minuciosas, detalladas de todo lo que rodea el mundo de los personajes: el óxido de la puerta, las arrugas de una vieja, la ropa, las que, aunque quizás no agotan, no sé hasta que punto aportan al desarrollo del conflicto (pienso en la ropa y la comida en los libros de Murakami o en las descripciones de hojas, montañas y hasta piedras en El señor de los anillos). Pero ¿cuatro páginas para explicar como se mira en el espejo? (p. 109-113). Ya mucho, ya.
En resumen, el libro, más que una novela, es una especie de largo monólogo-elegía en prosa, prosa poética. Las relaciones entre los personajes, tanto de la familia Grace como ésta con Rose, como entre los hermanos Grace, o la de los inquilinos con la sra. Vavasour están plagados de silencios, de sobreentendidos, de misterios que se van aclarando al final de la novela aunque sin dejar cierta sensación de ambigüedad. El repentino cambio de ritmo, en la recta final de la historia, si bien interesante, no basta para ponerle punche a una trama más bien lenta, sin mayores peripecias.