Si Ruano tuvo algo bueno, los autores no lo han encontrado. El libro se puede leer como una biografía en la que no quedan fuera ni las pulsiones sexuales del escritor al que le gustaba ver “a su secretario y a su amante en la cama. Ella, ataviada únicamente con katiuscas. Trabajó de manera encubierta para los alemanes: Cobraba por hacer propaganda del régimen y firmaba trabajos que no había escrito“. Pablo Jiménez, director general de la Fundación Mapfre y depositario de buena parte del archivo del escritor, no dejó ver a los autores del libro los papeles que obran en su poder, al considerar que se trataba de un libro contra Ruano. Y niega cualquier tipo de relación entre el cambio de titularidad y orientación del premio que llevaba el nombre de Ruano desde que se inauguró en 1975.
Los autores hablan de la detención de Ruano por la Gestapo, en 1942, cuando guardaba en los bolsillos de su impecable terno un pasaporte en blanco de una república americana, un diamante del tamaño de un huevo y un fajo de 12.000 dólares. De su detención de 78 días en la prisión militar de Cherche-Midi, de sus conversaciones con algunos detenidos y de su sometimiento a un falso fusilamiento. En los dietarios de Joan Estelrich, jefe de prensa y propaganda de Franco, así se interpreta su arresto y puesta en libertad por la Gestapo: “Entonces usted no ha querido favorecer a los judíos, usted solo ha querido estafarlos”. “Sí”. “Usted no es un agente de los judíos, usted solo es un sinvergüenza”. Abandonó la cárcel, pero la Gestapo no lo perdió de vista y él siguió colaborando con ella. Luego, al acabar la guerra, Ruano abandona la Francialibre y vuelve a España. Pero, a su paso por el París ocupado, deja también asuntos sin resolver. Una sentencia lo condenaba a 20 años de trabajos forzados por “inteligencia con el enemigo” y a la indignidad nacional que no fue cumplida por Ruano, quien regresó a España y retomó su brillante carrera como cronista. Al fin y al cabo, los suyos habían ganado la guerra. Amnistías posteriores borraron casi todas las huellas de la condena.
Entre 1940 y 1943, Ruano mantuvo abiertas tres casas en el París ocupado, una de ellas de un judío huido al que desvalijó. Había llegado huyendo de Berlín, acompañado de su compañera Mary de Navascués y de su hijo, César, recién nacido. La única época en que no trabaja como periodista, hace fiestas e invita a paella a los surrealistas de Montparnasse con los que colaboraba. Sala Rose sostiene que el relato de los hechos deja patente el ambiente de la colonia española establecida en París, donde “la podredumbre moral abarcaba a gente de izquierdas y de derechas. Se sabía que traficaba con joyas y cuadros pero rumores nunca probados apuntaban que también podía haber tenido que ver con el mercado negro de salvoconductos para los judíos que huían, desesperados, de los nazis”.En el prólogo de su libro “Seis meses con los nazis”, una anticrónica del boicot a los judíos, Ruano no escatima elogios hacia el nacionalsocialismo y hacia Adolf Hitler, un hombre “simple y genial”, “ennoblecido por el sacrificio”. Ruano no fue jamás un modelo cívico sino más bien un vividor, un golfo, y un escritor aseñoritado que aspiró al marquesado de Cagigal, que Alfonso XIII le prometió en Roma, en 1939, si volvía al trono de España. Pero el rey no volvió y Ruano sólo fue (aunque con todos los aires) un marqués ful… Un marqués que no se vendió al ‘cobre roñoso’ de la derecha española sino directamente al oro de Joseph Goebbels, el brillante ministro del Tercer Reich para la Ilustración Públicay Propaganda. “Vendió su alma con mucha vaselina, con tal facilidad que los propios nazis acabarían mosqueados, calificándole, en 1939, de persona ‘poco fiable’ y sospechoso de trabajar para los ‘servicios de inteligencia enemigos’”.
Mañana: “El marqués y la esvástica” (Y III).