Al fin, un día, luego de piadosas consideraciones, Nicéforo decidió pedir perdón a Sapricio delegó a algunos amigos para que fueran adonde Sapricio a pedirle perdón en su nombre, prometiéndole toda la satisfacción que fuera necesaria. Pero Sapricio se negó a perdonarle. Así dos veces más, y siempre con el mismo resultado: la negativa del presbítero a reconciliarse. Entonces Nicéforo, viendo que sus amigos comunes nada habían podido hacer fue en persona a casa de Sapricio, y echándose a sus pies, le pidió perdón en nombre de Cristo. Mas en vano.
He aquí que estalló la persecución de Valeriano y Galerio y en 258 Sapricio fue aprendido por cristiano. Le llevaron ante el gobernador y Sapricio confesó valientemente a Cristo diciendo: "Los cristianos reconocemos a un solo Señor y Maestro, Jesucristo, que es Dios; el único y verdadero Dios, que creó el cielo y la tierra. En cuanto a los dioses de los paganos, sabemos que no son más que demonios". Fue condenado al potro, pero allí también dio gala de su fe cristiana. Entonces fue condenado a la decapitación.
Sapricio recibió la noticia con alegría y se encaminó al lugar del martirio. Mientras, Nicéforo salió corriendo a su encuentro y, arrojándose a sus pies, dijo: "Mártir de Jesucristo, perdona mi pecado". Pero Sapricio ni le miró, ocupado en sus oraciones. Nicéforo corrió y le salió al encuentro otra vez suplicándole le perdonara antes de morir por Cristo, más Sapricio continuó con su corazón endurecido, camino del suplicio. Los soldados se rieron de Nicéforo, diciendo: "Nunca se ha visto a nadie más tonto que tú, que vas pidiendo el perdón de un hombre que está a punto de ser ejecutado". Al llegar al sitio de la ejecución Nicéforo redobló sus súplicas por tercera vez, pero Sapricio continuó con su obstinación en no perdonarle.
Y he aquí que al momento en el que los soldados le obligaron a poner rodilla en tierra y doblar el cuello, el Espíritu Santo que le había animado a confesar a Cristo, le abandonó por su obstinación en el pecado, y Sapricio cayó víctima del terror, diciendo: "Deténganse, amigos míos, no me maten. Haré lo que desean: estoy dispuesto a sacrificar a los dioses". Nicéforo, consternado por su apostasía, le gritó en voz alta: "Hermano, ¿qué haces? No pierdas una corona que ya has ganado por la tortura y el sufrimiento." Pero Sapricio no le escuchó y sacrificó a los dioses, renegando de Cristo.
Entonces Nicéforo, con lágrimas de amarga amargura por la caída de Sapricio, dijo a los verdugos: "Yo soy cristiano, y creo en Jesucristo, a quien este desgraciado ha traicionado; miradme aquí, dispuesto a morir en su lugar". Los soldados quedaron impresionados y mandaron preguntar al gobernador que debían hacer. Este, al oír la noticia, declaró "Si este hombre persiste en negarse a sacrificar a los dioses inmortales, que muera por la espada". Y así ocurrió, alcanzando el santo Nicéforo las tres coronas inmortales de la fe, la humildad y la caridad, triunfos de los que Sapricio se hizo indigno.
A 9 de febrero además se recuerda a:Santa Apolonia, mártir