Revista Arte

El matiz, el pequeño matiz de las cosas, lo que diferenciará genialidad de arte, o pasión de ambición.

Por Artepoesia
El matiz, el pequeño matiz de las cosas, lo que diferenciará genialidad de arte, o pasión de ambición.El matiz, el pequeño matiz de las cosas, lo que diferenciará genialidad de arte, o pasión de ambición. El matiz, el pequeño matiz de las cosas, lo que diferenciará genialidad de arte, o pasión de ambición.El matiz, el pequeño matiz de las cosas, lo que diferenciará genialidad de arte, o pasión de ambición.
Cuando el Impresionismo consiguió revolucionar absolutamente el Arte en 1870, muchos artistas lo buscaron por entonces como un maravilloso revulsivo para poder expresar, con aquél, ahora todo de otra forma. Fue una sensación de descubrimiento, de poética pictórica nunca antes conocida para realizar la creación de la imagen sin seguir los requisitos clásicos propios de ésta. Todos aquellos espíritus rebeldes pronto se acogieron a esta nueva forma de comunicar ahora las imágenes que siempre habían sido fijadas ya de otra. Pissarro (1830-1903) fue uno de los primeros pintores en verlo así. Y sus obras marcarán ya ese sesgo propio de lo pasajero de la luz con lo pasajero de la vida, la fugacidad ahora de un paisaje que nunca podrá definirse en un solo momento, ni en un solo lugar siquiera... Así sedujo a multitud de creadores que vieron en su estilo un extraordinario modo de combinar cosas sin que éstas revelaran ya que habían sido creadas así solo para fijar un instante, tan sólo un gran instante...
Y lo comprendió el genial Cézanne (1839-1906) en 1861, cuando conoció a Pissarro en París, en la academia de Charles Suisse. Desde entonces ambos pintores mantuvieron una amistad que combinaba admiración y aprecio. En una carta a su hijo Lucien, Pissarro le dirá años después: No me equivoqué cuando, en 1861, Oller y yo fuimos a ver a ese curioso provenzal en el estudio de Suisse, donde los desnudos de Cézanne eran motivos de burla para todos los incapaces de la escuela...  Cézanne aprenderá satisfecho la técnica impresionista de Pissarro, donde, durante casi veinte años, ambos desarrollarán en sus obras impresionistas los luminosos paisajes de Francia. Era tal la admiración que Cézanne tenía por Pissarro que, una vez, cuando éste le había invitado a ir a Louveciennes, en la región de París, ambos pintarán el mismo escenario, el mismo instante, el mismo motivo campesino, el mismo reflejo, la misma pintura, la misma luz casi..., pero, ahora, Cézanne lo hará aquí con un pequeño matiz, con un muy profético matiz que cambiaría, años después, el sentido y la trayectoria del Arte moderno.
En la Historia antigua la verdadera intención de los deseos, de las pasiones, o de los actos auténticos que llevaron a los seres a realizar, o no, lo que sus comentaristas ya glosaron..., nunca se sabrá si fue o no fiel a lo que sucedió en verdad. Como, seguramente, en cualquier hecho de cualquier vida, sea tan antigua o no lo sea tanto... Pero para la tragedia, para el Arte, para los creadores que ven una ocasión -como la que los impresionistas vieran en sus escenarios luminosos casi- elogiosa, entusiasta o poderosa para expresar las extraordinarias actuaciones que los seres humanos lleven a cabo a veces, en los momentos más dramáticos de sus vidas, será ahora una maravillosa forma de recreación inmortal. Y es por eso que, desde el Renacimiento, se buscó en las leyendas escritas de las historias clásicas antiguas las acciones que, más artísticas que reales, pudieran ya servir para maravillar a un público anhelante de querer creer que las cosas de la vida del hombre -a veces- son un ejemplo de eterno elogio poderoso... Y una de ellas lo fue la curiosa, histórica, decisiva y trágica leyenda de la hermosa cartaginense Sofonisba. Esta joven era la más bella hija del general cartaginés Asdrúbal Giscón (siglo III a.C.).
Por entonces, los romanos y los cartagineses se enfrentaban en sus guerras -púnicas- para obtener la hegemonía sobre el Mediterráneo. Cartago estaba rodeada del reino Numidio, un débil pero belicoso reino bereber del norte de África. Los cartagineses siempre supieron hacerse con la voluntad de sus soberanos. Pero Roma, con el gran general Escipión el africano, tuvo que utilizar también sus influencias para hacerse con la alianza de este decisivo reino numidio. Y la belleza de una joven fue el arma que el astuto cartaginés Asdrúbal utilizaría para hacerse con la alianza numidia. Este reino bereber estaba dividido en dos por las ambiciones del maduro numidio Sifax, frente ahora al más joven y legítimo heredero Masinisa. Sin embargo, la fiereza, la experiencia y los apoyos que Sifax poseía en su reino, llevaría a los cartagineses a ofrecerle la mano del mayor tesoro que éstos poseían: la belleza irresistible de la jovencísima Sofonisba. El romano Escipión trataría de convencer a Sifax de que se aliara con él, inútilmente. La pasión había triunfado poderosa. Masinisa, aliado de Cartago hasta entonces, pero ahora ofendido por la alianza con su oponente, pronto se uniría a las poderosas tretas de Roma.
Cuando se enfrentaron en las planicies cartaginesas africanas, los ejercitos de Masinisa y Escipión acabaron venciendo a Sifax y Cartago. Entonces, Sifax fue hecho prisionero por Masinisa, y fue cuando éste vio, por primera vez, la arrebatadora e irresistible belleza de la joven cartaginesa. Su alianza con Escipión le obligaba a entregarla como rehén de guerra. Pero, no pudo, no pudo hacerlo... La historia lo contará de varias y diferentes versiones, tantas como las emociones particulares o las sensaciones especiales que cada autor de la vida ya tuviera le obligaran así a hacerlo. Y los italianos del Renacimiento, por ejemplo, compusieron una de las tragedias más inspiradoras del nuevo teatro que comenzaría a cambiar las formas de representar un drama en un escenario. Y los escritores, poetas o dramaturgos no pudieron resistirse. Ni los pintores. Giovanni Francesco Barbieri, conocido como El Guercino (1591-1666), fue un pintor del barroco italiano que consiguió aunar casi todas las tendencias pictóricas barrocas con un único motivo: su dramatismo cromático más fascinante. Así compuso su obra Sofonisba en 1630 basada en la trágica forma de morir de la bella y joven heroína cartaginesa.
Porque Sofonisba se encontró entonces, cuando Masinisa la debía arrestar, entre la posible pasión -no claramente segura de ella-, la lealtad a su patria -Cartago, no Numidia-, o la defenestración más humillante al ser llevada a Roma para acabar como esclava. Masinisa cedió a su pasión, y la tomaría como esposa a pesar de ser ello una afrenta a Roma. Sin embargo, debía dar explicaciones a Roma. Pensó tal vez que Escipión le comprendería. Pero éste, entendiendo que Sifax ya cayó en las sinuosas redes desleales de una pasión más poderosa, supo que Masinisa no iba a ser menos ahora. Así que obligó a Masinisa a entregar a Sofonisba. Y el rey numidio le hará llegar a ella entonces un veneno para que, al menos, pueda así vencer su fatídico destino innoble. Y en su obra barroca, el pintor italiano ofrece la imagen de una mujer que, decidida, orgullosa, resignada noblemente, después de beber su mortífera bebida, mirará ahora sin fijar en nada su mirada el cruel destino a que la vida le habría llevado. El claroscuro de la obra más cercano a su mirada, los colores de sus lienzos mucho más a la bebida... Su figura cercenará aquí la diagonal del cuadro para buscar el triste semblante medio oscurecido de su rostro, alejado ahora en el otro extremo del recipiente nefasto que habría tomado sin querer para servir, como excusa renovada, a los dramaturgos y creadores que, siglos después, la veneraran en sus relatos, dramas o tragedias.
Otro lienzo de mujer, en este caso una desconocida, sin historia, sin leyenda, sin vida, recreará la imagen renacentista de una mujer retratada ahora siglos después. El pintor británico Henry Howard (1769-1847) compuso en 1827 su lienzo Muchacha florentina. Aficionado a los retratos y a la historia, quiso inmortalizar la figura y la imagen renacentista de sus admirados creadores antiguos. Tomando incluso como modelo a su adolescente hija, el pintor inglés nos presenta el correcto, perfecto y bello retrato de una hermosa joven florentina. Pero, nada más. Tratará incluso de acercarse a los colores renacentistas, y conseguirá engañarnos, ¿es esto un retrato decimonónico o de comienzos del XVI? Pero no hay pasión, no hay trasfondo, no hay desgarro, no hay otra cosa aquí más que la ausencia ya de ese matiz que los creadores conseguirán, a veces, traspasar así en sus obras pocas veces. Unos de aquellos poetas o dramaturgos que glosaran ya la figura de Sofonisba en su drama literario, escribiría convencido una vez de que así, como él ya lo expresara, fue como la hermosa joven cartaginesa verdaderamente actuara, y no de otra. Cuando el enviado de Masinisa le entregase el veneno para que ella lo tomara, ésta pronunciaría: Acepto el regalo de bodas, y no me desagrada, si es lo máximo que el esposo pudo ofrecer a su esposa; pero, dile lo siguiente: Yo habría tenido mejor muerte si no me hubiera casado el mismo día de mi funeral. Con la misma altivez con que ella misma habría hablado, cogería la copa sin la menor señal de vacilación, y, sin la menor duda, la apuraría impávida. Como el matiz de las cosas...
(Óleo impresionista de Camille Pissarro, Louveciennes, 1871, Colección Particular; Óleo impresionista -con un matiz posimpresionista- de Paul Cézanne, Louveciennes, 1872, Colección Privada; Cuadro del pintor británico Henry Howard, Muchacha florentina, hija del artista, 1828, Tate Gallery, Londres; Lienzo del pintor barroco El Guercino, Sofonisba, 1630, Colección Privada.)
 

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