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Pasé la tarde leyendo en el sofá y observando la pecera. Aunque no eran tratados científicos, los libros que había sacado dela biblioteca proporcionaban una información más práctica que el Diccionario enciclopédico. Ambos se dirigían a un público joven o por lo menos nomuy versado en el tema. En uno de ellos, encontré información sobre los Betta splendens. El autor del libro explicaba detalles de su cuidado y reproducción. Decía, por ejemplo, que el despliegue del opérculo implica en los machos la voluntad de aparearse, y lo violentos que pueden ponerse de no ser correspondidos. Pero eso no era lo peor. Los describían como peces sumamente combativos. De ahí que se les denominara comúnmente como «luchadores». En algunos países, se usan incluso como animales de pelea y se les sube al ring, de la misma forma en que, en occidente, se utiliza a los gallos para ganar apuestas. Mientras leía aquello, sentí algo semejante al rubor. La sensación que produce enterarse de las facetas oscuras de nuestros conocidos sin su consentimiento. ¿De verdad deseaba saber todo eso acerca de nuestros peces? Concluí que sí. Más valía estar advertido y, en lo posible, evitar cualquier accidente. El libro desaconsejaba tener a dos machos en una misma pecera por grande que fuese. Un macho y una hembra tenían, en cambio,más posibilidades de sobrevivir juntos, a condición de contar con suficiente espacio, por lo menos cinco litros. Miré nuestra pecera, la cantidad de agua era ridícula. «En situaciones de estrés o de peligro», seguía diciendo el autor, los betta desarrollan rayas horizontales contrastantes con el color de su cuerpo.
El siguiente relato se titula Guerra en los basureros, esta vez su protagonista, un joven al que sus padres se ven obligados a llevarle a vivir con su tía Claudine y sus primos, este siente la diferencia de educación desde el primer momento es por ello, además de su forma de ser, que se encierra en su habitación o acompaña a la sirvienta de la casa, Clemencia, con la que se siente en mejor compañía pues su familia le ignora. Al poco tiempo de su estancia mata una cucaracha, a partir de ahí estas vendrán hordas a la casa provocando una guerra entre la familia y ellas. En este relato las diferencias entre los personajes según su procedencia marca el curso del texto aportándole comedia a pesar del fondo dramático que tiene debido a lo ocurrido al protagonista, todo ello hacen de la narración un singular y bello relato.
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Mi tía Claudine me tomó de la mano y me llevó hasta lo que, a partir de entonces, sería mi habitación. Se trataba de un cuchitril en la azotea, entre la cocina y el cuarto de servicio en el que vivían Isabel y Clemencia. Mi tía se disculpó en voz baja por ponerme en ese lugar tan poco hospitalario pero mi llegada la había tomado por sorpresa y no contaba con ninguna habitación libre donde recibirme. Sin embargo, aquel cuarto no era tan desagradable. Yo siempre había sido un niño observador y comprendía las ventajas de vivir en una casa organizada. Era la primera vez que tenía una habitación para mí, ya que en el estudio de mis padres los espacios estaban separados únicamente por biombos o cortinillas de papel. Cuando me quedé solo, cerré la puerta y corrí las cortinas; moví la cama de lugar, saqué mi ropa de la maleta y la instalé en los cajones de la cómoda como se tratara de una mudanza. Mientras me ayudaba a empacar, mi madre me había asegurado que mi estancia en casa de los tíos sería corta y que de ninguna manera consideraba conveniente que me llevara todas mis pertenencias. «Tal vez tu padre y yo acabemos reconciliándonos», recuerdo que dijo, con su titubeo habitual. Sin embargo, yo preferí enfrentar aquel cambio como algo definitivo. Esa tarde, mis primos, algo mayores que yo, subieron a saludarme con una fraternidad sospechosa que durante meses no volvieron a la hora de la cena. Estábamos en el mes de enero pero ya no hacía frío. Recuerdo ese fin de semana como un remanso. Me sorprendió que existiera un sitio en el que nadie discutía, excepto en las telenovelas, cuyas voces llegaban hasta mí por la ventana del cuarto de servicio.
Felina nos describe la relación de una mujer que comparte su piso a universitarios que van a México de diferentes lugares. Un día la protagonista se encuentra una caja en la que hay abandonado un par de gatos, entre ellos comienza una tierna relación que, de forma paralela, vive en el día a día. En este relato nos encontramos con una historia entrañable y, al mismo tiempo, dramática pues, al avanzar se quedan embarazas tanto la protagonista como la hembra de sus gatos, a partir de ahí la narración se vuelve más cercana pues su preocupaciones aumentan debido a los nervios precedentes al último examen de carrera.
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Lejos de sufrir por ella, asumí la ausencia de Ander con una paz y una serenidad desconcertante. El periodo de Greta había terminado pocos días atrás y con él los maullidos enloquecedores. Acabé mi tesis en la fecha estipulada y se la entregué a mi asesora para que realizara las últimas correcciones. También respondía la convocatoria de varias universidades extranjeras con posgrados en historia, y empecé a planear mis vacaciones en alguna playa del Pacífico, en espera del examen profesional. Fue en esos días cuando empecé a notar cambios muy evidentes en el cuerpo de mi gata, cambios que quizás, de haber estado menos ocupada, habría detectado antes. Ya no saltaba con la misma ligereza, sus tetillas, antes diminutas, ganaron volumen y el torso se le ensanchó considerablemente. Asumí la noticia de su preñez con cierta alegría por ella, pero también con un poco de preocupación por la advertencia del veterinario. Sin embargo, el entusiasmo se impuso sobre lo demás. Probablemente, en pocos meses, tendría el departamento lleno de gatitos juguetones. Vacié el cajón de mi cómoda más cercano al suelo y preparé cuidadosamente un espacio mullido para recibirlos. Greta estaba conmigo más dócil y cariñosa que nunca y aceptaba con agradecimiento todas mis caricias y atenciones. Pero la felicidad no duró mucho. Quince días después de que se fuera Ander, mi menstruación no se presentó cuando debía y tampoco tiempo después, como esperaba ingenuamente. Me hice una prueba casera de embarazo, mientras rezaba sentada en el excusado para que saliera negativa. Sin embargo, el óvalo blanco se tiñó con dos líneas, confirmando mis temores. En el transcurso de unos cuantos minutos, el estado alegre y enternecido que había mantenido hasta entonces por el embarazo de Greta se convirtió en una pesadilla. No tenía la más remota idea de lo que era conveniente hacer, ni siquiera de mis deseos más genuinos.
El penúltimo texto se titula Hongos el cual habla de una joven casada a la que, tras ser infiel a su marido se contagia en su entrepierna, tras ellos la protagonista siente como se siente apegada a él, absorbida a su voluntad. Este relato nos muestra como en los enamoramientos son imprevisibles las consecuencias y los actos de aquellos que se obsesionan con un amor imposible, todo ello a través de la música que su amante compone la cual recuerda a su protagonista constantemente por él, y se vuelve inevitable la dependencia a esta persona.
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Los niños, a diferencia de los adultos, se adaptan a todo y, poco a poco, a pesar del asco que ella le tenía, yo empecé a considerar ese hongo como una presencia cotidiana en mi vida de familia. No me inspiraba la misma aversión que le tenía mi madre, más bien todo lo contrario. Esa uña pintada de yodo que yo veía vulnerable me causaba una simpatía protectora parecida a la que habría sentido por una mascota tullida con problemas para desplazarse. El tiempo siguió pasando y mi madre dejó de formar tanta alharaca alrededor de su dolencia. Yo, por mi parte, al crecer lo olvidé por completo y no volví a pensar en los hongos hasta que conocí a Philippe Laval. Para ese entonces, tenía treinta y cinco recién cumplidos. Estaba casada con un hombre paciente y generoso, diez años mayor que yo, director de la Escuela Nacional de Música en la que había realizado la primera parte de mis estudios de violinista. No tenía hijos. Lo había intentado durante un tiempo, sin éxito, pero, lejos de atormentarme por ello, me sentía afortunada de poder concentrarme en mi carrera. Había terminado una formación en Julliard y construido un pequeño prestigio internacional, suficiente para que dos o tres veces al año me invitaran a Europa o Estados Unidos a dar algún concierto. Acababa de grabar un disco en Dinamarca y estaba por viajar de nuevo a Copenhague para impartir un curso de seis semanas, en un palacio al que acudían cada verano los mejores estudiantes del mundo.
El último relato, La serpiente de Beijín, nos cuenta la historia de una relación que, cuando cambia de forma de ser el padre de la protagonista tras un viaje a China, este se encierra en una pagoda cargada de libros y otros objetos además de una serpiente que trajo del viaje, el animal tras investigar su protagonista descubre que es una especie peligrosa y con un veneno que provoca la muerte en segundos. En esta narración se describe las reacciones de una familia cuando en ella entra la desconfianza y la maldad y las consecuencias que provocan en cada uno.
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Papá regresó de Beijín notablemente afectado. No sólo se había vuelto de golpe frágil y taciturno, también sus aspecto físico había sufrido modificaciones. Tenía más canas y varios kilos de menos. Pero era sobre todo su expresión desolada la que tornaba su rostro irreconocible. Poco tiempo después, comenzó a construir sin ayuda de nadie un estudio en la azotea de casa, que —por más que él lo negara— a mamá y a mí nos pareció desde el principio una especie de pagoda. Fue la primera vez, que yo recuerde, en que ella buscó mi complicidad con los ojos. Su mirada era risueña pero también de preocupación por la salud mental de su esposo, una preocupación que, por supuesto, yo compartía. Cuando terminó su estudio, papá subió ahí la mayor parte de sus libros y siguió haciendo lo mismo con los que adquirió después. Su actitud me recordaba a los emperadores que se hacían enterrar con todas sus pertenencias en monumentos expresamente construidos para eso. Todos los libros que compró desde entonces estaban relacionados con su nuevo interés: teatro, novelas, filosofía, historia, astrología oriental, budismo y confucionismo, casi siempre en su versión inglesa, llegaban empaquetados a nuestra casa y, en cuanto los extraía del buzón, los llevaba directamente hacia su estudio. Mi madre, que en esas fechas seguía mostrándose condescendiente, bromeaba diciendo que su marido había entrado en una fase rebelde, necesaria para su emancipación. Lo cierto es que papá ya no le dedicaba el mismo tiempo. En vez de quedarse conversando con ella por las noches o acompañarla, como antes solía, mientras ensayaba sus parlamentos en el estudio de ambos, pasaba horas encerrado en su nuevo refugio. Verlo así de discreto y silencioso también me hacía pensar en los monjes que buscan la soledad de las montañas para practicar la meditación. Sin embargo, mi madre no miraba las cosas de la misma manera. Muy pronto desistió en su actitud de tolerancia y empezó a exasperarse cada vez que el aparecía en la ventana de la pagoda, contemplando la tarde con ese aire ausente que ya nunca lo abandonaba.
Nettel nos sorprende en sus narraciones de una cercanía con el mundo animal y humano ambos se dan la mano, con destinos y situaciones similares o paralelas en algunos relatos trasmitiendo la sensación de que en la vida, aquello que les ocurre a sus protagonistas, es consecuencia de aquella mascota de la que cuidan o se encuentran. En estos cinco relatos de delicadas y frágiles acciones y al mismo tiempo de consecuencias impresionantes y feroces. La vida en pareja es el tema general, también, las crisis existenciales en la adolescencia o en la madurez pasando por la maternidad que, incluso sin ser buscada, saca lo oculto de sus personajes, aquello que les cuesta confesar a las personas con las que conviven. En definitiva, este libro se compone de unos relatos magníficos por su narración directa y clara en los que, como la vida, de forma imprevista las decisiones más difíciles, íntimas e inconfesables se cruzan en el camino sin sospechar las consecuencias que marcan la existencia.
Recomendado para aquellos que quieran conocer mejor la vida de los animales que se cruzan en el camino de los protagonistas de estos relatos. También para aquellos que les guste aquellas narraciones en las que el final siempre es imprevisible y por último para aquellos que les gusten los relatos bellos y breves.
Editorial: Páginas de espuma Autor: Guadalupe Nettel
Páginas: 128
Precio:14 euros