Lejos de afrontar mi quinta maternidad con la calma y el savoir faire que se le supone a una que ha pasado por estas lides un sin fín de veces, La Quinta me pilló reseteada a cero, hecha un manojo de aprensiones y completamente embobada por este bebé mío que me tiene con el corazón encogido desde hace exactamente un año.
Fue verle la cará a este bombón pelón y perder el poco pudor maternal que me quedaba. Quién necesita dignidad teniendo el bebé más guapo del mundo. Nuncá un bebé dió palmas con más salero ni entonó las pedorretas con tanto garbo. Hace un cucú-trastrás que da gloria verla y qué me dicen de esa sonrisa arrolladora con sus seis dientecitos de nácar de primera calidad. Y esos muslitos de cabaretera entrada en carnes, ¡ay!
La miro mientras aporrea un cubo con una barriguita con una precisión de neurocirujana célebre y no me creo mi suerte. Es como si me hubiera tocado el gordo cuatro veces y, cuando creía haber agotado mi cupo de buena fortuna, se hubiera personado la vida en mi casa a darme un bonus. La Quinta es un reintegro que supera cualquier expectativa que jamás hubiera podido tener.
Lo sentimos señora, ha habido un error burocrático, no tiene cupones en su cartilla de racionamiento vital para pagar estos lujos. Es más, hemos hecho bien los cálculos y nos llevamos también a La Cuarta ahora que parece que ha conseguido meterla usted en cintura.
Porque tener estas cinco niñas y la paz y la salud para disfrutarlas es un lujo. Asiático.
Y de este bebé que hoy cumple un añazo a traición qué voy a decirles, es lo más grande desde la pólvora. No sé qué haríamos sin ella, sus miradas escépticas y sus parrafadas en monosílabos.
Chochear era esto.
QUIZÁ TAMBIÉN TE GUSTEN:¡Qué viene el coco!De pinchos y tortillasCrimen y castigoSunday Bloody Sunday