Ya iba siendo hora de que volviéramos también con este blog, ¿no os parece? Y aquí estamos, con ganas de contaros y de que nos contéis.
Este verano he leído mucho y para ser sincera, más de uno y más de dos libros de los que he dicho “qué malísimo es” pero que he devorado y con los que he disfrutado una barbaridad. Os cuento esto porque, aunque yo nunca he sido prejuiciosa en este sentido y leo por gusto y para aprender, me ha sorprendido que los libros que han ido cayendo en mis manos estos meses han sido en gran medida de este corte. Se ve que necesitaba literatura ligera, jeje y os hablaré de muchos de ellos en las próximas entradas.
Pero hoy no, hoy, para empezar bien el curso, os quiero hablar de uno de los que no ha sido así, de los que me ha gustado por su conjunto y que ha sido una delicia leer.
Hacía tiempo que quería leer este libro. Me había llamado la atención cuando apareció como novedad en la web de Salamandra, luego me lo había recomendado mi tía y poco a poco, mis padres y algunos blogs de confianza pero, por unas cosas o por otras, no conseguía que llegara a mis manos y su lectura se hizo esperar.
La semana pasada por fin me hice con él y no tardé ni medio minuto en viajar al tranquilo pueblo de Edgecombe St. Mary, donde se desarrolla la mayor parte de la acción y donde vive el mayor Pettigrew, militar ya retirado, en una casita típicamente inglesa y siendo, como casi todos sus vecinos, amante de las tradiciones y las viejas costumbres.
Una mañana el mayor recibe una mala noticia y de manera inesperada, recibe consuelo y apoyo de la Sra. Ali, viuda, de origen paquistaní, con la que hasta entonces apenas había hablado y que regenta una tienda de ultramarinos. Para sorpresa de ambos, tienen muchas cosas en común y pronto se dan cuenta de que la mutua compañía les agrada. Pero esta incipiente amistad no tardará en causar revuelo en el pueblo y en ser objeto de dimes y diretes, desconcertando a nuestros protagonistas y dando lugar a situaciones ridículas, cómicas e indignantes a partes iguales.
Lo primero que debo decir de este libro es que, desde el primer momento, nos vemos metidos de lleno en una vorágine de personajes, cada uno con sus peculiaridades, que hace de este relato un conjunto colorido y varipinto en el que todos tienen algo que aportar. Algunos nos hacen sentir enfado, otros ternura, con unos reímos y con otros sentimos lástima o pena y entendemos su dolor. Hay cabida para todo en esta historia pero siempre contado con optimismo y en positivo, enseñándonos a mirar las cosas desde distintos ángulos y puntos de vista.
La vida del mayor siempre fue meticulosa y organizada, como él y de repente, todo cambiará y se sorprenderá restando importancia a cosas que fueron fundamentales en otro momento. Con esta dinámica, la autora nos va paseando por situaciones ridículas, serias, absurdas, trepidantes y divertidas y nos descubre que en los pueblecitos tranquilos siempre hay algo que bulle en silencio.
El mayor, nuestro protagonista, se verá obligado a cuestionarse muchas cosas pero nos mostrará que, aunque rectificar es de sabios, no se deben abandonar los principios y mucho menso si es en teórica defensa de estos mismos principios.
Este ha sido, para mí, uno de esos libros que me ha dado pena terminar, me ha gustado muchísimo pasear por Edgecombe St. Mary y acompañar al mayor, a la señora Ali, y a los demás personajes. Supongo que me gustaría poder seguir allí y saber más de qué pasó después.
Pero como eso no puede ser, de momento, yo no puedo más que recomendaros este libro encantador y agradable, lleno de verdades y que con humor y alegría nos muestra que la vida tiene distintas caras y que siempre, siempre, se guarda un as en la manga.