El mar Mediterráneo sufre desde hace años alteraciones derivadas de actividades humanas tales como la contaminación y la destrucción del ecosistema, alteraciones que están teniendo efectos devastadores sobre su flora y su fauna.
El Mediterráneo, el mar interior más grande del mundo con 2,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie, es el hogar de aproximadamente 17 mil especies de seres vivos. Precisamente por su condición de mar cerrado con solo una salida al Océano Atlántico por el Estrecho de Gibraltar es un medio particularmente sensible a las perturbaciones.
Se calcula que cada año se vierten más de medio millón de toneladas de petróleo, residuos oleosos y sustancias de diferente grado de toxicidad procedentes de los buques y barcos que navegan por sus aguas; de las industrias químicas situadas a lo largo de sus costas; de la agricultura, especialmente plaguicidas; de la ganadería, sobre todo sustancias orgánicas tóxicas, que son arrastradas por los vientos y cursos fluviales; de la actividad urbana, como detergentes y aguas residuales: la mayor parte de las aguas de alcantarillado de ciudades y pueblos llega al mar sin ser sometida a un tratamiento de depuración.
En ocasiones, para evitar la desagradable visión de agua sucia en las playas, se ha hecho uso de los emisarios submarinos: largas tuberías que llevan las aguas fecales mar adentro, llevando la contaminación más allá del rompiente y causando un enorme perjuicio en las poblaciones de esa zona. Una de las últimas ocurrencias de la Administración ha sido la de verter sal en algunas playas, lo que ha tenido como efecto que el agua parezca la de una piscina y que aparezcan muertos todos los peces que habitan en la orilla de la playa.
El impacto de la contaminación en la fauna marina es muy grave debido a que hay sustancias que provocan daños en los animales marinos tales como disminución de las defensas, perturbaciones sexuales o incluso la esterilidad. Son los llamados disruptores endocrinos porque causan alteraciones en el sistema hormonal.
En el mar los contaminantes se dispersan y sus consecuencias sobre los organismos marinos no son inmediatas, sino que la vegetación y la fauna mueren poco a poco, a lo largo del tiempo, debido al efecto acumulativo de estas sustancias.
Por otra parte, del total de las muestras de basura analizadas en aguas del Mediterráneo, el 96% son plásticos. Los sedales y redes de pesca abandonadas, al igual que los anillos y envoltorios de los paquetes de latas enredan y apresan a los animales causándoles graves lesiones, incluso la muerte.
En general, todos los aparejos de pesca abandonados o descartados en el mar (sedales, redes, trampas) causan daños a la fauna, atrapando y matando peces y otros animales marinos, fenómeno conocido como “pesca fantasma”.
Tradicionalmente, la gestión pesquera ha ignorado los fatídicos efectos de sus prácticas sobre los ecosistemas marinos. Técnicas como el arrastre arrasan los fondos marinos, destruyendo el frágil ecosistema integrado por corales y anémonas; es, además, una de las causas de regresión de las praderas submarinas del alga Posidonia oceánica, hábitat de muchos animales y que protegen la integridad de las playas.
Otra práctica pesquera enormemente dañina es el uso de redes de enmalle a la deriva, cuyo objetivo es la captura del pez espada. Sin embargo, todo tipo de animales quedan atrapados en esos aparejos, que posteriormente serán descartados, es decir, arrojados al mar, muertos.
El grave perjuicio que la pesca causa en el medio marino es la consecuencia de considerar al entorno y a los demás animales como fuente de recursos que solo tienen valor según el beneficio que se pueda sacar de ellos. Esta mentalidad utilitarista y antropocéntrica ha sido la que nos ha conducido al desastre medioambiental que ahora estamos sufriendo.
El cambio climático debido a las emisiones de gases de efecto invernadero tales como el dióxido de carbono; el metano, también de efecto negativo pero con la diferencia de que las alteraciones que provoca pueden revertir en pocos años si se eliminan las emisiones; y el recientemente considerado óxido nitroso, liberado a consecuencia del deshielo del permafrost ártico y cuyo impacto podría ser muy superior al del propio CO2, está provocando importantes perturbaciones en el medio marino, particularmente, la acidificación y el aumento de la temperatura del agua.
Estas alteraciones de las condiciones medioambientales llevan asociado un amplio espectro de desequilibrios a nivel biológico en las especies marinas. Hasta el momento, la acidificación no parece haber tenido un grave impacto; sin embargo, el aumento de la temperatura ya ha provocado episodios de mortandad masiva de invertebrados como corales o moluscos bivalvos en los últimos quince años; episodios que, además, se prolongan en el tiempo; esto significa que los organismos siguen muriendo en años posteriores aunque las temperaturas sean más suaves, multiplicando su efecto devastador.
El aumento de la temperatura y la consecuente prolongación del verano afectan también a la localización y la sincronización de las migraciones reproductoras de varias especies de túnidos al igual que al desarrollo primordial de muchos organismos como la supervivencia de las primeras fases vitales o la reproducción, llegando a comprometer la supervivencia de comunidades enteras.
En definitiva, todo un cúmulo de despropósitos cometidos por una industria que solo ve en el medio ambiente una tienda gratis sin preocuparse en absoluto por las nefastas consecuencias de su actividad; unas Administraciones públicas que hacen dejadez absoluta de sus obligaciones en cuanto a la protección y conservación del medio marino, sin olvidar la responsabilidad individual tanto en no tirar desechos en cualquier parte como en protestar ante los responsables de la gestión medioambiental por su mal hacer.
La contaminación, la pesca y el cambio climático están convirtiendo el Mediterráneo en un basurero, matando a sus habitantes y haciendo imposible que la vida se desarrolle en él.
¿Es esto lo que queremos?