Acabo de concluir la lectura de “La fiesta del Chivo”, y mi impresión es que Llosa desperdició la ocasión de escribir una obra maestra de doscientas páginas por escribir una novela de quinientas. No voy a afirmar que se trate de una obra mediocre, pero el abuso de rodeos y circunloquios, así como la infinidad de personajes que aparecen en la historia sin que sean relevantes para la trama, determinan que la obra, que podía haber sido apasionante, pierda tensión narrativa y, por momentos, su lectura resulte un tanto penosa. Además, el personaje central de la obra, Urania Cabral, al final resulta ser un MacGuffin, una trapacería estilística de segunda de la que no debiera haberse valido un escritor de primera como se supone que es el peruano.
Habrá quien piense que, al criticar una obra del reciente premio Nóbel, estoy perpetrando poco menos que un sacrilegio, o que quizá un servidor padezca veleidades iconoclastas, pero los hechos hablan por si mismos. Un mito urbano afirma que Carver llegó a ser el gran escritor que fue porque su editor empleaba las tijeras a discreción y dejaba sus obras reducidas a lo esencial. Quizá, en el dos mil Llosa estaba ya en una posición en la que ningún editor hubiera osado obrar así con él, si bien es indudable que le hubiera hecho un buen favor.