Autor: Oscar Wilde. Los padres, siempre empeñados en la sagrada tarea de preservar la infancia de sus hijos y prolongarla, si fuera posible, hasta más allá de lo que aconseja y establece su evolución natural, se angustian cada 6 de enero ante la posibilidad de que este sea por fin, y a pesar de sus desvelos, el “Día de Reyes” en el que sus pequeños descubran el ‘secreto mejor guardado’ y que ello implique a la vez, el comienzo inevitable de su camino hacia el mundo adulto y la pérdida de la fe en los sueños y en la magia. En definitiva: el comienzo del fin de la inocencia.
Y sin embargo, la magia perdura para todo aquel dispuesto a seguir creyendo en ella. Y sin embargo, los sueños no desaparecen para quién persiste en seguir soñando.
Quizá, es lo que creo, los padres que temen el momento en el que sus hijos se planten ante ellos y les pregunten quiénes son los Reyes Magos, en realidad desconocen parte de la historia y por ello recelan y esperan con zozobra el momento. Si conocieran la historia al completo, estarían contentos de poder desvelar lo que tantos años han callado. Tú conoces la historia completa, ¿verdad?
Ahora sí que lo entiendo todo…
Tras la algarabía incontrolable provocada por la apertura desordenada de los paquetes y la expresión múltiple de emociones que van desde la sorpresa, hasta el placer, pasando por la alegría y, en algún pequeño caso, el desencanto, la pequeña, una vez ya desenvueltos todos los regalos, se dirigió hacia su padre, que observaba la escena con una felicidad comparable a muy pocas otras cosas en la vida.
- ¿Papá?, le dijo.
- Sí, hija, cuéntame
- Oye, quiero que me digas la verdad
- Claro, hija. Siempre te la digo, respondió el padre un tanto sorprendido.
- Papá, ¿existen los Reyes Magos?
El padre de Blanca se quedó en silencio y buscó la mirada cómplice de la madre, que junto a él, también callaba…
- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
- ¿Y tú qué crees, hija?
- Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí, que los Reyes Magos existen, porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso…
- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...
- Entonces no lo entiendo Papá.
- Siéntate y escucha esta historia que te voy a contar, porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla.
La pequeña se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de dudas y su padre se dispuso a narrar la verdadera historia de los Reyes Magos:
- Cuando el Niño Jesús nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella, se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, eso ya lo sabes, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz, que entonces el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y hacerles muy felices.
- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay repartidos por todo el planeta.
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros, comentó entusiasmado:
- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero, estoy de acuerdo en que sería muy hermoso…
De repente, uno de los pastores que adoraba al niño se acercó hasta ellos y les dijo: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
Sin entender muy bien cómo ese pastor podría ayudarles, le contestaron.
-Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes; no existen tantos.
- No os preocupéis por eso, dijo el pastor. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible?, dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de evidente asombro.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños?
- Sí, claro, eso es fundamental, admitieron los tres Reyes.
- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje, respondieron cada vez más emocionados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que el pastor estaba planeando.
Y el pastor concluyó:
- Conozco a alguien que hará posible que los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos aquellos regalos que ellos deseen. También, y para que quede claro que vuestra ha sido la iniciativa, sugeriré que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Y así será, hasta que los niños sean suficientemente mayores para entender esto y los padres puedan transmitirles esta historia, con el fin de que en el futuro ellos hagan lo mismo con sus propios hijos.
Cuando el padre terminó de contar la historia, la niña se levantó, miró con ternura a sus padres y les dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo…
Reflexión final: “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.” (Pablo Neruda)