EL MENDIGO NOCTURNO Miguel Gila
Publicado el 19 junio 2018 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanicaCuando sonó el timbre de la puerta, apenas podía abrir los ojos, no hacía ni dos horas que me había acostado. Había estado repasando unos papeles que día a día había ido amontonando con esa costumbre que tengo de dejar todo para mañana. El timbre de la puerta sonó de nuevo. Encendí la luz de la mesilla y miré el despertador. Eran las cuatro y media de la mañana. Me levanté, me puse la bata y las zapatillas, llegué hasta la puerta, arrimé el ojo a la mirilla y vi a un hombre, pero le vi como se ve a través de esas diminutas y modernas mirillas, muy deformado, de tal manera que me era imposible reconocerlo. Pregunté:-¿Quién es?Fuera escuché la voz del hombre deformado por la mirilla:-Soy yo, Alfonso.Ahí me puse a pensar en todos los Alfonsos que conozco. No recordaba a ninguno.-¿Qué Alfonso?-Alfonso Medina.La cosa se me complicó más. ¿Quién era ese Alfonso Medina que llamaba a mi casa a esas horas?Sin lugar a dudas, alguien de mucha confianza. Abrí la puerta.-Buenas noches.Y se quitó la gorra. Fue como si en lugar de llevar gorra llevara una de esas chisteras de los magos de las que sale un conejo o una paloma, sólo que lo que salió al quitarse la gorra fue una maraña de pelo.-¿Qué desea?Su respuesta me desconcertó:-¿Me puede ayudar, que tengo mujer y tres hijos y estoy sin trabajo?Les doy mi palabra de que no sabía si lo que estaba presenciando era una realidad o un sueño. Tuve que hacer un gran esfuerzo para convencerme de que era una realidad, que había sonado el timbre de la puerta, que yo la había abierto y que delante de mí estaba un hombre mal vestido que me decía si le podía ayudar porque tenía mujer y tres hijos y estaba sin trabajo. Me rehíce.-Escuche, buen hombre, entiendo que usted tenga mujer y tres hijos y que no tenga trabajo, y hasta entiendo que pida ayuda, pero éstas no son horas de pedir, son las cuatro y media de la mañana.Su respuesta me desconcertó aún más:-Es que como no tengo reloj... porque lo tuve que empeñar para poder comprarle a mi hijo Faustino unas inyecciones, nunca sé la hora que es.-Pues son las cuatro y media de la mañana.Lo del horario parece ser que no le preocupó mucho, porque siguió:-Es que yo no tengo horario para pedir. Como no trabajo, pido cuando lo necesito.-Pero ¿dónde ha visto usted que un pobre pida a las cuatro y media de la mañana?-Todos los sábados a la salida del bingo hay pobres que piden.Empezaba a ponerme furioso.-Escuche, ni hoy es sábado ni esto es un bingo, es una casa particular.-Bueno, ¿me va a ayudar o no me va a ayudar?Mi mujer se había levantado, se había puesto una bata y llegó hasta nosotros.-¿Qué pasa?-¿Que qué pasa? Que son las cuatro y media de la mañana y viene a pedir limosna.El hombre, Alfonso, se dirigió a mi mujer:-Señora, le pido disculpas, pero es que como no tengo reloj... porque lo tuve que empeñar para comprarle las inyecciones a mi hijo Faustino, no sabía la hora que es. Aparte, es que yo no tengo horario para pedir, pido cuando lo necesito, y ahora mismo tengo hambre porque hace tres días que no como.Yo empezaba a ponerme nervioso. Le miré fijamente y, vocalizando bien para que me entendiera, le dije:-Escuche, señor, yo me tengo que levantar a las siete y media para ir al trabajo...Me cortó:-¡Quién pudiera decir lo mismo! Yo hace dos años que no tengo trabajo.-Está bien, venga mañana y le daremos algo.-Es que mañana no sé si voy a poder venir, porque tengo que llevar al pequeño a que lo vea el médico, por eso, si me pudieran dar algo ahora, se lo agradecería.-Escuche, aunque le demos algo ahora, ya está todo cerrado y no puede ni comprarse un bocadillo.-No, si más que dinero lo que necesito es algo de comer. Y a lo mejor a ustedes les ha sobrado algo de la cena.Fue mi mujer la que habló:-No nos ha sobrado nada de la cena.-¿Y en la nevera? Algo tendrán en la nevera. Yo no soy exigente con las comidas, yo como cualquier cosa.El sueño empezaba a apoderarse de mí, se me cerraban los ojos, me pesaban los párpados como si fueran de plomo. Por la puerta entraba una corriente de frío que hizo que mi mujer se tapara el cuello con las manos. Los dos, mi mujer y yo, no sabíamos cómo reaccionar, nunca nos había pasado algo así. El pobre nos miraba y esbozaba una sonrisa como para disculparse.-Yo sé que los estoy molestando, pero les juro que si no fuese porque de verdad necesito comer algo, ni hubiera llamado al timbre.Mi mujer me miraba como diciendo: «¿Qué hacemos?»Y yo la miraba como diciendo: «Y yo qué puñeta sé.»El pobre nos miraba como diciendo: «A ver si se deciden.»Mi mujer dijo:-Bueno, entre, que hay mucha corriente.El pobre entró y mi mujer cerró la puerta y dijo:-Voy a mirar en la nevera a ver qué hay.El pobre y yo nos quedamos en la entrada mientras mi mujer iba a la cocina.-¡Qué calentito se está aquí dentro! En la calle hace un frío que corta. Yo calculo que estamos como muy poco a tres grados. No me extrañaría nada que nevara.No dije nada. El sueño no me dejaba ni coordinar una frase. Pasaron un par de minutos, y mi mujer apareció llevando en una mano una lata de conservas y en la otra un trozo de pan.-Esto es lo que he podido encontrar, una lata de fabada y media barra de pan.Y se lo entregó al pobre.-¡Hombre, fabada! ¡Desde cuándo no como yo fabada! ¡Madre de Dios!Debía de ser un experto en fabadas, porque leyó la etiqueta de la lata y dijo:-Y de la mejor marca que hay, El Caserón. Se ve que usted sabe comprar, señora, porque hay muchas fabadas: El Hórreo, La Fabesa, La Montaña... pero como El Caserón ninguna.Y abrí la puerta para que el pobre se fuese, pero no salió. Dirigiéndose a mi mujer, dijo:-¿No me la podría calentar un poco? Porque una fabada fría, con la de grasa que tiene, me puede caer como un tiro. Además, no tengo abrelatas.Mi mujer y yo nos miramos como para adivinar qué nos estaba pasando por la mente en esos momentos. Como por la puerta abierta entraba frío, la cerré de nuevo, con el pobre dentro. Mi mujer se fue hacia la cocina. Yo estaba a punto de caerme de sueño, bostecé. El pobre curioseaba lo que veía a su alrededor. Se quedó con la mirada fija en un óleo que teníamos colgado de la pared.-¿Lo ha pintado usted?Tenía tanto sueño que apenas me llegaba su voz.-¿Cómo dice?Y señaló el cuadro.-Que si lo ha pintado usted.-No, es una reproducción de un Van Gogh.-Buen pintor. Y he oído decir que murió en la miseria.-Pues sí, murió en la miseria.-Es que la miseria es terrible. Usted no se imagina lo que es que llegue la hora de comer y que no tengas nada en la mesa. Y más teniendo niños. ¿Ustedes no tienen hijos?-Sí, tenemos dos, pero casados.-Entonces tendrán nietos.-Pues no, nietos no tenemos todavía.-¡Ah!En ese momento apareció mi mujer llevando en la mano una pequeña cazuela de barro humeante.-Bueno, aquí la tiene, calentita, pero tenga cuidado que la cazuela quema. Le he traído también una cuchara, porque me imagino que usted no lleva cuchara.-Pues no, no llevo.De nuevo abrí la puerta y, empujando con suavidad el brazo del pobre, intenté sacarle de la casa.-No, por favor, una cosa es que me den de comer y otra cosa sería que me llevara la cazuela y la cuchara; me la como aquí mismo.Y se sentó en un silloncito que teníamos en el recibidor. De nuevo, habló a mi mujer:-¿No me prestaría una servilleta? No quisiera manchar...Mi mujer le cortó:-No importa, mañana viene la señora que me hace la limpieza y lo limpia todo.-No, si no lo digo por el suelo, lo digo por mi abrigo, porque es el único que tengo y ya bastante me mancho cuando alguna noche tengo que dormir en la boca del metro.Mi mujer se fue hasta la cocina a buscar una servilleta. Nos quedamos el pobre y yo solos.-Ustedes no se imaginan cómo están las escaleras del metro, y es que la gente no está civilizada, todo lo tiran al suelo, los papeles, el chicle, escupen y hasta hacen pipí, y claro, como no hay vigilancia... Y es que la gente confunde la democracia con «yo hago lo que me da la gana», y no piensa en los pobres que tenemos que dormir en el suelo. Porque es lo que yo digo, si no hubiera papeleras, pero las hay. Yo, cuando me sueno los mocos con un pañuelo de papel, busco una papelera, a mí nunca se me ocurre tirar el pañuelo al suelo, porque eso, digan lo que digan, es una falta de civismo, y de higiene, ¿o no?-Sí, claro.-Y así luego hay enfermedades. Porque la gente mucho quejarse de que si hay polución y de que si ya no se puede respirar, pero a la hora de tirar algo, al suelo, y a criticar al gobierno. No lo va a creer. Un día estaba yo durmiendo en el hueco de un portal, llegó un individuo, se paró, y sin mirar si había alguien, me meó. ¿Usted cree que eso es normal?Llegó mi mujer con la servilleta.-Gracias, señora.El pobre se colocó la servilleta en el cuello y dijo:-Si gustan...-No, muchas gracias, nosotros cenamos a las nueve.El pobre no hizo ningún comentario, metió la cuchara en la cazuela y con cara de satisfacción fue comiéndose la fabada.Mi mujer y yo nos sentamos cada uno en una silla del recibidor, frente al silloncito donde el pobre estaba comiendo, y nos quedamos dormidos.Cuando nos despertamos, el pobre se había ido. Nos dejó una nota sobre el sillón: «Disculpen que me haya ido sin despedirme, pero como estaban durmiendo no los he querido molestar. Ahí les dejo la cazuelita, la cuchara y la servilleta. Gracias por la fabada. Alfonso.»Eran las seis; pensé que aún podía dormir una hora y media, desperté a mi mujer y nos metimos en la cama. Cuando sonó el timbre del despertador, ni mi mujer ni yo nos enteramos. Me desperté a las nueve, me vestí a toda velocidad, me tomé un café y salí disparado hacia la oficina. Cuando llegué, el jefe me preguntó si me había pasado algo. Le conté lo del pobre, pero me miró con cara de incredulidad y me dijo:-Bueno, termine de archivar los justificantes de pagos del último trimestre y que sea la última vez que me llega a estas horas.Desde ese día aborrezco la fabada y a los pobres.
FIN