Por otra parte, la presencia de la Virgen es mínima en el conjunto del filme: la vemos fugazmente en el Nacimiento de Cristo (instante en el que recuerda las palabras de la Anunciación: “Será grande y será llamado Hijo del Altísimo”, Lc 1, 32). Salvo en un breve saludo de Jesús a su regreso a Nazaret, no la volvemos a ver hasta el Via Crucis y la Pasión; y en ambas escenas se mantiene al margen, viendo los sucesos desde lejos.
En este sentido, cabría pensar que la película está concebida desde una perspectiva protestante; aunque, eso sí, lo suficientemente abierta como para que guste a los católicos y a los judíos. A éstos últimos, en concreto, tiene muy en cuenta al seleccionar los discursos de Jesús, buscando siempre el fondo veterotestamentario de su mensaje. Así, el filme habla más de la conversión, de la bondad del corazón y de la esperanza mesiánica, que de la gracia, la redención universal o de la misma identificación con Cristo.