Esta es la primera parte de la traducción de mi artículo de julio en Mapping Ignorance.
Slonim et al. (2014) [1] discuten los problemas de la asignación de sangre en diferentes países y sugieren un mecanismo que puede mejorarla. El presente artículo es un resumen de sus principales ideas.
En los países ricos la sangre se obtiene en su mayor parte mediante donaciones voluntarias. La manera en que se recoge varía de país a país. Algunos tienen monopolios estatales, otros conceden el monopolio a la Cruz Roja, otros tienen bancos de sangre que funcionan independientemente y así sucesivamente. El sistema particular que se usa no parece producir diferencias en los resultados, según se estudia en Healy (2000) [2]. En países más pobres la sangre se obtiene típicamente de donantes a los que se paga y de familiares y amigos del paciente que la necesita. La Organización Mundial de la Salud (OMS / WHO) (2011) [3] estima que el 36% de los países logra cubrir sus necesidades con donantes voluntarios, mientras que otro 36% cubre menos de la mitad de las suyas por esta vía.
La situación es diferente en el caso de la extracción de plasma y de productos derivados del plasma. Algunos países ricos lo recogen de donantes voluntarios, pero otros pagan a los donantes. En los EEUU, por ejemplo, el 81% de los productos derivados del plasma se extraen de donantes a quienes se paga, para el año 1970 se convirtió en el mayor proveedor mundial de plasma y en 2004 extraía casi el 70% del plasma mundial, del cual el 40% se usaba en América del Norte, el 32% en Europa y el 19% en Asia.
La seguridad de la oferta de sangre generó un debate en los 60 y los 70. Un libro tuvo una influencia especial, The Gift Relationship (Titmuss, 1971 [4]). En este libro se argumentaba que pagar por la sangre podía, por una parte, atraer a donantes de alto riesgo y, por otra, reducir las donaciones que realizan los individuos motivados por razones altruistas. No se hizo ningún estudio para verificar estas afirmaciones, pero aún así los políticos y la OMS aceptaron estas preocupaciones y, desde 1975, la OMS recomienda que el 100% de las necesidades de sangre sean cubiertas por donaciones voluntarias. La preocupación por la seguridad no hizo sino incrementarse en las siguientes décadas por culpa del SIDA y de la enfermedad de las "vacas locas". Un último argumento en contra de pagar por la sangre es ético, y tiene que ver con la posible explotación de los donantes. Esta actitud coloca las transacciones de sangre a cambio de dinero en el mismo grupo que otras transacciones consideradas repugnantes, como la venta de órganos, venderse uno mismo como esclavo o ofrecer servicios sexuales por dinero. Sin embargo, el hecho de que el pagar por plasma no evoca ninguna de estas actitudes hace difícil la actitud de quien quiera invocar este tipo de razones cuando se trata de sangre. La única diferencia significativa entre la extracción de sangre y de plasma es que, siendo la extracción de plasma un proceso más complicado, requirió de medidas de seguridad extra mucho antes de que fueran introducidas en la extracción de sangre.
El diferente tratamiento entre el plasma y la sangre tiene algunas consecuencias inevitables, previstas en la Teoría Económica: el precio del plasma fluctúa para adecuar la oferta a la demanda (Flood et al., 2006 [5]), mientras que el precio de las unidades de sangre que se pagan a las agencias que la recogen o que se cobra a los hospitales no lo hace (Toner et al., 2011 [6]).
Referencias
1. Slonim R. & Ellen Garbarino (2014). The Market for Blood, Journal of Economic Perspectives 28, 177-196.
2. Healy, K. 2000. Embedded Altruism: Blood Collection Regimes and the European Union’s Donor Population. American Journal of Sociology 105, 1633-57.
3. World Health Organization. 2011. Global Database on Blood Safety.
4. Titmuss, R.M. 1971. The Gift Relationship. London: Allen and Unwin.
5. Flood, P., Wills, P., Lawler, P., Ryan, G., and Rickard K.A. 2006. 2006 Review of Australia’s Plasma Fractionation Arrangements. Australian Government Department of Health.
6. Toner, R.W., Pizzi, L., Leas, B., Ballas, S.K., Quigley, A., and Goldfarb, N.I. 2011. Costs to Hospitals of Acquiring and Processing Blood in the US. Applied Health Economics and Health Policy 9, 29-37.
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