"Quien tiene de qué quejarse
¡qué mal hace si se queja!
porque el delito del llanto
quita el mérito a la pena." de Calderón de la Barca
En ocasiones, para conseguir que nuestros problemas pierdan importancia basta con exagerar en la misma medida nuestros gozos y alegrías. Somos personas dadas a lo contrario; el lamento y el quejido suele inundar nuestro discurso en un afán por llamar la atención de nuestras desgracias, que en ocasiones no merecen ni esa consideración. Parece que nuestra vida es mas interesante para los demás si nos lamentamos y mostramos nuestras penas.
Si llegado el momento fuéramos capaces de callar, lo pondríamos más fácil porque al menos tendríamos algo que decir que merezca la pena. Y sobre todo, con el silencio tendríamos más tiempo para escucharnos a nosotros mismos y lamentarnos menos. Parece que es más interesante oírnos, ante los demás, contar nuestros infortunios que disfrutar de las gracias que nos acompañan.
Queremos ser escuchados pero no oímos el latido del corazón que nos acompaña 70 veces por minuto, ni sentimos el aire que entra y sale de nuestros pulmones 16 veces por minuto. Nos pasamos la vida ensimismados en nuestros infortunios como si no floreciera nada a nuestro alrededor o como si lo que nos acontece no tuviera colores. Buscamos ser reconocidos en las desgracias sin tener presente que esta ceguera sobre lo importante, no es más que una forma de soledad.
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