Decía un amigo hace un tiempo, maravillado, que era admirable cómo los políticos (él se refería a los del PP, pero es extensible a prácticamente todos), se maravillaba él de que “200 tíos vayan de arriba abajo, de este a oeste por todo el país, desconectados entre sí inaugurando tramos de autopista, polideportivos, parques, estaciones de AVE… sean capaces de no salirse del discurso único que marca la dirección”. Todos a una y una consigna para todos, funcionando como pequeñas piezas de un engranaje mayor, rugiente, que todo lo silencia. Los alumnos más aplicados del Actors Studio están ahí y siguen el Método, lobotomizados y convencidos hasta la médula de su papel y razón de ser en este mundo.
(The New Yorker)
El fenómeno se potencia y universaliza en campaña electoral hasta alcanzar categoría de normal. Los díscolos, como la candidata al Senado por el PP zafándose de Carme Chacón en Facebook o el cordinador de Circulación de Madrid soltando barbaridades en Twitter, han sido sometidos al escarnio público (y destituido en el último caso) después de sus salidas de tonos en ambas redes sociales. Un castigo ejemplar y aviso a otros navegantes que intenten explorar nuevas rutas fuera de las marcadas. No hay espacio para el libre albedrío, no sea que se vean las garras bajo la patita envuelta en piel de cordero que intentan vendernos. Hay que disimular, al menos hasta el 20-N. Pero cada día que pase va a ser más difícil porque el PP, sabiéndose ganador, no va a ganar para sustos con sus animosos militantes, dispuestos a todo para ganar puntos en la carrera hacia la meta en algún cómodo ministerio.