En El metro universal, se cruzan las historias, los espacios y los discursos haciendo que los sujetos emerjan desde una condición claramente humana y, al mismo tiempo, ficcional. Así es que artistas, nobles, guerreros, conquistadores y conquistados –crean y- comparten un territorio amplio y plural. Y entonces, las categorías ‘intelecto’ e ‘instinto’, que definen a cada personaje por el rol que cumplen en la narración, se tensionan para generar un campo infalible: el del conocimiento humano pero que, desde la amplitud y la pluralidad, es expresado en la ciencia positiva, en el cuerpo, en el arte, en el poder. Así es que científicos como Raveil y Pateur; artistas como Baudelaire, Gautier y Sainte Beuve; políticos como Bonaparte, Urquiza y Alberdi o nobles como Rémy establecen diálogos con porteros atentos, amantes lujuriosas –esclavas liberadas devenidas en actrices- y un gato.
Ubicada en la segunda mitad del año 1855, la narración se desplaza desde París a la Confederación Argentina, y se demora en una Martinica onírica, mágica y sensual, tramando desde la presentación de los grandes y visibles acontecimientos de la Historia, minúsculos momentos subjetivos, para ello la forma discursiva privilegiada es el estilo indirecto libre, de modo que los personajes y el narrador también resultan fundidos, creando un ambiente de intimidad.
La novela se divide en dos partes, forma en la que se refuerza la instancia dialógica; la historia con sus personajes de la segunda mitad del siglo XIX cobran vida y voz que se inscribe en cartas y poemas como expresión de los múltiples intertextos que se proponen; junto a ellos, un deseo, el de hallar la medida de las cosas en su punto exacto.
Porque el metro universal interpela el saber de los hombres y, según Raveil, subraya el error en el que la República ha vivido durante casi sesenta años; error que puede acarrear muchos otros hasta convertirse en una enfermedad hereditaria.
En consecuencia es el deseo el que le devuelve el sentido a este metro universal que se piensa; deseo hecho de palabras que Raveil escribe y Baudelaire reescribirá poéticamente y que como se adelanta en la página 17 de la novela, es la mismísima Jeanne Duval, hija de esclava, rostro siempre de niña y cuerpo que esclaviza, duende perverso de La Martinica- la que es “…algo parecido al logro de la unidad de medida de todas las cosas, al metro universal…”. En definitiva, el amor y la poesía como forma en la que se sintetiza la buscada medida.
El ambiente romántico es el fondo para que todas las historias hallen su correspondencia en cada uno de esos sujetos que, en su soledad, desean un mundo a su medida.