Al principio pesan las piernas, pesa el corazón y pesa el rubor en las mejillas.
El mundo es un secreto y cerrado peso que hace temer fiebres muy altas o
un vértigo de algodón dulce alojado en el pezón izquierdo.
Después adviertes que el camino es largo o que tus ojos se han empequeñecido mucho.
Adviertes el estrago, que es un volcado masivo de palabras sin brújula y de abrazos sin cuerpo.
Vacía la distancia, el espacio huele a confitura de domingo.
Abierta
la brecha entre el corazón y las razones,
la vida se mide en ángeles
ahogados, ángeles que observan cómo un tren descarrila en una catedral
de hambre y óxido.
La vida se cuenta en estos pequeños fragmentos de insomnio.
La vigilia enorme de los días es un sueño que no se nombra o es una ficción que no se escribe.
Dios tutela el ingreso en la boca del lobo.
La boca dulce cuando se va abriendo, la boca que no comprende la naturaleza de lo que engulle.
Es la boca sin palabras que mastica el candor y la primera impresión dulcísima de las cosas.
Es la tiniebla estallando en la tiniebla, es la luz y me están doliendo todos los huesos del verbo.
Debajo del verbo está el miedo.
Debajo del miedo está la sangre.
La sangre a solas escoltando el cuerpo hacia su sombra.
Las horas abriendo en mi pecho un pequeño extravío de caballos.
Al principio pesan las piernas, pesa el corazón y pesa el rubor en las mejillas.
Luego el mundo es un paisaje al que le han extirpado el volumen.