El miedo es la clave

Publicado el 24 febrero 2012 por Jmbigas @jmbigas

Alistair MacLean fue un escritor escocés (1922-1987) que escribió multitud de novelas de ambiente bélico y de suspense. Sus obras más conocidas (llevadas al cine) son Los Cañones de Navarone y El Desafío de la Águilas. En 1961 escribió una novela titulada El Miedo es la Clave (Fear is the Key), que fue llevada al cine por el director Michael Tuchner en 1971. Recuerdo haber leído la novela en algún momento del pasado, pero lo he olvidado todo de ella, salvo el título.

(Fuente: capitancinema)

He recuperado el título de este antiguo libro porque estos días da la sensación de que, efectivamente, el miedo es la clave (o la llave) de muchos de los acontecimientos de la actualidad. Siempre he desconfiado de los abstemios (los que nunca beben alcohol), pero también de los borrachos conocidos y los alcohólicos anónimos. Siempre he desconfiado de los temerarios (los que nunca tienen miedo), porque los valientes sí sienten una cierta dosis de miedo, pero saben convivir con él y sobreponerse. La dosis adecuada es la clave. En los análisis de sangre, si sube mucho el azúcar, eso es malo. Pero si baja demasiado, es casi peor. Lo mismo sucede con el miedo. Una cierta dosis de miedo estabiliza la vida y la sociedad. El miedo impide a las personas tomar decisiones temerarias. El miedo es la manifestación práctica de la relativa incertidumbre que todos tenemos de lo que habrá al otro lado de cualquier puerta. Una sociedad de ciudadanos con miedo (de perder algo ya conseguido, por ejemplo) es lo que hace que las sociedades evolucionadas tengan tendencia a ser relativamente estables. Se dice que las clases medias son las que mayores dosis de miedo atesoran, porque su prosperidad personal y familiar dependen en gran medida de la prosperidad del conjunto de su país y, en nuestro caso, de la prosperidad de la Unión Europea en su conjunto. Si todo se va al carajo, tienen mucho que perder. Por el contrario, los desheredados carecen de miedo, porque ya nada tienen que perder, y por eso son la mayor fuente de inestabilidad social. Las grandes guerras de la edad moderna han sobrevenido en circunstancias donde una mayoría de la población ya no tenía nada que perder, y cualquier cosa iba a ser mejor que su situación actual. En lugar de tener miedo a lo que pudiera haber al otro lado de esa puerta cerrada, había la esperanza de que tras ella se pudiera vivir y no sucumbir en la miseria o se tuviera la tranquilidad de que no te aplicaran electrodos en los huevos, y cosas así. Las clases más acomodadas (los ricos, para entendernos) también acostumbran a carecer de miedo. Si su país se hunde, siempre les quedará Suiza, Belice o las Caimán. Y si el mundo se acaba (ver la película 2012), siempre les quedará una plaza en una de esas naves interplanetarias construidas ad hoc y que se venden a trillón. Con los últimos acontecimientos, con las decisiones del nuevo Gobierno, con las diversas Reformas ya introducidas (especialmente la Laboral), con la presión insaciable del eje franco-alemán para contener el déficit y la Deuda, con las indicaciones de que hay que reducir los salarios, con la realidad de que los empleos ya son todos temporales, precarios y muy baratos de rescindir, estamos bordeando una situación médica de hipo-miedo. Las dosis de miedo en todas las capas de la sociedad están alcanzando sus mínimos históricos, por lo menos en todo el largo período postbélico desde 1945.

Violenta represión en Valencia.
(Fuente: cubadebate)

El Gobierno parece no tener miedo de que su Reforma Laboral draconiana (que no es ajuste, sino un cambio completo del modelo de relaciones laborales) le vaya a suponer merma de su popularidad, o amenace su victoria anunciada en las Autonómicas andaluzas del 25 de Marzo. Los cuerpos policiales no parecen tener miedo de sacar las porras a pasear, y de emplearse a fondo apaleando chiquillos de instituto (o melenudos perroflautas infiltrados, que para el caso, es lo mismo). Parecen estar bastante seguros de tener carta blanca y disponer de una cierta impunidad. Los Bancos parecen no tener miedo a dar créditos: simplemente no los dan, y así se evitan el estrés y el riesgo, mientras se dedican a tomar prestado dinero barato del BCE para invertirlo en Deuda bien remunerada, y sentarse a esperar los réditos. Los ciudadanos, por su parte, parecen estar perdiendo el miedo también. Porque empiezan a ser conscientes de que estamos llegando a un punto donde ya cualquier otra cosa sería mejor. Sea lo que sea que haya al otro lado de la puerta cerrada, no puede ya ser peor, y se pierde el miedo a abrirla. Cuando probos ciudadanos, que estaban convencidos de vivir en un entorno de prosperidad sin final y de tener su futuro resuelto, se ven abocados a los desahucios por impago y a los comedores de Cáritas, las convicciones desaparecen, los principios flaquean y el miedo se desvanece. Cualquier otra cosa valdría más que esto.

La Reforma Laborar decretada por el Gobierno es un
atentado a la línea de flotación del Estado del Bienestar.
(Fuente: actibva)

Una sociedad con mucho miedo es mala cosa, porque se atenaza, se estanca y se resigna. Un Gobierno con miedo es mala cosa, porque se vuelve timorato y es incapaz de pensar en grandes cosas para el futuro y en nada que suceda más allá de mañana. Pero una sociedad sin miedo está condenada a la desestabilización general. Un Gobierno sin miedo se vuelve temerario y no le duelen prendas de aplicar indiscriminadamente el bisturí, porque aunque muchos mueran, quizá salvemos la raza. Una dosis razonable de miedo es lo que hace que las sociedades y los gobiernos sean valientes (que no temerarios) y sepan abrir puertas que nos lleven a todos a nuevas estancias más amplias y en mejores condiciones. Una dosis razonable de miedo es la que evita que nos despeñemos por el precipicio, tras unos pasos despreocupados al borde del abismo. Una dosis razonable de miedo es la que nos lleva a todos a ser respetuosos con la Ley. Se puede morir cuando sube mucho la tensión arterial, pero también cuando baja demasiado. El azúcar alto es malo, pero las bajadas de azúcar son casi peores. Este mundo está pensado para convivir con el equilibrio, estable si es posible, indiferente si acaso (como ese cono tumbado que rueda indolente por la mesa), pero nunca inestable (andar por el filo de la navaja). El mucho miedo es malo. Pero la ausencia de miedo puede tener consecuencias incluso peores. El miedo es la clave. JMBA