Debía escribir algo sobre la navidad. Y pensé en los milagros que leemos en la Biblia.
Escalofriante: un brujo maléfico llamado “Bokor” tiene el poder de resucitar personas y convertirlas en zombis. En realidad, estos brujos primero intoxican a la víctima con tetradotoxina, el veneno del pez globo. La familia piensa que ha fallecido, y lo entierra. Al cabo de un par de días el cruel Bokor exhuma el supuesto cadáver, y le obliga a ingerir una potente mezcla de alucinógenos que dañan irremisiblemente el cerebro; la consciencia y la memoria.
Imagine. Ha transcurrido una semana, y familia y vecinos ven aparecer aterrorizados la imagen balbuceante y trastornada de quien había sido enterrado. Un zombi. Un muerto viviente.
Pero no voy a escribir sobre esto. Me interesa otro milagro más difícil de justificar desde la ciencia. Por ejemplo, el milagro del nacimiento de Jesús.
¿Puede la ciencia explicar el embarazo de una mujer virgen?
Sí claro, me dirán muchos; por inseminación artificial. Pero, si bien la inseminación de mamíferos se conoce desde tiempos babilónicos, yo propongo escudriñar una causa de origen natural que haga posible un embarazo sin haber conocido varón.
Los médicos llaman “hermafroditismo verdadero” la condición de una persona que produce gametos femeninos y masculinos, generalmente en un ovotestis (o gónada hermafrodita). Las personas hermafroditas, ¿pueden ser fértiles? Hay más de un centenar de casos que lo confirman. Lo que no hay es ni un caso clínicamente documentado de un hermafrodita humano que se haya fecundado a sí mismo.
No estamos seguros; y a falta de pruebas creemos que no es posible.
Pero entonces, ¿es imposible que una mujer virgen se quede embarazada? Eso parece.
Sin embargo, en el mundo animal se da un fenómeno asombroso llamado “partenogénesis”. Es la reproducción a partir de células femeninas no fecundadas. Y no es un fenómeno inusual.
Para explicar la partenogénesis debemos entender la gametogénesis; es decir, el proceso por el cual los animales fabricamos gametos masculinos y femeninos, células haploides (con la mitad de los cromosomas) que se combinan con otras para crear un ser vivo único.
La gametogénesis femenina se llama ovogénesis. Para llegar a un óvulo fecundable haploide se parte de una célula diploide (con todos los cromosomas) que se divide en dos, con lo que se reduce el número de cromosomas a la mitad. Esta división recibe el nombre de meiosis.
Tenemos entonces dos células: una llamada ovocito II, más grande (el futuro óvulo) y una compañera que se llama “cuerpo polar”. Posteriormente, habrá una segunda división mieótica, por lo que tendremos cuatro células; un óvulo y tres cuerpos polares que acabarán desapareciendo, absorbidos por el organismo.
Pues bien: en ocasiones la naturaleza hace posible que el cuerpo polar fertilice el ovocito II, aportando así la mitad de cromosomas que necesita para ser diploide y viable. Es decir, una hembra gesta un ser vivo sin que intervenga un gameto masculino.
Es la gestación de una virgen.
Ahora bien, no está demostrada la partenogénesis en mamíferos en libertad, aunque sí se ha logrado inducir este fenómeno en ratones y monos de laboratorio. En fechas tan tempranas como 1936 Gregory Goodwin Pincus logró el nacimiento de un conejo por esta técnica. De hecho, hoy en día los laboratorios emplean la partenogénesis humana como herramienta de fabricación de células madre.
Pero ¿hay algún caso en humanos, alguna pista de que sea posible que una mujer virgen se quede embarazada?
Lo cierto es que sí. En el verano de 1944, una joven enfermera alemana, de nombre Emminaire, fue a consulta porque no se encontraba bien. El diagnóstico fue claro y certero: estaba embarazada. Sin embargo, la joven de 18 años de edad juró que era virgen, que jamás había conocido varón.
A los ocho meses dio a luz a una niña, de nombre Mónica. Nadie creyó su historia.
Con el final de la Guerra, y su ciudad Hannover bajo control del ejército británico, Emminaire conoció a un soldado inglés llamado Jones con el que contrajo matrimonio. Pasado el tiempo, tras varios años sin conseguir quedarse embarazada de su marido, consultó su caso con un famoso ginecólogo londinense: Stanley Balford-Lynn.
El médico encontró pruebas de que madre e hija compartían una identidad genética similar a la de las gemelas idénticas. Entusiasmado, envió un artículo a la British Medical Journal e investigó nuevos casos susceptibles de ser partenogénesis humana. El asunto fue noticia periodística. Sin embargo, ante las burlas y el escepticismo de la comunidad científica, abandonó la investigación en 1956.
Por lo que he podido investigar, en 1983 los estudios sobre el tema cobraron vida gracias a un artículo de Kaufman, M.H. Early publicado en la prestigiosa Cambridge University Press, bajo el título “mammalian development: Parthenogenetic studies”. Años más tarde, el doctor M. Azim Surani, de la Universidad de Cambridge, provocó un auténtico revuelo entre los especialistas al publicar “Parthenogenesis in man” en la edición de octubre de 1995 de la revista Nature Genetics.
En este artículo se comentaba el caso de una criatura de tres años cuya genética procedía sólo y exclusivamente de su madre
Y reflexiono sobre el mito de la virgen que engendra a un dios; uno de tantos mitos que se repiten en culturas a lo largo del planeta y de los milenios.
Lo operarios siguen colocando los adornos de navidad. Todavía no hace frío.
¿Sobre qué tema voy a escribir? No lo sé. Me detengo. Algo falla: ¿puede una mujer engendrar a un varón por partenogénesis? No lo creo. Sólo podrá engendrar niñas, porque la mujer tiene únicamente el cromosoma XX, y no el XY, como el varón. Por ello es el hombre el que siempre determina el sexo del feto. Si Jesús era varón, tuvo que intervenir un gameto (o Espíritu Santo) masculino.
El otoño siembra de hojas la acera.
Antonio Carrillo