Entrevista de José Antonio Benito al padre Manuel Carreira en el canal católico PAX-TV.
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J.A. Benito: El milagro: ¿Cómo es compatible la ciencia, con sus leyes fijas dadas por Dios, con el milagro que va contra ellas, sobre todo en la resurrección, la gran prueba de credibilidad?
p. M. Carreira: Quienes objetan a la idea del milagro suelen objetar diciendo que si se acepta que puede haber milagros se viene abajo la ciencia, porque entonces uno nunca sabe lo que va ocurrir y la ciencia necesita ser capaz de predecir lo que va a ocurrir. A eso yo respondo con un sencillo experimento: ¿Puede la ciencia predecir con certeza si dentro de 3 segundos este lapicero va estar sobre la mesa, porque lo dejo caer, o no? Es obvio que la ciencia no puede predecirlo. Pues si la ciencia no puede predecir mis acciones libres, no es extraño que no pueda predecir las acciones libres de Dios. Pero la ciencia no se viene abajo por no poder predecir qué haré yo, ni tampoco por no predecir que va a hacer Dios.
El milagro no es una actividad arbitraria de Dios, para estorbar a los científicos: se hace en un contexto claramente religioso, para mostrar que Dios puede libremente hacer lo que va más allá de la actividad normal de la materia. No hay problema lógico en eso. Pero el milagro tiene que servir como prueba de acción divina, y tiene que ser algo externo, observable por creyentes o no creyentes, y por tanto no se puede llamar milagro a cualquier cosa que yo no entiendo o que es solamente de orden psicológico, como una visión, aunque sea de origen sobrenatural. Solamente lo comprobable experimentalmente puede ser milagro apologético que lleva a la fe y es aceptable para una canonización.
J.A. Benito: ¿Puede contarnos algún milagro, que sea bien palpable, de los tiempos modernos?
p. M. Carreira: Hay uno muy famoso bien atestiguado históricamente que debe satisfacer a cualquiera, el milagro de Calanda en España, en el siglo XVIII. A un joven que trabajaba en el campo, un carro cargado de cosas de labranza le pasó por encima de la pantorrilla, le deshizo el hueso, tuvieron que apuntarle la pierna, por debajo de la rodilla y después de unos dos años y dos meses, si no me falla la memoria, se acostó con una pierna y a los 15 minutos se despertó con las dos. Fue un caso que se hizo famoso en todo Europa; el rey mismo en Madrid pidió que fuese a verlo este joven y así fue, después de un juicio eclesiástico y otro civil, para estar seguros de que no había engaño, que no había fraude de ningún tipo. Testificaron los médicos que le habían amputado la pierna, y centenares de personas que le vieron con el muñón y sólo con una pierna durante años pidiendo limosna. No hubo otra forma concluir nada sino que ese milagro así fue.
Esto tiene todas las credenciales históricas y como única explicación hay que aceptar una acción de Dios, porque no ha ninguna posibilidad de explicar por ley física alguna que una pierna que estaba enterrada en el huerto de un hospital hacía dos años aparezca de nuevo, viva, unida al muñón, que tenía todavía las cicatrices de donde se la habían amputado.
Los milagros de Cristo también tuvieron que ser perfectamente demostrados para cambiar la mentalidad de los apóstoles y hacerles aceptar que aquel hombre era verdaderamente el hijo de Dios. Tuvieron que ser convencidos —diríamos, a la fuerza— de la realidad de la resurrección y terminaron afirmándola claramente como la base de su fe, aunque les costó la vida: “Nosotros, que comimos y bebimos con Él, después que resucitó de entre los muertos, damos testimonio de lo que hemos visto y de lo que tocamos con nuestras manos”. No tiene sentido que ellos se dejasen matar si no hubiesen visto lo que vieron y tocado lo que tocaron. El Cristianismo no se basa en cuentos, se basa en hechos históricos y estos finalmente tienen que tener como criterio de la divinidad de Cristo a sus milagros. Él lo dijo explícitamente: «Si yo no hubiese venido y no hubiese hecho cosas que nadie jamás ha hecho, no tendríais pecado en no creerme: pero las hice, y las visteis y no queréis creer. No tenéis ninguna excusa.»
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- El milagro de Calanda por Vittorio Messori:
A lo largo de este año he venido alguna vez a España y en concreto a
Calanda y he visto a turistas italianos, todos con mi libro en la mano,
pidiendo a los lugareños que les mostrasen la casa del "cojo". En España
todavía hay gente que ni sabe que existió este milagro
Todos los incrédulos habían pedido siempre, como un desafío a los
creyentes, el milagro de ver cómo una pierna o un brazo eran
reimplantados. Cuando Zola estuvo en Lourdes dijo con ironía: «Veo
muchas muletas y ninguna pata de palo. Hacedme ver una pata de palo y
entonces creeré en los milagros». Sin embargo eso ya había sucedido. Ya
lo decía Buñuel: «Yo soy ateo, pero a la Virgen del Pilar y al Milagro
de Calanda no me los toquéis. Eso sí me lo creo»
Un día conseguí un ejemplar del único libro escrito por un no español
en 1950, hecho con seriedad, dedicado a este milagro. Cuando lo leí me
quedé asombrado porque estaba ante algo que no tenía nada que ver con
una leyenda piadosa o historia popular, sino un hecho documentado sin
fisuras
En ese lugar pobre y remoto, entre las diez y diez y las diez y media
de la noche del 29 de marzo de 1640, al campesino Miguel Juan Pellicer,
de veintitrés años, le fue 'reimplantada' la pierna derecha, repentina y
definitivamente. Un carro se la había destrozado, luego se le gangrenó y
en el hospital público de Zaragoza se la amputaron, cuatro dedos por
debajo de la rodilla, a finales de octubre de 1637. Cirujano y
enfermeros cauterizaron posteriormente el muñón con un hierro al rojo
vivo
Lo asombroso de este milagro es la falta de libertad para los hombres
que deja Dios. Por supuesto que esta afirmación la hago con muchas
comillas, pero tiene su sentido. Siempre he creído que Dios deja sitio
para la duda, precisamente para respetar nuestra libertad, para no
obligarnos a creer. Pero cuando descubrí el milagro de Calanda entró en
crisis este esquema. Pasaron dos o tres años de trabajo antes de
extender los brazos y decir: sí, no hay nada más que decir, la única
hipótesis razonable en este caso es la de admitir que esta pierna
amputada fue restituida después de dos años y medio a Miguel Juan
Pellicer
El escándalo del Milagro de Calanda no es sólo el escándalo de un Dios
que contradice su estilo, sino que este milagro es un premio al período
más calumniado de la historia de España: el de la Inquisición, de la
expulsión de los moriscos al norte de África, de las guerras en Europa
para defender la ortodoxia cristiana o la envangelización de América.
Una de las razones por las que se conoce poco este milagro es el
desprecio que tenían los iluministas o iluminados del siglo XVII, la
clase intelectual de Europa, hacia los españoles y todo lo que tuviera
que ver con España. En aquella época se decía: «¿Sabéis que en Aragón la
Virgen del Pilar ha devuelto la pierna a un cojo?» Y se respondía con
desprecio: «¡Bah, cosas de España!»
Si negáramos la existencia de este milagro, tendríamos que negar que
Napoleón fue emperador francés o que el ejército de Hitler entró en
Polonia. Cuando escribí el libro, lo leyó el prof. Landino Cugola,
traumatólogo y microcirujano de la Universidad de Verona, y quedó tan
impresionado que se rindió a la evidencia del milagro"