por el Reverendo David Wilkerson
Samuel fue un joven llamado al “ministerio de la tristeza”. No la suya, ni la de la humanidad, sino la tristeza profunda e insondable de Dios. Dios estaba muy afligido por la caída de su pueblo, y no había quien se condoliera. Dios estaba a punto de quitar su gloria de su casa de Silo, y los que ministraban en su altar no lo sabían. ¡Qué triste es ser tan sordo, ciego y mudo precisamente a la hora del juicio!
Israel estaba corrompido; el sacerdocio era adúltero y el ministerio organizado y establecido estaba completamente ciego. Elí representa el sistema religioso en decadencia con todos sus intereses egoístas, ablandado por la vida fácil con sólo una muestra de aborrecimiento del pecado. Elí se había vuelto gordo y perezoso con respecto a lo profundo de Dios, dedicado sólo a la liturgia.
Sus hijos Ofni y Finees representan el ministerio presente de la tradición. Esos dos sacerdotes jóvenes nunca tuvieron un encuentro con Dios. No sabían lo que era “oír del cielo”. Ni tampoco el deseo ardiente de encontrar a Dios y conocer la gloria y la presencia del Señor; no sabían nada de la tristeza de Dios. Esta clase de personas no ayunan, ni oran. Buscan las mejores posiciones ministeriales, con los mayores beneficios y las mejores oportunidades de promoción. Nunca se les ha quebrantado el corazón por la humanidad perdida; saben poco del sufrimiento. Son el producto de un ritualismo muerto y frío. ¡No tienen la frescura de Dios! Dicen las cosas rectas y novedosas, hablan y actúan como profesionales; pero no tienen la santa unción ni conocen el temor y el miedo reverente de un Dios santo.
Así que, como los hijos de Elí, se vuelven sensuales, mundanos y egocéntricos. Los hijos de Elí se corrompieron tanto que Dios los llamó “los hijos de Belial” (Satanás). Se dijo de ellos que “no tenían conocimiento de Jehová… engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel” (1ª Samuel 2:12,29). Por eso hay una multitud de jóvenes evangélicos que se vuelven fríos y sensuales, adictos a la música ruidosa y carnal, bebedores de cerveza, practicantes de relaciones sexuales ilícitas, aburridos e inquietos. Algunos pastores de jóvenes los condenan con su mal ejemplo y falta de discernimiento del Espíritu Santo. Si los líderes de la juventud no conocen al Señor, ¿cómo pueden ganar a los muchachos para Dios? Ahora nos enfrentamos a la tragedia de toda una generación descarriada porque tienen pocos pastores que les indican la manera de escapar de las trampas satánicas de esta época. Se ha tolerado mucho lo que satisface los deseos sensuales de la juventud.
Elí había perdido todo su discernimiento espiritual. Ana, una mujer piadosa, lloraba amargamente en la casa de Dios en Silo. Le rogaba al Señor que le diera un hijo e intercediera desde lo más profundo de su corazón. Ella es un tipo del remanente santo e intercesor que anhela y clama por un mensaje fresco de Dios. “Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria” (1ª Samuel 1:13).
¡Cuán ciego puede ser un pastor del Señor! Ella conversaba con Dios en el Espíritu, bajo la unción divina y pronta a convertirse en canal de renovación en Israel, y el hombre de Dios no pudo discernir la verdad. No comprendió en absoluto el significado de lo que ocurría en el altar. ¿Qué le había pasado a ese sacerdote del Dios altísimo, que debiera estar en pie en el umbral de un acto divino nuevo y profundo que afectaría el futuro de Israel, y está tan separado de Dios que lo confunde con algo carnal?
¿Cómo va a llegar Dios hasta el pueblo corrompido y descarriado de Israel? Dios está entristecido; quiere sacudir las cosas; ¡Él está a punto de proceder con rapidez y enojo y vomitarlo todo de su boca! Sin embargo, Elí no lo sabe. Elí se ha vuelto tan indulgente, cómodo y saturado de la tradición fría, que no tiene ni la mínima sospecha de lo que Dios dice o está a punto de hacer. Va a echar a sus hijos a un lado, a podarlos del servicio de Dios, pero están tan entregados a los placeres carnales, tan adictos a la mejor carne y tan endurecidos por el pecado que se han convertido en agentes de Satanás, ciegos ante el juicio inminente. ¡Dios debe buscar fuera de la estructura religiosa establecida a alguien bastante dispuesto a compartir su tristeza!
La Compañía de Samuel
El Señor siempre tiene su grupo de personas como Samuel que oyen su voz en tiempo de decadencia espiritual. La compañía está constituida por hombres y mujeres que no se preocupan de la tradición, la promoción ni las diferencias entre las denominaciones religiosas. Representan a pastores y laicos que están dispuestos a oír y pasan tiempo a solas con Dios.
Dios le envió un aviso a Elí con un profeta anónimo. Fue un flechazo directo al centro de un sistema religioso que se había vuelto protector de sí mismo. Elí había protegido a sus hijos descarriados. Dios le dijo en profecía: “Has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel”. (1ª Samuel 2:29).
Cuando Elí supo que sus hijos ostentaban su fornicación a la puerta de la congregación, todo lo que dijo fue: “No, hijos míos, porque no es buena fama la que oigo yo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová (1ª Samuel 2:24). Después Dios le dijo a Samuel que Él juzgaría la casa de Elí porque él conocía la iniquidad de ellos y no hizo nada para evitarla. “Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1ª Samuel 3:13).
Hay un día de juicio señalado aquí en la tierra para los ministros del evangelio que conocen el pecado de la congregación o de su familia, y no quieren hacer nada al respecto. Tal vez regañen a los adúlteros, los bebedores y los fornicarios, pero no tienen un mensaje penetrante de reprobación. Temen disciplinar a sus hijos espirituales. En el juicio nuestro Señor les preguntará: “¿Por qué no le mostraron a la gente la diferencia entre lo santo y lo profano?”.
¿Por qué fue Elí tan condescendiente con el pecado de sus hijos? Porque ellos robaban la mejor carne antes de que fuera a la olla hirviente; llevaban a casa esa carne roja y fresca y Elí ya estaba acostumbrado a ella. El sufriría si los trataba muy duro, pues tendría que volver a comer la carne cocida y húmeda. Había aprendido a cerrar los ojos ante todo el mal que lo rodeaba en la casa de Dios y en su propia familia.
Yo creo que por la misma razón hay predicadores blandos en su lucha contra el pecado. Los ha tranquilizado la buena vida. Disfrutan de la comodidad y el prestigio de las multitudes y de los edificios grandes. Es algo muy sutil. Aunque sabe que debe decir algo, el pastor se limita a decir: “¡No deberían hacer ustedes cosas malas!”. Ningún trueno sagrado. Sin tristeza por el pecado y la transigencia. Está ausente la visión de Pablo de la pecaminosidad excesiva del pecado. No hay advertencias de retribución y juicios divinos. De lo contrario, la gente se ofendería, dejaría de asisitir y de pagar las cuentas. Tal vez se detendría el crecimiento.
He predicado en iglesias como esas y ha sido una experiencia dolorosa. El pastor que, como Elí, ama usualmente el arca de Dios, no es malo, sino temeroso. Teme el movimiento del Espíritu Santo, teme ofender a la gente, da un servicio de labios solamente a la santidad y teme atacar al pecado con dureza.
Ocupo el púlpito de aquel hermano para anunciar la exigencia del Señor de santidad, la invitación al arrepentimiento, la advertencia del juicio sobre el pecado, y los transigentes se apresuran a pasar adelante llorando, confesando y en busca de liberación. Miro al lado y veo a un pastor preocupado porque tal vez se pierda el control del servicio, se manifiesten las lágrimas sin control o alguien caiga al suelo dominado por la convicción de pecado y la tristeza. Está muerto de miedo de que su “gente nueva” no comprenda. Está ansioso de volver a tomar el control de la reunión para calmar las cosas. Murmura confirmaciones dulces de que Dios los ama a todos, les recuerda que ya se hace tarde y los despide rápido. Le echa agua fría a la convicción de pecado, y las personas agobiadas por el pecado se van a casa angustiados por lo que parece ser una falta de interés de su pastor.
He salido de esas reuniones con mucha tristeza. Me pregunto: “¿Dónde está la tristeza por el pecado? ¿No pueden los líderes ver que esas ovejas llorosas quieren clamar a Dios y permitir que la convicción del Espíritu Santo haga su obra de limpieza en ellos?”.
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