El episodio comienza con Alonso soñando con la visita que le hizo a su mujer la temporada pasada, aunque Pacino no tarda en despertarle con sus gritos. Como Alonso es Alonso, agarra un señor cuchillo y está más que dispuesto a apuñalar a quien sea (o a versionar Psicosis, cualquiera sabe ya a estas alturas), aunque lo que se encuentra es a Pacino despertando y apuntándole con un arma porque... bueno, Pacino es Pacino. Madre mía los pobres vecinos de estos dos... Oh, oye, ahora que lo pienso: ¿y si se compran un patito y un pollito para relajarse y eso?
En lugar de ir a la pajarería más cercana, los dos se ponen en plan intercambio psíquico sobre pesadillas, líneas temporales paralelas, cambiar la historia... Vamos, que les falta hablar de drogas para que Walter Bishop se les sumara tan contento.
Por la mañana, Pacino pilla a Alonso rezando, lo que le sorprende un poco, pero enseguida cambia de tercio: mejor desayunar. Mientras lo hacen, ambos comentan lo mucho que les flipa la tecnología actual, pero Alonso está raruno y su nuevo BFF lo ha notado, así que le pregunta. Alonso le dice que no tiene cabida en esa época, que la gente que conocía ha muerto... Ay, Alonso, pero si tienes a Pacino. No sé, podéis ver Terminator juntos e ir a ferias de motos, que seguro que a él le gustan esas cosas.
Bueno, la conversación va por derroteros religiosos, ya que Pacino pasa de rezos y tal, cuando les avisan del Ministerio. Como Alonso tiene un par de días libres por la mudanza, Pacino ingenia un plan maestro de los suyos: para aprovecharlos, mejor que se quede en casa empollándose los manuales de la lavadora y tal para que aprenda a utilizarlos. Le dice que así luego le explica cómo funcionan, pero yo sospecho que quiere convertir a Alonso en su chacho personal. Así de mal pensada soy, aunque, bueno, Pacino ha demostrado ser MUY listo, así que no sé hasta qué punto será imposible... Mmm...
Ay, que me enrollo y os tengo que contar la misión: Tordesillas, 1808, el ejército francés capturó a tres españoles acusados de espionaje y los encerró en el monasterio de Santa Clara. Una nevada obligó a Napoleón a pasar la noche de Navidad en dicho monasterio y éste, tras cenar con la abadesa, perdonó la vida a los tres presos. ¿El problema? Que la abadesa la ha palmado antes de poder conocerlo y, sin abadesa, los presos no se salvan. Pero ahí no queda la cosa, pues resulta que uno de los presos es el antepasado de Adolfo Suárez y, de hecho, conoció a su esposa en ese mismo monasterio.
Por cierto, mientras les ponen al día de la misión, Irene alaba el que Amelia sabe de todo, pero Pacino demuestra que no es así al hacer todo un señor test sobre cultura pop. De paso, Irene comenta que tuvieron que salvar a un familiar de Iniesta, a quien no conocen ni Amelia ni Pacino, y curiosamente Salvador pasa del tema. Al parecer, es fan de Gasol y Salomé, pero no de Iniesta. Curioso. Seguiremos informando sobre los gustos de Salvador.
Total, que tienen que sustituir a la abadesa con alguien que dé un perfil similar. Se están preguntando de dónde sacan a alguien tan genial, cuando aparece Angustias con el café y empiezan todos a mirarla con unas caras que son para ponerlas en un gif, vamos.
Eso sí, Angustias pasa de la misión, así que Salvador debe lidiar con ella él solito. Tras no conseguir nada ni con aumento de sueldo, ni súplicas porque a Angustias eso de conocer a Napoleón le da respetillo y encima engalanó su curriculum diciendo que hablaba francés, Salvador tira de manipulación. Básicamente le dice que tienen que salvar a Suárez, que era un amigo y el que hizo que ellos dos se conocieran. A Salvador, por cierto, le falta el típico violín triste, aunque la verdad es que logra convencerla.
Así que, nada, Angustias nos digievoluciona en Sor Citroen (mote cortesía de Pacino, grandeza absoluta él) y, tras haberse empollado la vida de Napoleón (o Nabulio en su infancia; seh, todos estamos de acuerdo: pobrecito) en la Wikipedia, se reúne con el resto de la patrulla para ir a Tordesillas. Irene es la que se encarga de acompañarlos hasta la puerta, ya que Ernesto va a ayudar a Alonso a adaptarse a la actualidad (no sin antes hacerse el misterioso con Pacino sobre la época de la que es... Uh, si Pacino supiera, flipaba).
En el monasterio, les recibe la futura señora de Suárez, que les pone al día de la situación, antes de llevarse al Padre Pacino a sus habitaciones, mientras un par de monjas se encargan de Amelia y Angustias. La futura señora de Suárez le explica a Pacino que a veces no sabe si meterse a monja o no porque le gusta uno de los presos y entonces vemos una ensoñación súper bucólica que deja a Sonrisas y lágrimas en bragas. Ni que decir que tiene que soy fan de póster de la ensoñación.
Por el camino, se cruzan con el mariscal Ney, que tarda cero coma en colarse por Pacino y flirtear a lo loco. Pacino, que es muy avispado como todos sabemos, se da cuenta de lo que pasa y, claro, lo tenemos preocupado perdido.
Por su parte, las monjas les dan de comer a Amelia y Angustias y ésta se cree de repente Pepe de Masterchef porque se pone a criticarla en plan todo profesional. Angustias se cree que todo está solucionado y ya sólo le queda irse a la cama, pero resulta que se tienen que ver en misa por la noche y que ella, como abadesa, tiene que cantar un solo. La cara de Angustias es para enmarcar. Bueno, todas sus caras lo son.
De hecho, la pobre mujer está todo angustiada (valga la redundancia) por el tema de cantar, ya que no sabe ni cantar el Adeste Fideo. Lo dice ella y yo creo que es maravilloso. Amelia intenta calmarla, además de enseñarle a cantar, pero... bueno es que Angustias parece una banshee o un descarte de OT o yo creciéndome en la ducha con I will always love you.
Evidentemente Amelia tiene que huir de semejante sonido celestial, así que acompaña a Rosa (o futura señora de Suárez) a llevarle agua a los presos. Ahí también está el padre Pacino con el cura mode on, que justo antes se ha cruzado con el mariscal que ha seguido flirteando. Pacino está intentando calmar a los presos, aunque uno de ellos está en plan "¡vamos a morir todos!" como Emilio en Aquí no hay quien viva (oh, qué grande es ese episodio) y Pacino casi acaba así cuando el cura detenido le endilga la misión de llevar a cabo la misa.
Amelia y Pacino están preguntándose quién es Suárez, cuando El cachas le dice a Rosa que "puede prometerle y promete", ahí como si fuera el lema de su casa en Juego de tronos, pero mirando a Amelia con carica de enamorado. Pacino, que haría temblar al mismísimo Sherlock Holmes, lo tiene claro: él es Suárez y se ha enamorado de Amelia. Cuando justo después se lo dice a ella, Amelia flipa porque la acaba de ver y está prometido con Rosa, pero su estupefacción no se queda ahí porque Pacino le cuenta que el mariscal está por él.
Sí, he usado esa expresión porque esto está adquiriendo un tono de comedia de instituto muy brutal, que hasta Pacino le dice a Amelia que es una pardilla y no sabe nada de hombres. Eso sí, la comedia de instituto sería Glee porque justo en ese momento escuchan a Angustias... cantar... aunque berrear sería más adecuado y Pacino va a la desesperación al darse cuenta de la que van a liar los dos juntitos en la misa.
Llega la noche, llega la misa y el coro de monjas suena súper bien... hasta que Angustias se tira con su solo y... bueno, digamos que no van a protagonizar el musical de Sister Act en un futuro muy cercano... o posible... o alternativo siquiera. El silencio se hace, la pobre Angustias se angustia un huevo, pero es que luego llena Pacino con su voz de cura que es LO MEJOR y, a ver, idea, idea como que no tiene ninguna. Eso sí, a las monjas les da igual porque Pacino está tocado por la gracia divina, vamos, que su culito prieto es divino y las monjas estarán casadas con Dios, pero tampoco son ciegas, ni tontas.
¿Recordáis la ensoñación bucólica? Pues resulta que Suárez tiene una con Amelia, justo cuando ella va a despertarle y él se pone en plan seductor. Bah, si el auténtico latin lover es Pacino, dónde va a parar. Lo malo es que Rosa los pilla y se marcha todo afectada, así que Amelia le cuenta lo que sucede a Pacino, que vuelve a llamar pardilla, pero desde el cariño, ¿eh?
Entonces, Rosa se presenta para hablar con el padre Pacino porque quiere confesarse. Rosa le cuenta que ha deseado la muerte de su novio, porque éste se la trajinó, ahora tiene una falta (a Pacino le falta hacer el baile de Carlton Banks) y ahora él tontea con Amelia. El padre Pacino le intenta quitar de la cabeza el que se meta a monja con ideas sobre tener más hijos y sobre lo maravillosa que es y Rosa se nos enamora en cero coma. Hoy Pacino está que lo peta, a lo mejor es que exhala feromonas o algo así. Quizás Pacino inventó el Axe, mmm.
Al mismo tiempo, Angustias está en su celda, cuando las monjas van a pedirle ayuda: el mariscal les ha pedido una pasta, pero no tienen nada. Angustias las ve tan angustiadas (os juro que no lo estoy haciendo a propósito), que digievoluciona en una especie de versión monjil de William Wallace y se planta ante el mariscal para cantarle las cuarenta. De hecho, Angustias parece a punto de soltarle un par de yoyas, así que el padre Pacino acude en su ayuda, pero Angustias sigue toda incendiaria y Pacino se ve obligado a pedirle al mariscal que no haga nada como favor personal hacia él. Ay, Pacino, que vas a acabar prostituyéndote, que yo lo veo, ay...
En esas, llega Napoleón en plan "porque yo lo valgo" y, claro, Angustias se ve sobrepasada por las circunstancias y se nos desmaya como las niñas en los conciertos del Bieber.
De vuelta en su celda, Angustias pregunta si se ha metido en un lío, lo que ha pasado, pero dice que no podía dejar a las monjitas desvalidas. Amelia se muestra paciente, pero Pacino está en plan desesperado con la locura de situación que tienen entre manos con todos enchochados con todos, sin corresponderse y con Angustias atrapada en su celda y sin poder hablar con Napoleón.
A Amelia se le ocurre que pueden usar unos túneles que hay debajo del monasterio para organizar una fuga, lo que a Pacino le parece bien. Así que llaman al Ministerio, donde justo en ese momento Salvador se pregunta si saben algo de la patrulla. Ernesto señala que cuando él dice eso, es cuando llaman como en las películas. Y, oye, dicho y hecho: la patrulla llama. Me mata muchísimo cuando se dan zascas a sí mismos y a los tópicos que se usan en las series. También el hecho de que a Ernesto lo quemaría su hijo por brujo, pero, bueno, sigamos:
Tras que Amelia les informe de cómo se ha liado todo (me niego a achacarlo a la pobre Angustias, hombre ya), Salvador decide llamar a la caballería para ayudarlos con la fuga. Vamos, que avisa a Alonso.
Por cierto, abramos un pequeño paréntesis en la historia para comentar cómo ha ido el día de Alonso, que se ha quedado solo en casa al más puro estilo Macaulay Culkin (¡gracias, Google!). Tras fliparlo mucho con cosas como el grifo con agua fría o caliente y la nevera, ha recibido la visita de Ernesto para entrenarlo en esto de ser un hombre moderno. Le ha enseñado las distintas tarjetas que usamos (con la recompensa de una revista de motos) y luego se ha montado su propio Cámbiame (o Pretty woman... me pregunto qué opinará Pacino de esto), para cambiarle el look. Y, al parecer (o eso me ha dicho mi hermana, seguidora del programa), ha cumplido hasta con lo de no querer cortarse el pelo.
Vale, aclarado eso, volvamos a la acción con Alonso tan feliz con recuperar ropa de su agrado, mientras se dirige hacia la puerta. Ernesto le explica lo que tiene que hacer y le desea buena suerte. Así que Alonso se nos presenta en el monasterio con un carromato con comida para Napoleón, pero los gabachos quieren quedársela. Alonso, entonces, se pone en plan: ¿vais a robarme a mí? Pues, vale, so pringaos... y lo próximo que sabemos es que lo encierran con los otros presos.
Pacino le sigue y Suárez le pide confesión, todo en plan rollo pasivo-agresivo. Suárez le dice que quiere matarle por abrazar a Rosa (madre mía, están hechos el uno para el otro, son el rey y la reina del drama. OMG) y Pacino le dice que no es lo que piensa, pero Suárez insiste en que se está aprovechando de Rosa. Y, claro, le ha tocado tanto las narices, que Pacino se olvida de su cura interior para volverse un quinqui que amenaza con hacerle comulgar con una buena hostia. Pasado el momento chungo, le dice que lo van a liberar y le cuenta el plan para hacerlo.
A todo esto, la pobre Angustias está ensayando sus disculpas de cara a llamar a Salvador, cuando la salva (de nuevo, no lo hago a propósito) una de las monjas para agradecerle lo que ha hecho. Angustias está por los suelos, pero la monja le dice que sólo se fracasa cuando no se intenta y justo en ese momento otra monja aparece para decirle que Napoleón ha pedido verla.
Napoleón empieza a hablarle en francés a Angustias y ella insiste en que no tienen dinero. Eso, antes de ponerse a recitar todo lo que ha aprendido de él, lo que le hace mucha gracia a Napoleón, que se entiende con ella porque habla italiano y habla un poco de español en la intimidad. Napoleón, entonces, le propone un pacto: le perdona el pago, a cambio de que le acompañe en la cena de Navidad. Angustias intenta que perdone a los presos, pero Napoleón no pasa por el aro.
Sin embargo, se pone a preparar la cena con la ayuda de Amelia, que se da muy poca maña pelando cebollas. Por suerte, Angustias enseguida cuenta con la ayuda de un pinche en condiciones, pues Napoleón se presenta voluntario. Oye, mira, al menos el hombre tiene ese detalle.
Mientras estos dos están en plan cocinillas, Amelia les lleva la cena a los presos con Rosa y el cura preso finge un ataque. Todos empiezan a montar el numerito, el soldado francés se pone en plan intenso, pero Pacino lo soluciona partiéndole la jeta con un candelabro. Si es que a Pacino lo de repartir hostias, perdón, hacer comulgar y que la gente descanse (aunque sin demasiada paz) se le da de maravilla. Todos huyen, los Suárez se besan, lo que a Alonso le parece que sólo es un incordio y dicen de ir a por Angustias.
Pero ésta está tan contenta cocinando con Napoleón y empiezan a charlar y ella le cuenta que su "novio" la engañaba y Napoleón se china de lo lindo al ver lo que la hizo sufrir. Luego, durante la cena, el ambiente es inmejorable y los dos son como muy amor. Napoleón, de hecho, le cuenta cuando se enamoró de Josefina, que apenas la ve por el tema de batallar y tal y que sabe que ella le engaña. Napoleón, entonces, se viene arriba y dice que el "novio" de Angustias era un necio porque ella es genial. También le dice que puede pedirle lo que quiera.
Eso sí, Angustias no es la única que está en plena velada más o menos romántica, ya que el mariscal va a ver a Pacino para despedirse de él porque al día siguiente se marchan. El hombre le dice que se siente solo y le pide confesión para decirle que le desea, a lo que Pacino le responde que gracias, porque es muy educadito. El mariscal se siente culpable por ser gay, pero Pacino le dice que no hay nada malo en eso y hasta deja que el mariscal le dé un abrazo y eso que no está lo que se dice cómodo. Oye, si al final también es un blandito y todo.
Después, tanto él como Amelia se reúnen con Angustias, que está tan contenta porque ha conseguido que la historia no cambie y el título de abadesa emperatriz. Pacino vuelve a desesperarse porque, claro, han liberado a lo presos y, si al día siguiente no están, va a haber represalias contra todo quisqui.
Así que Pacino llama por el móvil a Alonso para que haga volver a los presos y el pobre Alonso tiene que inventarse el que había pactado una señal con el padre Pacino: en caso de que Napoleón les perdonara la vida, él les enviaría una señal. Pacino la hace, como habían acordado, así que los presos deciden volver para que no haya represalias. Al volver, se encuentran con Pacino regando en vino de mesa al guardia para que nadie sospeche, aunque los demás no están seguros. Por suerte, Pacino sabe cómo lidiar con el mariscal y consigue que le crea, lo que es fácil con la cara de bueno que pone.
En ese mismo instante, el mariscal los libera y el paranoico va por ahí exclamando "¡no vamos a morir, no vamos a morir!" y yo soy muy fan del detalle tonto. Al igual que lo soy del hecho de que todo acabe con Pacino y el mariscal caminando a solas, uno junto al otro, versionando el final de Casablanca con el "siempre nos quedará París" y "mariscal, presiento que este puede ser el comienzo de una hermosa amistad". En serio, no se puede ser más grande que esta gente.
En el Ministerio, Ernesto comprueba que todo se ha arreglado... lo que sólo es un espejismo, porque la cacho puta de Torres aparece para quitarle el Ministerio a Salvador y quedárselo ella. Oh, tía, ¡no sabes lo que has hecho! ¡Hija de la gran puta!
Eso sí, me sorprende lo bien que se lo toma Salvador. Con una calma y un estilo... No, en serio, esto es muy raro, ¿no? Quiero decir, que es Salvador, que se entera de todo y se china con facilidad y la llama zorra a la mínima. No sé, es como muy raro todo, ¿no? Y tampoco es que entienda a Irene (que antes se ha colado en el despacho de Salvador para descubrir que éste habla con Julián en Cuba), que defiende a Salvador, pero lo jode vivo ayudando a Torres. Vamos, que no entiendo nada. ¿A mandado Salvador a Julián a Cuba? ¿Qué está haciendo ahí? Si fue Salvador quien le envía, ¿por qué hace que investiguen su desaparición? ¿Tendrá Salvador un plan maquiavélico y Torres e Irene han caído de lleno? ¡Demasiadas preguntas! Arg.
Eso sí, de momento parece que la trepa asquerosa ruiz mezquina y deleznable de Torres sólo quería medrar, así que ahora no sé si está aliada con los americanos o si ha puesto a Lola a investigarlos para ganar puntos. Yo sigo pensando que esta es una corrupta que quiere sacar pasta y, si controla el Ministerio, no impide que los yankis hagan lo que les da la gana, pero ya veremos.
Y eso es todo por esta semana. El siguiente pinta intenso de narices, con Torres cargándose el Ministerio en su primer día al desatar un brote de gripe española y poniendo en peligro a Velázquez y Alonso y eso sí que NO. Ni de coña. También me preocupa Irene, pero menos, ya que por el momento parece que sigue siendo una traidora. Ay.