El ministro y la corista

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Estos días se cumplen 50 años del caso Profumo, el escándalo sexual y político que despertó de la inocencia a los británicos. Cuando los escándalos eran en blanco y negro. Polite, elegantes y ocurrían en plena guerra fría entre ministros de guerra y coristas de medio pelo. El caso Profumo, que recibe el nombre del ministro de guerra británico, John Profumo, calentó la guerra fría. Y pone en evidencia el poder del sexo sobre la responsabilidad, la nación, la seguridad, el amor, sobre todas las cosas.

Profumo conoció a su amante, Christine Keeler, en una fiesta en la mansión de Lord Astor, atención, acompañado de su esposa. Y la chispa prendió. Desconoce qué es lo que hace despertar ese animal agazapado que todos ustedes, ella incluida, llevamos dentro y que hace que, de todas las personas de una sala, o de las que se cruzan por su vida a diario, sólo una mirada electrifique anticipando el desastre…

Porque el problema no fue el affaire en sí. El problema fue que Keeler no tenía manías y también había mantenido una tórrida relación con un conocido espía ruso. Y ya se sabe que los amantes comparten muchas cosas. También fuera del tálamo. Fue un escándalo sonado. Sobre todo porque la guerra fría estaba en su punto más álgido después de las crisis de los misiles, del 62. Y un lío de un par de semanas se llevó por delante a Profumo y desgastó tanto al Primer Ministro Macmillan que el conservador dimitió al tiempo, escudándose en problemas de salud. Incluso la show girl Keeler fue condenada a 9 meses por perjurio.

Para la historia quedará la frase “No impropiety whatever” de Profumo ante la Cámara de los Comunes. Negando la mayor, mintiendo como un perro. Todo un clásico de madurez masculina. Después, obras de teatro, fotografías, canciones, incluso una de Pet Shop Boys, se encargarían de inmortalizar la canita al aire más vergonzante de la historia.

Pero no hacía falta. La historia política está repleta de desastres, escándalos evitables, que sencillamente no se quisieron parar. Quizá porque ninguno de los implicados valoró las consecuencias de sus actos. O tal vez sí. Y les dio igual.