En Arcos de la Frontera el tiempo hace mucho que decidió detenerse y dejar de correr. Se han parado algunos relojes y las hojas del calendario no parecen tener prisa.
Es la mejor terapia para quien vive inmerso en el ritmo frenético de las grandes ciudades. Unos días en esta ciudad de la baja Andalucía para descansar y apreciar las buenas cosas de la vida.
El casco antiguo de Arcos, elevado sobre una colina, es un laberinto de cuestas empinadas y callejuelas estrechas lleno de todo el tipismo andaluz pero sin caer en clichés. Aunque la historia de Arcos se remonta a la noche de los tiempos, es en 1440 cuando la ciudad pasa a ser propiedad de la familia Ponce de León quienes conservaron el título de Duques de Arcos, hasta el siglo XVIII.
Arcos no es muy grande y se puede recorrer en un día, pero eso sería contraproducente así que hay que ir poco a poco apreciando cada rincón: una reja a reventar de geranios, la cal de sus muros, los adoquines de las calles, los palacios señoriales…
La Plaza del Cabildo es un buen lugar para comenzar el recorrido. Una plaza llena de historia e historias de las que fue testigo de torneos, toros, y algún que otro auto sacramental. La vista desde la plaza, de las colinas y campos vecinos es espectacular pero hay que acercarse al Mirador de Peña Nueva, para sentir el vértigo más de cerca.
Volviendo a la plaza, aquí se encuentra la iglesia de Santa María, que siguiendo la lenta cadencia que se respira en el aire tardó seis siglos en completarse. En el suelo frente a la iglesia hay un Círculo Mágico medieval con doce piedras rojas y otras tantas blancas con signos de las constelaciones.
Bares no le faltan a Arcos y si el vino va acompañado con una buena tapa mucho mejor. Desde hace siete años se celebra en Arcos y otras ciudades andaluzas la Ruta de la Tapa; así que experiencia no les falta. (El Mundo)