Daniel Burman tiene un modo particular de narrar los acontecimientos que ocupan lugar en sus proyecciones. Esto no quiere decir que posea un estilo complejo, rebuscado, confuso ni mucho menos; simplemente trata de explorar, de modo afable, ameno y a veces en demasía manso, las relaciones afectivas entre los personajes que constituyen sus obras. En ocasiones, al director de Dos hermanos, le cuesta decolorar el gris de las circunstancias que expone, alejándose del blanco y del negro, sin terminar de profundizar con el vigor necesario que se requiere para conmover y enlazar de lleno al público.En El misterio de la felicidad, Santiago (Guillermo Francella) y Eugenio (Fabián Arenillas) comparten todo tipo de experiencias. Son amigos desde hace apróximadamente tres décadas. También son socios en un local de electrodomésticos. El vínculo que los une parece pegarle o percibirse más fuerte en Santiago. Este mira a su colega, le brillan los ojos, sonríe y disfruta de cada momento que vive en compañía de Eugenio. Son más que compinches. Abren el negocio al unísono, desayunan, almuerzan, apuestan en el hipódromo, festejan, escuchan la misma emisora radial (cada cual desde su auto mientras viajan ambos vehículos pegados), se ríen del mismo chiste y se hacen cómplices al asentir observándose ante la humorada. Todo prácticamente de forma coreográfica. Además juegan al padel, almuerzan y cenan. Eugenio y Santiago no son pareja. Pero a veces, dicen, un amigo es la mejor pareja. Laura (Inés Estévez), la esposa de Eugenio, parece agobiarlo con tanto palabrerío. La mirada de este buen hombre lo dice todo. Algo lo invade. Santiago, lo conoce casi de taquito. Casi, porque un día, Eugenio desaparece de la faz de la tierra, sin previo aviso. No atiende llamados, no dejó ninguna nota. Y la búsqueda y el enigma emergen.
LO MEJOR:amena en su desarrollo. Las actuaciones. Muy prolijamente filmada.LO PEOR:le cuesta conmover, sin fuerza emotiva.
PUNTAJE:6,5