Los que transitan por esta casa saben de mi aversión a los supermercados. Detesto ir a comprar, pero hay necesidades básicas del día a día que no puedo eludir.
Convenzo mediante chantajes sicológicos y amenazas al Niño para que me lleve, porque acompañada la cosa es un poco menos mala.
El Niño y yo tenemos la misma aversión a estos sitios, así que nos organizamos para hacer una compra en tiempo record.
Cualquiera que nos vea pensará que somos un equipo de concursantes de algún programa de televisión de esos que tienen que hacer cosas en muy poco tiempo de manera coordinada.
-Madre, ve a por el pan que yo busco los cereales, que no quedan.
Me voy al sitio donde está el pan. Cuando llego a coger una barra, veo que hay cuatro personas que están delante de la estantería y que impiden el paso y la visión al producto.
Están situados como si fueran jugadores de futbol a punto de cantar el himno nacional antes de empezar un partido, solo les falta pasarse los brazos por los hombros para hacer conjunto.
Intento abrirme paso entre la muralla de personas y cuando lo logro y me sitúo en primera línea empiezo a observar que todos los que están a mi derecha y a mi izquierda, miran fijamente las barras de pan. El señor de la esquina derecha, coge una barra la toca, le da la vuelta, la palpa y la deja donde estaba y acto seguido coge la siguiente en la fila.
Empiezo a pensar que yo me estoy perdiendo algo. Yo solo veo barras de pan. Cierto que hay de varias clases, normales, de pueblo, de centeno, gallegas…Pero eso no justifica el estado de hipnosis que tienen los que me rodean. La señora a mi izquierda mira fijamente las barras y ni siquiera pestañea. Me estoy empezando a mosquear.
Vuelvo a mirarlas e intento ver si logro desentrañar el misterio, mientras el señor de la esquina derecha ya va por la quinta barra tocada y convenientemente palpada.
De repente, siento que tiran de mí hacia atrás con fuerza y veo que El Niño penetra como un obús en la muralla humana, se agacha y coge una barra de pan en el justo momento en que mi compañero de formación, iba a hacerle el control táctil de calidad. ¡Lo que son los reflejos jóvenes, Dios mío!
-¡Por Dios, Madre que ya estás como los abuelos del super!
Me dice mientras tira de mí hacia el centro del pasillo. Me quedo perpleja ante semejante observación.
-¿Cómo que los abuelos del super? ¿Quiénes son los abuelos del super?
-Pues los abuelos Madre, los abuelos que vienen todos los días al super porque no tienen nada que hacer y se tiran aquí toda la mañana, joder. ¿No los ves? Van como abducidos mirando las estanterías y como tienen todo el tiempo del mundo, pues no tienen prisa.
El Niño va echando al carro las cosas mientras yo conduzco.
-No seas desconsiderado, jovencito. Cuando uno se hace mayor, los reflejos se ralentizan y se tarda más en hacer todo.
-Ya madre, pero una cosa es que tardes en hacer las cosas y otra que te pongas a mirar las barras de pan como si fueran la tele, no me jodas.
Llegamos a los lácteos y empiezo a sospechar que el Niño va a poner una distribuidora de yogures.
-Eso es cierto, yo me pregunto que esperarán encontrar en las barras, lo mismo que el señor que las tocaba todas, una por una, no lo entiendo.
-¡Y yo que sé, Madre! Estarán viendo a ver si adivinan cual es la que lleva la viagra…
Según escucho eso, le pego un volantazo al carrito y me voy corriendo a la panadería.
-¡Pero dónde vas!
-¡Donde voy a ir, a por barras! Con una unidad no tengo ni la más mínima oportunidad de encontrarla, coño ¡Coge una docena!
-¿Pero quieres dejar de hacer el tonto?
- Vaaaale, que poco sentido del humor tienes. Creo que es por las decenas de litros de zumo de piña que tomas. Eso no puede ser bueno, ya te lo digo yo. Que quieres comer.
-Cualquier cosa.
-¿Llevamos pescado?
-Ufff no, pescado no.
-¿Unos filetes?
-No, no me apetecen
-¿Te hago unas lentejas?
-Hmmmm, no hoy no.
-Vale, coge un pollo asado.
-Huy no, pollo asado no.
- No, si el pollo es para mí. A ti ya se te acabaron las oportunidades.