El Misterio de las Letras Perdidas

Publicado el 13 septiembre 2013 por Martu_ki
Hoy tan solo dejo un cuento de mi invención. Disfrutad de su lectura.

El Misterio de las Letras Perdidas

Había una vez un pueblo sin letras. Era un pueblo como otro cualquiera, con sus casitas blancas y sus simpáticos aldeanos, árboles en las calles, fuentes de agua, buzones de cartas y hasta biblioteca tenían. Pero si bien las casas cobijaban, los árboles daban sombra, las fuentes saciaban su sed y los buzones se cargaban de cartas… las bibliotecas estaban tristes.
Hacía ya mucho tiempo que nadie acudía a sus salas para abrir un libro y disfrutar de su lectura. Así fue cómo los libros comenzaron a sentirse tristes, muy tristes.
Tal era la tristeza, que lloraban. Sus lágrimas no podían ser de agua, pues entonces el papel de sus hojas se mojaría de forma irremediable. Así que lloraban letras. Comenzaron llorando poquito… alguna w poco usada de la que podían prescindir o quizás una x olvidada. Sin embargo la tristeza se había apoderado tanto de sus páginas que pronto comenzaron a llorar cualquier tipo de letra, hasta hacer ilegible la mayor parte de su escritura. Lloraban mares de frases. Lloraban párrafos enteros. Pero nadie parecía darse cuenta.
Un buen día, cuando ya todos los libros no eran más que cuadernos en blanco, un hombre flacucho y endeble se presentó en la biblioteca. La notó abandonada pero, a pesar de todo, caminó hasta las estanterías del fondo y agarró el primer libro que tuvo al alcance. Su sorpresa fue descomunal. Pensando primero que se trataba de un libro defectuoso, el buen  hombre agarró uno tras otro los libros que iba eligiendo al azar, para ir comprobando cómo lamentablemente ninguno de ellos tenía nada ya que leer.
Perplejo, salió de la biblioteca y se dirigió al Ayuntamiento a pedir explicaciones.
Poco pudieron averiguar. Hicieron un amplio estudio de la situación y durante algo más de tres días estuvieron examinando uno a uno los viejos libros que descansaban en aquellas polvorientas y agrietadas estanterías grises. Era algo inaudito.
Llamaron a entendidos en la materia, filólogos y catedráticos, escritores y curiosos, todos acudieron al pueblo sin letras. Pero poco pudieron hacer. Allí no había nada que leer. Hasta los carteles indicativos de las calles… perdían sus letras.
Un buen día, mientras aún meditaban en lo sucedido sin entender la razón de todo aquello, alguien oyó la voz de un niño que, a su paso por la calle trasera, leía en voz alta una carta. Era una carta que un primo suyo le había enviado preguntándole por el misterio de las letras perdidas. Mientras las palabras del niño aún salían por su boca, el Alcalde allí presente se percató de una palabra escrita en el libro que aún sostenía entre sus manos. Algo había pasado. Las letras habían vuelto.
El Alcalde salió corriendo y, jadeando aún, le rogó al niño que entrara en la biblioteca y leyera aquella carta en voz alta. Ordenó al resto de los allí presentes cerrar los libros y volverlos a abrir, esperando que la magia hiciera el resto.
Efectivamente la magia hizo lo que debía y las letras fueron regresando no se sabe muy cómo a las páginas abandonadas. Abrían uno y otro y otro libro y allí estaban todas aquellas lágrimas derramadas, todas aquellas frases perdidas.

El pueblo entero acudió al lugar durante aquel día. La biblioteca se llenó de gente que, leyendo con avidez, llenaban el eco de la sala de un murmullo sin igual. Era el murmullo de la lectura. Era música celestial para las letras. Era magia.