El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de ordenar la inmediata puesta en libertad de la etarra Inés del Río, una persona deleznable que seguía en prisión a pesar de que había cumplido la pena, al aplicarle el Tribunal Supremo, de manera retroactiva, una jurisprudencia que le perjudicaba: la conocida como "doctrina Parot".
¿Conocen la historia de Er? Un guerrero armenio que murió por la espada, como tantos otros del mundo antiguo. Los compañeros tardaron diez días en recuperar su cadáver del campo de batalla. Era extraño: lo encontraron sin signos aparentes de descomposición. Dos días más tarde, el caído obra el milagro y regresa de la muerte cuando ya reposaba sobre la pira ceremonial.
Er narra entonces su historia, por boca (pluma) de Platón en el libro "La república". Y nos habla de maravillas; del mundo al que acuden los espíritus de los muertos.
El alma de Er había abandonado su cuerpo roto y viajado a un páramo fabuloso, una explanada en cuyo centro los jueces sentenciaban los destinos de justos y pecadores. A los primeros les colgaban un cartel en el pecho con la sentencia favorable, y se dirigían entonces dichosos a dos aberturas que ascendían hasta el cielo. Elegían el camino de la derecha, que era el ascendente. Por el de la izquierda las almas descendían del cielo tras mil años de dichas.
Los juzgados injustos, por el contrario, portaban en sus espaldas humilladas un cartel que detallaba los malos actos, y les obligaban a cruzar al otro extremo del prado, en el que dos túneles se adentraban en la oscuridad de la tierra. El de la izquierda era de bajada, y por el de la derecha regresaban del tártaro los que habían expiado su culpa con mil años de penalidades. Eran almas las que volvían sucias, polvorientas y tristes, merecedoras de lástima.
Er caminó por entre las almas allí reunidas, y escuchó que alguien preguntaba por Ardiedo el Grande, Tirano de Panfilia; hombre cruel que había cometido parricidio y fratricidio, amén demuchos otros actos sacrílegos, mil años atrás. La respuesta que escucha es terrible: “no ha venido a este lugar y es de creer que nunca venga”.
El interpelado afirma haber visto a Ardiedo, entre otros grandes pecadores, en la abertura de salida, transcurridos los mil años pertinentes y cumplida, pues, su condena. Sin embargo, “en el último instante, en el momento en que pensaban salir, la abertura los rechazó, lanzando un rugido todas las veces que intentaba alcanzarla alguno de aquellos cuya condición era de perversidad incurable o que no había expiado suficientemente su culpa. Unos hombres salvajes y ardientes, apostados junto a la abertura, al oír el rugido les interceptaban el paso, obligándolos a retroceder, y a Ardiedo y a los demás les ataron los pies, las manos y el cuello, y después de arrojarlos en tierra y desollarlos, los arrastraron fuera del camino, desgarrándolos contra las zarzas espinosas, y a los que pasaban constantemente les hacían saber el motivo por el cual trataban de aquel modo a esos criminales, agregando que los llevarían al Tártaro para precipitarlos desde allí.”
Er afirma que, de entre los terrores de toda índole que asaltan a las almas durante el ascenso,“ninguno podía compararse a la expectativa de que la abertura dejase oír su rugido en el momento de alcanzarla y que había sido para ellos un placer inigualable el no haberlo oído al tiempo de su salida.”
El mito de Er nos dice que la discrecionalidad, el arbitrio en la ejecución efectiva de la condena, es peor que cumplir la pena en sí. No podemos dejar al albur del capricho de un juez, de una corriente de opinión dirigida por la prensa sensacionalista o de los intereses de la clase política el tiempo efectivo de condena, o aplicar con efectos retroactivos decretos que alargan el tiempo en prisión. Todo preso que salda su cuenta para con la sociedad, en los términos que establece la Ley que es de aplicación, merece la libertad. Por muy deleznable que nos resulte. Aunque se trate de una terrorista sangrienta y en absoluto arrepentida.
La Ley que la libera es la misma que la condenó, y la Ley nos pertenece a todos y a todos compete su defensa. Porque la alternativa es la barbarie.
Es de dignidad de lo que hablo. De democracia, libertad e igualdad. De ejercer la soberanía a la que tenemos derecho.
El modelo garantista nace del espíritu libertario e individualista de la Revolución Francesa, y tiene como sustento la fuerza moral proveniente de la ilustración. Voltaire o Montesquieu son padres de la defensa de la dignidad del hombre, y ellos a su vez beben de Erasmo, Montaigne o Pico della Mirandola. No ha sido fácil vencer la barrera del arbitrio proveniente del poder. Es un logro extraordinario, del que no siempre somos conscientes.
A menudo, lo realmente importante pasa desapercibido.
La prisión del miedo.
Un jurista inglés dijo en una ocasión:
“Los funcionarios de prisiones tienen que convivir con los convictos durante su estancia en prisión; El resto del país debe convivir con ellos después”.
Lo fácil sería hacer como con Ardiedo: no permitirles salir. Tirar la llave. O, acaso, acabar con su vida. Pero en Europa el holocausto judío nos ha dejado una herida tan profunda que está lejos de sanar. Supura todavía el recuerdo del odio, el juicio parcial e impredecible.
A esta vieja Europa le duele todavía el alma.
Por ello nos hemos refugiado en la esencia misma de la dignidad humana, representada por el garantismo procesal.La ley penal debe ser predecible; debemos saber quién, cómo y porqué se nos juzga. Tenemos derecho a un juez imparcial, a que la pena se sustente en una Ley preexistente, a tener asistencia letrada, al principio de presunción de inocencia y al de irretroactividad de las leyes penales desfavorables.
En ocasiones será difícil de entender; más si estamos manipulados por un periodismo amarillista de trazo grueso, que trata de estos temas desde la emotividad de las víctimas antes que desde la ciencia legal o los Principios Generales de Derecho que sustentan la civilización. El análisis sosegado no es rentable, por aburrido; sí lo es una truculenta historia de crímenes atroces con un/una culpable prejuzgado y condenado por la opinión pública. Y los jueces o el jurado no son impermeables al sentir de la calle. Nadie lo es. Hablo de la justicia como un necio espectáculo mediático.
Percibo, además, una tendencia soterrada a ceder garantías individuales y derechos fundamentales
Y eso no es todo.
Total, una mayoría son negros o hispanos.
Un extranjero sometido a juicio tiene derecho a la asistencia de un intérprete cualificado, para entender y que se le entienda durante el proceso. Este derecho se vulnera todos los días en España. Se ha privatizado este servicio y, en ocasiones, los intérpretes, sin cualificación, no saben ni tan siquiera castellano. Los jueces lo han denunciado, y no pasa nada.
Total, son extranjeros.
Y así, poco a poco, el espíritu ilustrado, el optimismo antropológico, sucumbe ante el miedo. Y cruzamos los dedos porque no nos toque. Por encontrar refugio bajo el amparo del poder.
Menos humanos. Menos libres.
Asustados y sumisos, como los condenados que abandonan el tártaro temerosos de escuchar el rugido de la abertura.
Son tiempos confusos. Y como padre, ciudadano y persona me niego a sucumbir ante esta mentira que rezuma bilis.
Antonio Carrillo.