El pasado 23 de marzo nos ha dejado un referente político que hacía tiempo que estaba en los libros de Historia. Asistimos al luto por el que fue el último Presidente del Gobierno de la dictadura y el primero de la democracia. Por ello la prensa escrita y audiovisual se está deshaciendo en elogios de un político que cuando ejercía política fue denostado por propios y ajenos. Puede que a nivel personal no estemos ante un personaje de la talla que muchos panegíricos dan a entender, desde luego no era un Churchill o un Roosevelt, pero la labor a la que se tuvo que enfrentar sí puso a prueba todo su ingenio y habilidad política. Puede que fuese un político mediocre en el normal devenir de la política. Pero es que la época en que asumió la dirección del Ejecutivo no era normal. Se trataba de una época de excepcional trascendencia para la historia de España y esa excepcionalidad tan bien gestionada convierten a Suárez en un Presidente excepcional. Obviamente la labor realizada por Suárez contó, a pesar de los muchos escollos, con el viento a favor de la voluntad de cambio de la sociedad española. Un cambio que la sociedad demandaba se realizase sin sobresaltos y con cautela. La forma en que Suárez congenió con este sentir general llevó a buen puerto sus planes. Y es que Suárez supo evaluar los cambios producidos en la sociedad española del tardofranquismo porque él era un elemento que tenía la capacidad de analizarlos desde dentro del moribundo régimen. Los avances económicos del plan de estabilización dieron a España la tupida red de clases medias que toda sociedad necesita para que cuaje un régimen democrático. Obviamente ese no era el plan de El Pardo, pero las consecuencias fueron una transformación de la sociedad española que anunciaban que un franquismo sin franco era una mera ilusión. Pocos se creyeron aquello de que "después de Franco, las instituciones". Pero el aparato del régimen se mantuvo sin fisuras de importancia hasta 1974, pese al deterioro de la salud del dictador. Éste había designado a Juan Carlos de Borbón como sucesor a título de rey y nada hacía pensar que la firme voluntad del Príncipe era desmontar el régimen. El aparato esperaba vivir tras la figura de un rey títere manteniendo lo esencial con reformas cosméticas.
El ostracismo de Suárez pudo ser debido a que no solo era un convidado de piedra en la UCD y que ésta se estuviera descomponiendo, sino también en que los resultados posteriores evidenciaron que la gente apoyaba su plan de transición, no su ideología, motivo por el cual el electorado le dio la espalda a su nuevo proyecto: la CDS.
Suárez no solo fue el actor que llevo a escena el cambio político en España, también dio pasos importantes para crear una derecha democrática, aunque se le escapase el proyecto de partido de las manos, y es que como dice Juan Francisco Fuentes en la que en mi opinión es la más ponderada biografía del PM, Suárez era un abogado sin despacho y un presidente sin partido. Muchos críticos con el proceso apuntan a que fue el travestismo del PC y del propio Carrillo lo que posibilitó que la Transición llegase a buen puerto. Obviamente el entendimiento entre Santiago Carrillo y el PM fue uno de los puntales de la Transición. Pero el PCE ya había escapado de los tentáculos del Kominform con la afirmación del Eurocomunismo años antes de la muerte de Franco. Han sido muchos los críticos del PM y es que es complicado establecer un juicio ponderado sobre ésta figura. Personalmente creo que lo mejor de Suárez fue hacer de la necesidad virtud. Nadie esperaba nada en absoluto de él y esa resultó ser su mejor baza. Hizo realidad el cliché de que no hay mejor cuña que la de la propia madera y él, un hombre del régimen, fue el actor designado para desmontarlo.
Su programa político era de una sencillez pasmosa: "elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es simplemente normal". Que nadie esperase nada del PM era su ventaja, es más se esperaba su fracaso, por eso cada pequeño éxito animaba a sus interlocutores a dar pasos que él ya tenía planeados. Los utilizó de la mejor forma posible, pensaban que eran ideas suyas y que era Suárez el que cedía. Y era así porque la oposición no estaba acostumbrada a que las autoridades franquistas siquiera negociasen y menos cediesen. No podían pensar que un falangista, Secretario del Movimiento Nacional estuviera negociando con la oposición cambios legales de semejante calado. Y ahí radicó el éxito de la Transición, unido a la velocidad de vértigo en que se sucedieron los cambios.
Muchos han sugerido que Adolfo Suárez era un mero actor, un mero ejecutor de un guión escrito por Torcuato Fernández Miranda y dirigido por SM. Puede que estén en lo cierto y que Suárez sólo representase un papel, pero lo hizo tan bien que fue un auténtico éxito. Hacía siglos que en España nadie representaba su papel como era debido. Han sido pocos los que han levantado la voz sobre las sombras de Suárez, que las hubo, pero la joven democracia española está necesitada de símbolos y referentes. Símbolos porque, salvo el protocolo de muerte de la Corona, no existe en España usos institucionalizados para el adiós de las figuras políticas como sucede en Estados Unidos. La muerte del PM Calvo Sotelo fue un ensayo general para fijar unos usos y tradiciones democráticas en una democracia que todavía no los tiene.