El mito del Rey Arturo

Por Manu Perez @revistadehisto

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Los mitos son componentes importantes en nuestra disciplina, aunque la visión tradicional los considere como distorsionantes. Sin embargo, aunque no sean documentos verídicos, podemos deducir como era la sociedad a la cual estaban destinados, la influencia que ejercieron y su vigencia en ella puesto que su éxito radica en estos factores. En nuestro caso, tomaremos como referencia al Rey Arturo con el fin de extraer información del trasfondo sobre el cuál se asentaron dichos mitos.

Los orígenes de la figura de Arturo y su leyenda.

El origen del mito artúrico aun es un misterio para muchos investigadores. Los estudiosos apuntan que, lo más probable, es que dicho rey britano estuviese inspirado en un personaje del siglo V. Por aquel entonces Britania estaba bajo el control del Imperio Romano, hasta la invasión de anglos, jutos y sajones. Durante este episodio surge la figura de Arturo gracias a una mención por parte del historiador Nennius en su Historia de los bretones (826). “Nennius habla claramente de Arturo como de un “dux beliorum”, es decir, un jefe guerrero, siendo llamativo el título romano que utiliza.” (BETZ, 2004, p. 12)

Esta figura consiguió rechazar las invasiones y fundar un reino floreciente: “En la memoria colectiva permaneció el recuerdo del buen rey Arturo que trajo paz y prosperidad a los britanos. Transmitida de boca en boca durante siglos, la historia se convirtió en leyenda y fue paulatinamente adornada por los bardos con nuevos personajes y lugares, mientras se fundía con las viejas leyendas celtas.” (DOMINGUEZ CASAS, 2006, p. 48)

El desarrollo del ciclo artúrico.

Después de la Historia de los bretones, la producción literaria no se retomaría hasta la plena Edad Media. En el siglo XI aún estaba presente el enfrentamiento entre bretones y anglosajones, más complejo aun cuando se llevó a cabo la invasión normanda al mando de Guillermo I. Éstos se apoyaron en los bretones contra los anglosajones, quienes habían conseguido hacerse con el dominio. Los normandos resultaron victoriosos y se asentaron en el trono de Inglaterra. Tras una contienda civil, Enrique II, nieto de Guillermo I, rescataron la figura del rey Arturo para sus pretensiones política, vinculándolo con su dinastía. Fue abarcado por numerosos autores, se mezcló con distintos componentes de la tradición celta y cristiana y se añadieron una serie de personajes y elementos claves dentro del ciclo artúrico.

En 1136 salió a la luz Historia regum Britanniae donde Geoffrey de Monmouth relata los orígenes del reino de Britania: “A través de esta crónica, Monmouth convirtió al rey Arturo en el arquetipo de soberano perfecto y en el modelo a seguir para la dinastía Plantagenet. Además, integró en esta historia las Prophetiae Merlini, estableciendo una continuidad histórica entre el rey Arturo y los soberanos normandos de Inglaterra.”  (DOMINGUEZ CASAS, 2006, p. 46) De esta forma consiguieron consolidar el apoyo de los britanos al mismo tiempo que obtener un linaje igual de valioso que el de los reyes franceses. Posteriormente, Enrique II encargará la traducción de esta obra al anglonormando como regalo a su mujer, Leonor de Aquitania. El clérigo Robert Wace se encargó de esta tarea y tituló su obra como Roman de Brut (1155). “En ella es introducida la Tabla Redonda conformada por doce puestos a imitación de la Última Cena, pero que escondía formas y símbolos celtas” (DOMINGUEZ CASAS, 2006, p. 48)

La difusión del mito por Europa fue exitosa, llevando consigo a todos sus rincones los valores caballerescos y cortesanos del rey Arturo, coincidiendo con el desarrollo de la novela de caballería y las poesías de amor cortesano (difundida por Leonor de Aquitania). El ciclo artúrico continuó con Chrétien de Troyes, quien elaborará tres nuevas obras introduciendo más elementos cristianos: Gawain (1170), Lancelot (1170) y el Perceval (1180).  En Perceval, también conocido como el Cuento del Grial, inaugurará la búsqueda del Grial y tendrá una gran importancia en el mundo de la caballería, enlazando con las aspiraciones cruzadas. En el siglo XIV, continuó su desarrollo y, además, “el mito fue empleado por Eduardo III, en este caso para justificar sus pretensiones sobre el trono de Francia, que darían origen a la Guerra de los Cien Años. Además, el propio monarca se inspiró en la Tabla Redonda para fundar una hermandad de caballería.” (IBAÑEZ PALOMO, 2016, p. 48) Este largo y complejo proceso terminaría por cristalizarse con La muerte de Arturo de Thomas Mallory a finales del siglo XV. Su figura encarnaba todos los atributos de un excelente monarca, en primera instancia como rey guerrero y, progresivamente con un tono cada vez más cortesano. En el siglo XVI tanto el mito como la caballería cambió y se ajustó a los nuevos parámetros para mantener su público.

La vigencia actual del mito

Progresivamente, su fuerza comenzó a disminuir entre los siglos XVI y XVII hasta la llegada del Romanticismo (siglo XVIII-XIX), que benefició al mundo medieval. En el siglo XIX surgieron numerosas manifestaciones artísticas y literarias entorno a estos temas como la ópera de Parsifal de Wagner o Idilios del rey de Alfred Tennyson. El siglo XX añadió el ámbito del cine, dando lugar a numerosos largometrajes que permitió su extensión a toda clase de público. Por otro lado, otro tipo de manifestaciones culturales, como videojuegos o comics permitieron la evolución de este personaje a finales de siglo y principios del XXI.

Como podemos observar mitos como éste, poseen un increíble poder sobre la sociedad si son usados correctamente. No son estáticos ni eternos, sino que evolucionan conforme a la sociedad en que viven y la utilidad que tengan.

Autor: Danny Noya Velazco para revistadehistoria.es

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Bibliografía

BETZ, B., 2004. El rey Arturo y el Grial, Entre la Historia y las nieblas de Avalon. Código X, I(2), pp. 12-16.

DOMINGUEZ CASAS, R., 2006. Tradición clásica y ciclo bretón en las órdenes de caballería. De Arte, I(5), pp. 43-61.

IBAÑEZ PALOMO, T., 2016. El mundo artúrico y el cilco del Grial. Revista digital y iconografía medieval, I(16), pp. 31-66.

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