El mito no tan mito del suicidio masivo de los lemmings

Por Ireneu @ireneuc

El Ártico ha sido desde siempre una tierra inhóspita, fría y oscura que ha atraído y repelido al ser humano a partes iguales. El desconocimiento de esta zona del planeta y las especiales características de los paisajes boreales, han hecho de ellos una fuente de misterios y leyendas para todas las culturas que han osado transitar por sus fríos parajes. Fenómenos como el del Maëlstrom ( ver Maëlstrom, el torbellino del infierno) o el de las Aguas Muertas ( ver El curioso efecto de las aguas muertas) llenaban de inquietud a propios y extraños por la ignorancia de los fenómenos físicos que en ellos concurrían. Sea como sea, con el tiempo y el desarrollo de la ciencia estos focos de misterio se han ido desvaneciendo y se han llegado a comprender. Tal es el caso de los lemmings, una especie de pequeño roedor que vive en aquellas tierras, que también participaba del misterio generalizado de las zonas árticas, al creerse que se suicidaba en masa llegado el momento, aunque con el tiempo ha acabado por desmentirse. Sin embargo, reduccionistas como somos a que todo lo que no es blanco, es negro, tal vez no debiéramos ser tan categóricos negando el suicidio de los lemmings.

A los que ya tienen cierta edad, seguro que les sonará un videojuego que se llamaba Lemmings. Este juego de la época antediluviana (principios de los 90) era un arcade en el cual se tenía que evitar que unos seres antropomorfos llegasen a caer por un precipicio, y estaba basado en la creencia generalizada en que, los lemmings de verdad, se suicidaban cuando se producía una superpoblación en su medio ambiente. Esta creencia, se hizo viral a raíz de un documental hecho por la factoría Disney en 1958 (White Wilderness) en que se veía a unos pequeños lemmings saltando en masa al agua. El único inconveniente es que, según parece, dicha escena fue forzada por el equipo de filmación, pero la idea del suicidio en masa caló con fuerza en el público. La realidad es que no todo era mentira.

Los lemmings ( Lemmus lemmus) son una especie de cobayas -aunque esté más relacionado con los topillos y los hamsters- de un tamaño de entre 7 y 15 cm, de pelo corto, y eminentemente herbívoro que tiene como medio ambiente principal las tierras boreales, tanto de América como de Europa y Asia. Sin embargo, tiene la particularidad que, al contrario de otros mamíferos árticos, el lemming no hiberna, por lo que se mantiene activo durante el invierno haciendo galerías en la nieve para alcanzar las plantas y bulbos de los que se alimenta. Y no es la única particularidad.

Estos pequeños y simpáticos roedores destacan por la excepcional capacidad de reproducción, que si ya de por sí es alta en este tipo de mamíferos, en los lemmings alcanza cotas nunca vistas, ya que los machos alcanzan la madurez sexual a las dos semanas de nacer. Las hembras, por su parte, alcanza la madurez a las tres semanas, siendo capaces de tener hasta 8 camadas anuales de más de una docena de crías. Si tenemos en cuenta que pueden vivir hasta 3 años, significa que, si fueran personas, serian maduras sexualmente al año y medio de vida. Ahí es nada.

Esta capacidad de reproducción es tan bestia que agotan los recursos de su ecosistema, llegándolo a hacer colapsar como si fueran los Renos de Saint Matthew ( ver El inquietante caso de los renos de Saint Matthew) por lo que sólo tienen la opción de morir o marcharse a buscar nuevas tierras. Obvia decir que los depredadores (sobre todo armiños, zorros polares y buhos nivales) hacen el agosto cuando los lemmings llegan a la superpoblación. Y aquí es donde comienza el equívoco del suicidio masivo de estos pequeños ratoncillos.

En el momento en que parece claro que los lemmings han de coger el hatillo (ocurre cada 4 años más o menos), éstos empiezan a viajar en busca de otras zonas más propicias. No obstante no piense en una migración como la de los ñus, sino que cada uno, a su forma, se busca su camino. Eso sí, a testarudos y valientes no les gana nadie, con funestas consecuencias para ellos mismos.

En esta "migración" sin rumbo definido, cuando un lemming coge una dirección, no la deja ni que lo maten, atravesando sin dudar tantos ríos, lagos o carreteras como se encuentre en su camino. Y, en esto, sí que es un auténtico suicida.

Tal es el afán para seguir con su camino que no duda a tirarse a ríos cuyo caudal es imposible de vadear para un animalito de menos de 100 gm, atravesar lagos inmensos -agotando sus exiguas fuerzas- o, lo que es más fuerte, a llegar a tirarse al mar con una obsesiva intención de atravesarlo cual arroyo en el camino fuera. No en vano se han llegado a encontrar lemmings en trozos de hielo marino flotante a más de 50 km de la costa.

Esta cabezonería por migrar produce una cantidad de bajas impresionante, hasta el punto que la población de lemmings llega a bajar de tal forma, que acaba por poner en peligro la propia continuidad de la especie. Los biólogos no se ponen de acuerdo en la finalidad de semejante escabechina, pero se especula con que sea una forma de selección genética de los ejemplares más capaces de soportar los rigurosísimos inviernos polares.

En definitiva, que los lemmings, si bien no se suicidan en masa como cuenta la leyenda urbana, la realidad es que toman una serie de riesgos que, vistos desde la perspectiva humana son un verdadero suicidio. Sin duda, no es un mecanismo buscado, ni consciente como se nos ha querido dar a entender, pero la combinación de depredadores, la falta de recursos, un medio ambiente durísimo y la necesidad de nuevos territorios hacen que los lemmings acaben muriendo en masa cerrando, cual derviches giróvagos animales ( ver El hipnótico ciclo eterno de los derviches giradores) el eterno y misterioso ciclo de la vida.