Un poema nace a partir del peculiar diálogo silencioso que tiene lugar entre la subjetividad creadora del poeta y el aparecer objetivo del mundo. Ese diálogo se origina como fruto de un encuentro misterioso, donde el mundo comienza a decirse desde una íntima cercanía con su contemplador. Ahí la quietud silenciosa se torna palabra ante la mirada expectante del poeta, una mirada que busca el refulgir primero de lo nuevo en su propio germinar. A este respecto, Pablo Neruda hablaba en estos términos de la condición humana de la poesía:“Al abrir los ojos con la luz del nuevo día, busco la primera mirada de la vida (…) …querría tener esta mirada que es para mí una ley primordial de mi poesía.”
De este modo, el poeta traduce con su palabra el silencio original de las cosas, ese decir callado de lo real donde está contenido el misterio de todo lo que nos acaece sin más: “Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.” Alejandra Pizarnik.
Asimismo, la intencionalidad original del poeta trabaja la palabra desde una tendencia a la plenitud, que cristaliza hermosamente en un silencio irrepetible. Dicho silencio se muestra a la intuición como un atisbo del designio original que subyace en todo impulso creador, tal y como muestran los esfuerzos de los grandes poetas. “Escribí silencios, noches, anoté lo inexpresable, fijé vértigos.” Arthur Rimbaud.
Por todo ello, el lenguaje del poeta no se reduce jamás a un mero etiquetar lingüísticamente el mundo, sino a una expresión que se manifiesta desde un pleno habitar el lenguaje, en donde el poeta se expresa mediante un decir esencial que pretende otorgar nombre a las cosas de manera inicial.
En último término, el decir esencial del poeta se reduce a un modo de silencio que aspira a pronunciarse mediante la plena sencillez de la palabra. De alguna manera, podríamos decir que el poeta aspira al silencio de la palabra que nunca fue dicha. En esta línea, en el siglo pasado Heidegger nos enseñó que “Antes de hablar, el hombre debe dejarse interpelar de nuevo por el ser, con el peligro de que, bajo este reclamo, él tenga poco o raras veces algo que decir.”
Con su palabra el poeta logra dar voz a la experiencia de las cosas mediante una palabra original envuelta de silencio, que presenta las cosas aún sin ser pronunciadas. Así pues, el modo poético de habitar el mundo desemboca en un silencio colmado de plenitud donde la palabra poco tiene que decir.
De este modo, en su hacerse la poesía inaugura una apertura radical, donde las esencias se descubren sin forzar y lo poetizado alcanza la presencia en absoluta libertad.
“¡No le toques ya más,
que así es la rosa!”
Juan Ramón Jiménez
Rubén Muñoz Martínez