El mono desnudo, de D. Morris
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Más tranquilizador es que nadie vea en ese doloroso castigo un impulso sexual primigenio. Un breve rescoldo de nuestro antiguo cerebro primate que sacia sus ansias de dominación sexual mediante rítmicos azotes de las desnudas posaderas del alumno díscolo o alumna díscola. Nuestra avanzada sociedad humana, pese a sus instintos salvajes y animales, ha sido capaz de superar con ligereza las simplezas freudianas y comprender que la complejidad de nuestra naturaleza no reside de forma exclusiva en la entrepierna.
Los convulsos años sesenta del siglo pasado fueron los de la incomprensión del ser humano como especie biológica. De la noche a la mañana, mediante una terrorífica guerra mundial con millones de víctimas, el hombre y la mujer pasaron de ocupar el centro del Universo (teoría antropocéntrica) a ser objeto de las más despiadadas críticas y diatribas. El psicoanálisis profundizaba en los pozos insondables de nuestra mente mientras las drogas pretendían abrir y cerrar sin orden ni concierto puertas y portalones de la percepción. En ese contexto, los eruditos de lo natural (biólogos, zoólogos, etc.) pretendieron apuntarse al linchamiento de lo humano y tumbaron al hombre (y a la mujer) en sus laboratorios y centros de investigación, sometiéndoles a diversos escrutinios, indagaciones y observaciones.
Dejando nuestro aspecto más o menos peludo, Morris elabora un amplísimo catálogo de las supervivencias primates, primitivas, en nuestro comportamiento actual mediante la observación detallada de los más variados aspectos que componente nuestro desarrollo vital. Desde las relaciones sexuales, en las que hemos tenido a bien incorporar una amplia variedad de formas y comportamientos gracias a nuestro desarrollo cultural, hasta nuestra relación con otros pobres animales sujetos a nuestros caprichos y deseos. En cualquiera de estos ámbitos, incluyendo otros muchos como el confort, la alimentación, la lucha o la preparación de nuestras crías humanas para un desolador futuro, Morris observa rescoldos (survivals dirían los antropólogos culturales) de aquella época animal, arbórea y salvaje, de supervivencia básica y primeriza en un mundo nuevo, desconocido y amenazante.
El mono desnudo se ha convertido en un pilar más de esa compleja estructura sobre la que se sustenta el conocimiento humano. Evidentemente, a más de cuarenta años vista, sus enseñanzas y principios son más que discutibles. Ya nadie concibe a las actuales comunidades cazadoras – recolectoras como el resultado de oscuros desarrollos en callejones culturales sin salida. Sin embargo, sus tesis no son, ni mucho menos, desdeñables. Ahí están y estarán. De vez en cuando es conveniente recordar nuestros humildes y peludos orígenes.
Luis Pérez Armiño